Cuando escuchó el chirrido de la puerta de entrada, el dueño del motel en Esterbrook, ubicado cerca de la carretera, se levantó con dificultad de su torcida silla de madera y paja.
—No tengo más habitaciones, le dijo al hombre de sombrero de huaso pita que acababa entrar.
—Busco a John Taylor. Quizás esté alojado aquí.
—Nadie con ese nombre está parando acá.