«Silencio», un relato de Daniel Mayorga Hernández


Y verán ustedes llegar, caminando a través de un bosque de pinos cubierto por una extensión infinita de nieve inmaculadamente blanca, a un joven, y este es acompañado solamente por una vía de tren que va por su lado derecho, elemento que recorría dicho valle hasta más allá del horizonte, donde lo blanco del suelo se fusionaba con el gris del cielo, y vista desde arriba, la vía era como una cicatriz, una marca permanente que deformaba ligeramente la estética de ese sitio.

 El muchacho llevaba ya algo de tiempo en su andar solitario, perdió la noción de los kilómetros que había dejado atrás y comenzaba a preocuparle los que restaban en frente, solo había dos cosas que lograban reconfórtale: lo primero era la luz del sol, que a pesar de la gruesa capa de nubes que había, un poco de su luz lograba filtrarse entre algunos pequeños espacios que bien podían considerarse rendijas, creando así una especie de tibieza, una tenue ilusión de calor la cual le bastaba para no rendirse, y el otro elemento que le brindaba distracción a su cada vez más fatigada mente eran los sonidos de todo aquello que lo rodeaba, el sonido de sus botas sobre la nieve, el trino de los pájaros, el viento cuando se colaba entre las hojas de los pinos. Cada cosa por separado era como una nota, y en su conjunto formaban una melodía alegre que podría inspirar animo hasta en el alma más triste.
Su andanza prosiguió así, prácticamente inalterada, hasta que en cierto momento notó que algo faltaba, un componente se ausentó, aunque él no fue capaz de notarlo a la primera, había dado ya varios pasos hasta que se percató; los pájaros se habían callado por completo. Tal evento lo desconcertó por completo, tanto así fue que se detuvo momentáneamente y escudriño tanto como pudo entre el follaje de los árboles que estaban a ambos lados de la vía, pero como era de suponerse, no fue capaz de ver nada, así que recurrió a un argumento lógico para calmarse.
 <<Son aves, no una rockola que satisfaga mis deseos, ya volverán a cantar.>> 
Con ese pensamiento en mente continúo caminando sin estar todavía alterado. Aunque luego de otro rato, y tal vez con su mente algo más alerta, sintió que algo más se desvanecía y no pasó inadvertido, el viento parecía haberse calmado, de inmediato preparó otro dialogo paliativo, pero a diferencia de su infructuosa búsqueda de aves, le fue más fácil ver lo que sucedía ya que de inmediato pudo darse cuenta de que el viento no había disminuido su intensidad en lo más mínimo, por el contrario, las ráfagas parecían haber obtenido más fuerza, deducción hecha gracias a la violencia con la que las hojas de los árboles se sacudían. 
Habiendo visto eso, ninguna razón lógica bastaría para poder ayudarle a calmarse. Un escalofrío le recorrió la espalda desde la base hasta la nuca, como pequeñas agujas que acertaban en las terminales nerviosas estimulándolas hasta el grado del dolor agudo. Muy a pesar de sus enormes esfuerzos por mantener la estabilidad, el pobre tipo comenzó a hiperventilarse, incluso él sabía que se trataba de una reacción exagerada, pero en su mente podía presentir que algo peor estaba avecinándose. Y lamentablemente estaba en lo cierto.
El muchacho sintió un cambio en el ambiente, como si el aire pesara más, eso, combinado con su hiperventilación, transformó el reflejo natural de respirar en un acto involuntario de tortura. 
Podría pensarse que ya bastantes calamidades estaban posadas sobre los hombros de esa pobre alma, y era una suposición acertada, no obstante, el destino se encargaría de arrojarle algunas más. 
La poca luz del sol que había comenzó a escasear, eso lo llevó a levantar la vista al cielo y con esa acción, un capullo nuevo de horror se gestó en su mente. Una gran sombra estaba devorando al sol, se trataba de un eclipse. El fenómeno astronómico se estaba dando con rapidez, de poco en poco el disco amarillo iba siendo engullido y cuando se llegó a la fase del eclipse donde se genera un gran brillo al ocultarse el sol, el joven cerró los ojos para evitar el daño, sin embargo, luego de ello iba a desear no abrirlos nuevamente.
El mundo que apareció frente a él luego de volver abrir los ojos era completamente distinto y a la vez similar al anterior, una calca retorcida y terrorífica; el sol continuaba eclipsado, pero se le apreciaba alejado e incluso moribundo arrojando rayos de mortecina luz, bajó la mirada y la blanca nieve estaba ahora mancillada con enormes manchas rojas de sangre diseminadas aleatoriamente hasta donde la vista llegaba, pero lo auténticamente horrible eran las creaturas que hicieron aparición y reemplazaron a todos los árboles del bosque, estas eran tan altas como los propios pinos, enfundadas en un manto color negro holgado y raído que cubría la totalidad de su anatomía, salvo por sus cabezas, que eran como de hueso, blancas y lisas, eran la imagen de un cráneo que contenía la excentricidad de poseer una nariz larga y delgada, de aspecto similar a las que portaban los médicos que combatían la peste en la antigüedad, tenían una boca circular y dentro de ellas se asomaba un escalofriante y frío color negro. 
Al ver a esos extraños seres, el joven quiso retroceder, pero siendo víctima del miedo perdió el equilibrio y cayó de espaldas, para su suerte aquellos monstruos ignotos parecían no estar interesados en él, solo se limitaban a ser movidos por la voluntad del viento que seguía sin poder oírse. Al ponerse en pie, el muchacho quiso decir unas palabras para sí mismo, pero se paralizo al darse cuenta que ahora su voz tampoco era audible, intento hablar varias veces, queriendo comprobar que estaba equivocado, lamentablemente no había error alguno, cada vez que intentaba hablar, no escuchaba nada, solo era consciente de las palabras que pronunciaba por el movimiento y tacto de sus labios, de ahí en más solo existía silencio.
