'Su voz, tu voz', relato de Eduardo Omar Honey

Dile a la niña que no puede salir mientras eso espera allá afuera. Tómala de la mano, mírale a los ojos y trata de sonreír. Aún es temprano, así que la luz del sol que se cuela entre las nubes tormentosas disipará cualquier espectro. Trata que deje el refugio debajo de la cama, no es conveniente que esté allí. Aún si la luz entrara con todo su esplendor hay rincones en penumbra donde las sombras se arrastran. Bien sabes que cualquier claroscuro puede incubar legiones difíciles de eliminar por más que pretendas.

    ¡Ya la tienes! Abrázala, ella teme que su mamá no vuelva. Tuvo que salir temprano a buscar alimento. Tú casi no lo lograste ayer. La herida en la pierna aún supura esa sangre negra como ya te ha pasado. Es hedionda, difícil de limpiar y la inflamación apenas empieza a bajar, Si, no hay más medicamentos para el dolor. Muérdete la lengua, roe tus labios pero no demuestres que te quema hasta la médula. Concéntrate mejor en la niña, coméntale al oído que te sientes mejor, que no estás molesto porque no para de llorar, que su madre regresará antes del ocaso.
Deja de temblar mientras la sostienes en tus brazos, finge mucha más fuerza y dignidad que en la última semana. Ayer no te quedó más opción que salir, no querías, no era conveniente como antes tampoco lo fue. Los que sobreviven en este edificio están heridos, limitados físicamente o locos. La mayoría de los ancianos del asilo fueron abandonados desde antes de la caída. Siguen vivos tras todo este tiempo sin la mínima esperanza de ver de nuevo a quienes los abandonaron, menos a que sean rescatados.
¿Te acuerdas? La madre te platicó que era una de las cuidadoras, que a veces traía a la nena al trabajo como sucedió cuando la sombra cayó en el mundo. Desde entonces se quedaron, la mamá laborando para justificar el que tuvieran refugio. Su hija intentando ser una esperanza ante tantos ocasos en ciernes. El tiempo decapitó esperanzas, así que la chiquilla visitó cada vez menos a los ancianos. No se sentía cómoda entre tanto lloro y angustia además de atestiguar alguna muerte ocasional. 
Tú viste cómo los de menor edad o los más fuertes se fueron turnando las salidas cuando la comida o el agua hacían falta. Muchos nunca volvieron. Algunos regresaron heridos, arrastrándose con vituallas y oscuras noticias de lo que se mueve allá afuera. Uno que otro se devolvió por azar, perdido en mudas locuras. Con cada retorno, tu aversión a salir y arriesgarte se reforzaba así que cualquier excusa fue válida. La de mayor peso, sin que dudaras, era hacerte la víctima que no superaba su pasado.
Tú propiciaste lo que finalmente sucedió. Ayer sólo quedaban dos personas capaces de ir y retornar: la madre o tú. Ya no había más espacio para la cobardía así que te ofreciste de voluntario. Si no lo hacías, los pocos que estaban en sus cabales harían lo posible para expulsarte o, quizás, volverte comida. Sabías cómo te señalaban porque habías esquivado una y otra vez el salir. Eso si, la maledicencia creció cuando ese anciano de 70 años regresó con bolsas de pan enmohecido y una herida mortal en su costado. Era el único que quedaba y cumplió la promesa no escrita de cuidar entre todos a la madre y a su hija.
Inmerso en terror, te calzaste las botas que llegaron contigo tiempo atrás. Aún están marcadas con las manchas marrones que no has querido limpiar. Tomaste una mochila desgastada y algunas bolsas raídas. Antes de abrir la puerta que da al sendero de la calle de atrás, te atreviste a mirar a los que te veían partir. Una buena excusa se te estaba ocurriendo. Sin embargo, un escalofrío te recorrió cuando te diste cuenta de que todos los que habían regresado maltrechos te miraban con un odio silente. 
Así que no tuviste de otra más que abrir la puerta, suspirar y salir. Avanzaste rápido por el sendero y doblaste a la izquierda. Llevabas en la mano el borroneado diagrama que había hecho el anciano con la marca del lugar donde encontró el pan verde. No era lejos, unas ocho cuadras, así que aceleraste el paso. Algo más adelante te lo topaste de nuevo. 
Miéntele a la niña, afírmale que no lo has visto. No, mejor dile que no existe, que lo que dicen los demás no es cierto. Sólo ella no te ha perdido la fe. Así es como debe verte y apreciarte, como alguien seguro. Sabes que le puedes dar lo que ha sido y le será arrebatado. Ni se te ocurra comentar que tras tu regreso sabías que hoy saldrías por segunda ocasión. El peso de arriesgarte una vez más se volvió intolerable, por eso fingiste que la herida no te dejaba caminar. 
No le digas que ayer no habías avanzado más de dos cuadras cuando escuchaste el gorgoteo tan peculiar que eso hace. Como una boca que se abre enorme, escurriendo ignotas mucosidades que traga a la par que busca un bocado y maldice su falta. Nunca has olvidado ese sonido desde que la crisis te pescó en el otro lugar, la oficina de donde huiste. Estaba una zona mucho más concurrida, llenas de paredes que hacían reverberar el ruido de los que se arrastraban por calles, escaleras y pasillos. Te has repetido que los valientes mueren primero así que estuviste oculto, encerrado y quieto aunque se deslizaban fuera de tu escondiste. Según tú, no los has visto.
