Tú y yo compartimos una realidad coincidente en el tiempo, tal vez no siempre en los entornos. Las mismas travesuras que hice yo siendo niño en un rincón del campo cerca del mar, las hiciste tú en una fresca montaña o en un barrio citadino. Tus recuerdos te llevan a calles iluminadas y concurridas; los míos, pernoctan entre veredas oscuras, fogatas titilantes y luces de mechas y petróleo.
Y hoy estamos aquí. Tú, yo y muchos otros legionarios de aquellos batallones de niños soñadores. Arrebatados de nuestros paraísos de ensueño e intempestivamente colocados en una modernidad que difícilmente alcanzamos a comprender y asimilar. Como si Sancho Panza, con su burro y su armadura caminara perplejo por las instalaciones de la Estación Espacial Internacional. Como si hubiésemos llegado a otra dimensión, de seres que hablan con palabras raras y de cosas tan extrañas y asombrosas. Usan herramientas de trabajo que ya no ampollan las manos ni hacen sudar los lomos.
Y lo más sorprendente es que esos evolucionados seres son nuestros hijos, los de nuestros amigos, nuestros vecinos. Es una realidad retadora a la cual nos tenemos que adaptar con valentía e ingenio. No podemos ni debemos huir, porque aún tenemos mucho que aportar y una heroica responsabilidad que cumplir; además, tú y yo no somos cría de correlones, ¿verdad? Así que a toparle y, como dice mi Mamá, ¡vieja el que se raje!
Frecuentemente, ante una situación compleja, recurro al campo de mis fantasías; lamento no haber tomado nota del poderoso conjuro que convierte a los malvados en sapos, y le pone trompa de marrano a los groseros, o que me vuelva invisible ante los cobradores; tal vez tú tengas el correo electrónico de la Hada Madrina que transforma ratones en Uber; busca entre tus contactos el WhatsApp del Mago Poderoso, que convierte el estiércol en oro.
Recuerdo que es tu comadre la Bruja traviesa de la escoba veloz y los poderosos menjurjes, dile que me agregue a su Facebook. Sí, ya sé que con tantos ayeres tus neuronas escasean y entre tantas nostalgias no encuentras esa información tan importante. No te preocupes, sabes que te entiendo.
Ya que estamos metidos en el mismo embrollo y nos enfrentamos a los mimos monstruos y fantasmas, podemos entre todos hacer un manual de supervivencia, un recetario de brebajes, un prontuario de conjuros y encantamientos, un catálogo de sortilegios.
Preparemos una pócima que nos vuelva nuevamente vigorosos y saludables, que cure los vicios y empachos que enfermaron nuestros cuerpos y las anemias que debilitaron nuestros cerebros. Que nuestros hijos no tengan que cargar la vejez achacosa de sus padres. Sigamos siendo para los jóvenes ejemplo de energía y sanas costumbres.
Un exorcismo que expulse esa arcaica manía de juzgar a las nuevas generaciones per sé y destruya nuestro temor a lo desconocido y la pereza por aceptar el cambio que implican las novedosas propuestas de estos ingeniosos muchachos. Aceptemos que los nuevos retos requieren nuevas soluciones y que para eso ellos se pintan solos. Mucho aportaremos con nuestra confianza en ellos, dejándolos hacer, no obstaculizando su creatividad. Mucho ayuda el que no estorba.
Un encantamiento que nos permita seguir cautivando a las actuales generaciones; ya no con actos de férrea autoridad, sino con la fineza de la persuasión del ejemplo poderoso. No se trata de renuncias para resultar agradables, ya que no nacimos para bufones; sino de actitudes íntegras y congruentes, en las que los jóvenes vean una opción y un respaldo para complementar y conjugar con sus nuevos valores y habilidades.
Un sortilegio que nos encienda los ánimos, para adaptarnos a las nuevas necesidades de comunicación, enseñanza y convivencia, para seguir siendo parte activa y fundamental de esta sociedad que tanto nos necesita. De eso depende nuestra vigencia como padres y maestros; nuestra productividad y autosuficiencia económica también se mueven en ese contexto.
«No tendría más de qué reírse el diablo», dijo mi Mamá cuando le propusimos que aprendiera a utilizar un teléfono celular. Hoy se mueve entre apps, redes sociales, y eso la mantiene en contacto permanente con sus hijos y con el mundo; además de ser una terapia y alivio en su vejez y la soledad de su viudez. ¡Búscala como #CiberAbuela!
No podemos oponernos a la fuerza y avance de esta vertiginosa realidad. No luchemos cual Quijotes contra los molinos de viento.
En fin, te invito a compartir tus abracadabras, todas tus experiencias y tus mañas aprendidas, para seguir adelante en esta apasionante realidad y que las nuevas generaciones sigan nutriéndose de nuestros aportes. Porque no todo lo nuevo es malo ni todo lo viejo es bueno. Nada es mejor ni peor, simplemente se trata de circunstancias diferentes.
Que la costumbre de hablar de «aquellos viejos tiempos» y «esos chicos de hoy» sea cosa del pasado. Que las únicas brechas que persistan, sean las románticas y arboladas que ascienden al Volcán de Colima, y que se eliminen las generacionales y sociales, para que, con una mentalidad propositiva y un espíritu colaborativo, las generaciones de todos los tiempos puedan fundir sus propias virtudes y hacer de esta época y de este espacio el nido ideal para la posteridad.
Y no se te olvide, que más sabe el diablo por viejo que por... ¿necio?
Gabriel Valdovinos Vázquez
Originario de Tecomán, Colima, un poblado típico de la costa del Pacífico Mexicano, vio la luz el 12 de septiembre de 1970. En esos cálidos ambientes vivió y realizó sus estudios, desempeñándose en el comercio y el servicio público. Su atracción por las letras se manifestó desde temprana edad, aunque sus escritos no han sido publicados de manera formal. En las instituciones en que ha colaborado, desarrolló abundantes textos corporativos, académicos, líneas discursivas, informes, ensayos, análisis social, político, económico y estadístico. Ha escrito cuatro libros de relatos cortos: Jubileo, Destellos, Desafíos y Elogio.
Fotografía de Rod Long (en Unsplash). Public domain.
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