A Claudio, quien –al fin-parece haberme contado una historia verídica
Estabas cansada cuando te sentaste en aquel solitario banco. Habías pasado toda la mañana recorriendo la Cité; estuviste, entre otros sitios, en el quai de Montebello, donde compraste un librito sucio, escrito por un poeta desconocido, a un buquinista cualquiera (Vamos, no mientas: admite que sólo lo hiciste para no sentirte avergonzada con tus compañeros de tour; aún hoy, tantos años después no has