Con el temor de regresar con las manos vacías, te aproximaste lentamente a la esquina, querías verlo. Decían en el otro lugar que quien lo mirara de frente sería capaz de liberarse del yugo de las cosas que germinan en la sombra, que perdería el miedo y andaría por el mundo como si fuera el ayer. Con eso en mente, aún con el corazón desbocado, asumiste que si lograbas ojearlo no sólo serías libre, sino sería tu redención ante los que se alojan en el asilo. Quizás pudiera dejar de despreciarte la madre de la niña que sostienes en tus temblorosos brazos. Incluso pudiera llegar a amarte como has sido y eres.
Sólo que no ocurrió lo que esperabas. Claro que nunca le contarás eso a la pequeña como tampoco le narraste cómo fue tu escape del otro lugar. Ni a ella ni a nadie más. Muy por dentro quieres que retorne con bien la madre. Es la única persona de tu edad con la que puedes pretender una vida, un atisbo de normalidad en un mundo muerto. Cuantimás en un albergue con gente mayor destrozada. Sólo tienes que demostrarle que te preocupa su hija, que sabes cuidarla y que esta ya te aceptó. Si, un recuerdo suspira sobre alguien más en el antes, pero se esfuma rápido dejando un tufo sobre el proteger y cuidar hasta el final.
Es mejor dejar de lado esas memorias. Trata de no retornar a ese momento donde volvió a morir tu redención ante el hecho de que siempre serás el mismo. Te topaste con eso pero la aprehensión ganó al final, el clamor interno que ha sido tu carga en el infierno del antes y del ahora. Te repites que las piernas decidieron, que tú no lo hiciste. Ellas se echaron a correr sin fijarse en la mata de ortigas que se cruzó en la huida. Tropezaste y caíste sobre los restos de metal de algo que quizás fue una moto tiempo atrás. Un pedazo rasgó tu pantalón y te hirió. El dolor te hizo parir gritos que sólo silenciaste cuando, al darte cuenta que callaba el que gorgotea, que estaba al pendiente de ti. Volteaste para ver la esquina. Tu pelo se erizó cuando una sombra, trémula y silenciosa, se alargaba y se doblaba para buscarte. Era una oscuridad sobre el suelo y nada más. Lograste ponerte de pie y lanzarte en una desaforada carrera a trompicones.
La pierna te falló cerca del asilo. Fue un disfrute el ver cómo no te quedó más que arrastrarte al refugio donde sólo abrieron la puerta sin ayudarte a entrar. Mientras la madre te curaba contaste a todos que habías enfrentado a eso, que lo heriste y, mientras yacía moribundo, retornaste herido. Afirmaste que eso estaba débil allá afuera, quizás muerto y que es seguro salir. Igual como en el otro lugar, callaste la verdad ante todos. No había opción o podría terminar como la última vez y estarías sin alimento, techo y compañía. Perderías a la mujer. 
Intentas excusarte de nuevo que tampoco fue tu culpa esa otra ocasión, sino del destino. Mejor levántate de donde estás sentado y carga a la niña, avanza por la habitación rumbo a la ventana, asómate y menciona que por allí, por la calle al sur, su mamá vendrá. Abrázala, reconfórtala, bebe de sus lágrimas, sórbelas de su rostro. ¡Detente! 
¿Notas eso? ¿Alcanzas a verlo donde se cruzan las calles a la izquierda? Si, fíjate bien pero no dejes lo note quien acunas, no quieres sembrarle esperanzas infundadas. Abrázala contra tu pecho con fuerza mientras controlas tu respiración. No intentes huir como acostumbras mientras no estés seguro de que la sombra que se acerca y camina a contraluz, sea eso que has visto y que ha platicado contigo en más de una ocasión. Pero actúa con lentitud, no pierdas tiempo intentando recordar lo que dijo en ese primer encuentro allá en tu escondite tiempos atrás. Menos lo que repitió ayer cuando dobló la esquina. Ahora no es el momento, antes tienes cosas que hacer.
Aprieta con más fuerza a la niña contra ti, no dejes que gire su cabecita y aprecie lo que se acerca al edificio. Contén tu grito que ya está aquí, que se salve quien pueda porque bien sabes que siempre es inútil. No dejes de presionar el rostro de ella contra tu pecho, no importa que se agite mucho, espera a que se duerma, a que se aquiete. Cálmala y aprende eso de ella. En cuanto esté lánguida, entonces sí, con tranquilidad deposítala en su cama. 
Podrás entonces ir de cuarto en cuarto avisando en silencio que ya llegó, que está aquí y ayudar a que cada uno acalle sus angustias y se olviden de todo. Igual lo hiciste en el otro lugar, ¿o no? Empieza con los que están más fuertes, ya atenderás a los demás cuando soluciones a esos. En cuanto puedas, baja y recibe a la madre que se acerca desde el cruce de las calles del sur. Invítala ahora que recuerdas lo que gorgoteamos hambrientos mientras te acunaba en tu escondite, soy su voz como tu voz.



Eduardo Omar Honey 

(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar (Teresa Magazine 2020, Nyctelios 6ª. Ed.) o finalistas (Supraversum 2021, Novum 2021, XVIII Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2020, 1er. Concurso de Cuento Breve Plétora Editorial 2020, Mención de Honor del Jurado, Quequén 2020). Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.

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Fotografía de Rodolfo Sanches Carvalho (en Unsplash). Public domain.


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