La soledad la hace aún más deseable. Como sirena que emerge de un océano, surge imperial en la avenida. Da media vuelta, cruza. Una ráfaga de viento sacude su cabellera suelta. Viste siempre de azul. Su color favorito. Azul turquesa, marino, ultramar, eléctrico, rey, cielo, zafiro, en cualquier gama del mismo se enfunda con placer. A su piel blanca le sienta bien. Camina altiva, erguida, inalcanzable, elevada sobre sus tacones azules, mira por encima de su hombro a todos y les otorga una sonrisa de labios maquillados con labial azul.
Nunca supe su edad, pero podría tener 27, o 40, o 35. Tiene mechones azules en su cabello lacio, sus pupilas son azules como sus venas. En las noches, cuando te abraza, las falanges de sus manos crecen, se estiran, se alargan y se enredan en tus muslos, en tu cintura, en tu pecho, te atan con puro amor. Y si te besa, descubrirás que su saliva sabe a mora, azul, y su lengua es tibia y delicada como sus manos. Toda su piel es lisa, suave como la seda, de un tono blanco azulado.
Yo lo viví, yo estuve allí, inmerso, en eso, en el hechizo que te hace perderte en ella y olvidarlo todo, en ese estar atrapado en ella, en esa jaula de átomos, de ardientes y azules llamas, de las que un día me liberé, al sentir de los terrores el más absoluto, sólo porque nadie me había amado así, tan profundo, como una ola que te azota ahogandote en la inmensidad de su mar, y temí, temí no poder escapar ya nunca de su cuerpo de hidra.
Pero lo fui, yo fui de esos que tuvieron la suerte de tenerla, de experimentar el placer de dormir con ella, a su lado, sobre ella, y sentir el fuego que emana su piel al tenerla cerca, cuando se untaba a mí, y revivía la excitación, el éxtasis de amarla toda hasta llegar a la pequeña muerte. En esas noches en que sus falanges se enredaban por mi cuerpo, cubriéndome con todo su corazón que bombeaba un calor hirviente, el de abrasadoras y azules flamas, y su oleaje infinito de latidos. Con ansia probé cada rincón, cada parte azul de su cuerpo perfecto, y sólo por el miedo de volverme loco por ella, por sus ojos azules, por su sangre azul, por sus labios maquillados con labial azul y su saliva de mora, azul, sólo por eso la abandoné, le rompí en cientos de trozos el corazón que me entregó, y luego intenté olvidarla como si nada, por supuesto, sin poder lograrlo. Y ella lloró, en azul, a mares, noches enteras, hasta que un día el azul, ultramar, se le agotó, y sólo quedó el blanco de su memoria, de sus lágrimas, y el corazón incoloro que dejó de bombear para siempre su amor, azul.
Liz Magenta (seudónimo de Elizabeth Cruz Aguilar), nació en la ciudad de Puebla, Pue. México, (1980). Estudió los diplomados en creación literaria en SOGEM, e INBA-CONACULTA. Ha publicado cuento en revistas nacionales e internacionales como: Tierra Adentro, Revista culturel, Enpoli, Nocturnario, Lo-innombrable, Teoría Omicrón, Literatura.sí, Phantastique, Perro negro de la calle, Seattle Escribe, entre otras. Ha ilustrado cuentos y portadas para las revistas: Teoría Omicrón, Noche Laberinto, Lo-innombrable, Estrepito, Perro Negro de la calle, Miseria, Margínalees y Lunáticas Mx. Está incluida en el mapa de escritoras mexicanas contemporáneas: (https://mapaescritorasmexicanas.wordpress.com/). Tiene publicados los libros: Infinito Psytrance, en coautoría con Zad Moon, y Mundo Insecto.
Ilustración: Liz Magenta
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