En un inusitado encuentro, el Punto y la Coma, antiquísimos amigos, se saludaron efusivamente después de una larga y circunstancial separación.
¡Hola, diminuto y fino amigo! Como siempre, luces pulcro, distinguido y refinado. Cuéntame dónde te has ocultado por tanto tiempo, tu semblante denota que no has visto la luz y tu levita huele a ropero de abuelita.
Tengo el exclusivo orgullo, contestó con arrogancia el Punto, de vivir en selectos estantes, dentro de una obra encuadernada en finas pieles y escrita por distinguidos expertos de diversas disciplinas de todo el mundo. Es un ensayo ordenado por los más altos Parlamentos a sociólogos, sicólogos, literatos, artistas, lingüistas, filósofos y todos los expertos en las ciencias relacionadas con el mundo de las letras, en el cual se analiza y estigmatiza crudamente a las nuevas generaciones por su apatía y aversión a la cultura ancestral de nuestras antiguas civilizaciones y periodos clásicos de las artes.
Muy interesante, comenta distraídamente la Coma, mientras sacude una telaraña de la solapa de su altanero amigo; debe ser una obra muy consultada y por todos codiciada.
No lo es tanto, suspiró con resignación el Punto; a decir verdad, ni los propios autores la han leído completa. Por el contrario, a ti te veo muy desgastada, parece que llevas un ritmo de vida muy intenso y ajetreado, querida Coma.
Así es, me rescató del olvido un aprendiz de escritor, que se niega a aceptar los preceptos de los grandes maestros y desdeña los dogmas de las reales academias; por considerar que la ortodoxia causa alergias y ocasiona desbandadas y poca utilidad proporciona a los actuales creadores y consumidores de nuevas expresiones literarias.
Un escribano de banqueta que lanzó una carta al viento, y por igual sedujo a una romántica adolescente que a un subversivo caudillo; inspiró a un joven literato y a un rústico labriego; aquí evocó un recuerdo, allá despertó una pasión; en unos provocó un reencuentro, en otros una revolución.
Un artesano de las letras, que con tinta y celulosa modeló una escultura que embelesa por igual a la madre que amamanta un niño y al empresario que genera empleos; que ensalza el esfuerzo del obrero y el callado ahínco de una enfermera. Que inspira a la maestra que educa, al soldado que defiende y al ministro que orienta.
Un pintor de la palabra que roba el rojo de las violentas notas que esparcen los envenenados diarios, el amarillo de las tendenciosas mentiras que difunden los gánsteres y mercenarios de la pluma, el negro intenso con que los economistas nublan nuestro incierto futuro, y con el fruto de sus hurtos, tiñe un arcoíris de colores que da vida y belleza a las cotidianas acciones y las múltiples emociones con que se entreteje nuestra realidad.
Un disruptivo caudillo que aún cree que la cultura y las letras deben ser democráticas y estar al alcance de las masas, de todas las edades, de todas las creencias, de todas las mayorías y de todas las minorías sociales, de las civilizaciones y tribus urbanas; que las nuevas generaciones no son mejores ni peores que las de la edad media, simplemente son diferentes y tienen distintas necesidades y maneras de manifestarse.
Un desparpajado escribiente, que redacta cuando las musas lo tocan, que escribe un punto cuando se le acaba el rollo, una coma cuando le falta el aire y puntos suspensivos cuando se le van las ideas. Que aprende ortografía con sus hijos de secundaria y provoca la vergüenza en sus rancios maestros de literatura y redacción.
Este sencillo soliloquio tenía arrobado al desgarbado Punto, que sin poderse contener, se lanzó a los brazos de su efusiva amiga, pidiendo lo aceptara como compañero y consorte para el resto de su vida; la sensible Coma, sucumbió ante el desprendimiento y disposición del Punto y aceptó tan sorpresiva propuesta.
Y desde entonces, el Punto se niega ser el final de cualquier obra finita y caduca, aspirando siempre a ser el punto y seguido de historias interminables; mientras, la laboriosa Coma, sigue siendo siempre esa breve pausa que despierta el deseo y la promesa de la siguiente entrega.
Gabriel Valdovinos Vázquez
Originario de Tecomán, Colima, un poblado típico de la costa del Pacífico Mexicano, vio la luz el 12 de septiembre de 1970. En esos cálidos ambientes vivió y realizó sus estudios, desempeñándose en el comercio y el servicio público. Su atracción por las letras se manifestó desde temprana edad, aunque sus escritos no han sido publicados de manera formal. En las instituciones en que ha colaborado, desarrolló abundantes textos corporativos, académicos, líneas discursivas, informes, ensayos, análisis social, político, económico y estadístico. Ha escrito cuatro libros de relatos cortos: Jubileo, Destellos, Desafíos y Elogio.
Fotografía de Annie Spratt (en Unsplash). Public domain.
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