El pánico, que hasta ahora no había conseguido filtrarse en su cabeza, se desbordó como un río descontrolado, ignoró la evidencia reciente de su ausencia de voz y gritó tan fuerte como pudo intentando romper las absurdas leyes de esa nueva y maldita realidad, aun habiendo fracasado hizo otro vano intento, otro, y en el último y más fuerte alarido solo obtuvo como resultado el sabor de la sangre y el agudo dolor del desgarre de su garganta, cayó de rodillas y escupió un pequeño torrente sanguinolento, creando una porción más de nieve carmesí .
El muchacho se levantó y arrancó a correr a la primera oportunidad, al tratar de pensar hacia donde ir, cayó en cuenta que la voz dentro de su mente también estaba siendo paulatinamente eliminada, iniciaba de manera normal, pero se iba volviendo un eco cada vez más débil, como un vapor que con el avance del tiempo se eleva al cielo y se disemina en el infinito.
La esperanza se había marchado y ahora solo corría siguiendo la línea recta de la vía, ya que le resultaba inútil trazar alguna otra ruta, además de que no quería adentrarse a aquel tétrico bosque viviente bajo ninguna circunstancia. Movido por un impulso miró a los monstruos y cuando su mente generó un pensamiento que manifestaba su desgrado, vio como estos hacían un movimiento sutil pero aun así notorio con sus bocas y mientras eso pasaba, su pensamiento era silenciado. Fue así como en una simple casualidad descubrió y entendió lo que pasaba: Aquellas creaturas devoraban el sonido.
Tal epifanía robó demasiado de su atención, impidiéndole enfocarse en el camino e irremediablemente tropezó. Rodo por unos instantes y cayó boca abajo, tragando un poco de aquella desagradable nieve roja. Él se alzó con lentitud y desgane, para quedar solamente de rodillas mientras que con desespero miraba en todas direcciones buscando a alguien que le ayudara, ignorando en su angustia, el hecho de que estaba completamente solo. 
Su llanto fue de poca duración, luego de unos pocos sollozos una nueva sensación afloró en su ser, era la histeria que había surgido como una evolución de la desesperación. Ahora en su mente se ancló una meta con una determinación casi demencial: Tenía que volver a escuchar, cualquier cosa, cualquier sonido, sea como fuere, sin importar el costo. Volvió a gritar, rasco la superficie de la nieve con sus manos esperando que el sonido de la fricción se hiciera presente pero no consiguió nada, después tomo porciones de nieve entre sus manos y comenzó a arrojar bolas en diferentes direcciones, incluso los monstruos devoradores de sonido sufrieron de una breve ráfaga, pero de nuevo fue una tentativa infructuosa. Cada fracaso lo sumía más en la demencia y mientras más hundido estaba, más drásticas serían las medidas que tomaría.
Entre jadeos que le lastimaban la lacerada garganta con cada respiración y con la estabilidad mental cada vez más fracturada, tomó la decisión más impensable de todas; Con premura se acercó gateando hacia la vía, se sacó uno de los gruesos guantes y colocó el dedo índice desnudo sobre el helado riel, con la otra mano escarbo brevemente en la nieve hasta hallar una roca de tamaño adecuado para su cometido. 
El hombre miró la piedra y la giró con lentitud, observándola con detenimiento por varios segundos hasta que la apretó con fuerza, un indicativo de que había concluido su análisis. Alzó la piedra tan alto como pudo y la dejó caer en dirección a su dedo índice, sin embargo, se detuvo de golpe antes de impactar, el instinto de autopreservación le hizo recular y lo llevo a cometer otros dos intentos fallidos. Con cada fracaso se sentía más frustrado, gemía a causa de la duda, pero finalmente venció a sus mecanismos de defensa y el siguiente movimiento fue dolorosamente exitoso.
El golpe dio justo en la articulación del dedo índice, doblándolo de manera antinatural hacia abajo, el dolor fue desmesuradamente terrible, pero no logró escuchar nada, ni el crujido del hueso, ni el húmedo sonido de la piel al rasgarse, ni siquiera el teóricamente desgarrador alarido que debía emerger, en el cual había vertido la totalidad de una torcida y enfermiza esperanza de romper el cerco sobrenatural de silencio que yacía sobre él.
Ante la decepción del fracaso, alzo de nuevo la mano empuñando la piedra y la batalla que anteriormente había tenido consigo mismo no se presentó. La locura le había dado ya el valor suficiente para realizar el mismo acto de autodestrucción sin titubear, solo que en esta ocasión sería a una escala mucho mayor; acomodó la mano herida sobre el riel y dejó caer sobre ella la piedra en múltiples ocasiones, lo hizo con determinación, descargó sobre ella todo el miedo, toda la ira y todas las demás emociones oscuras que cargaba sobre sus hombros desde que llegó a ese maldito lugar, y como podía esperarse, fue una purga anímica sangrienta.
De la mano del hombre no quedaba nada sino despojos, había jirones de carne, trozos de hueso que reposaban sobre el frío metal y también sobre la nieve, había lagrimas también, pero el sonido todavía brillaba por su ausencia. Completamente derrotado se dejó caer hacia atrás, ya no quería luchar, estaba resignado, sin poder seguir, sin poder pensar, tal vez ya solo quedaba terminar de enloquecer y finalmente, después de quien sabe cuánto tiempo, morir. 
Como pudo, echó una mirada a su alrededor, aquellas creaturas ahora parecían observarle, expectantes tal vez a que hiciera el más mínimo sollozo para devorarlo y seguir llevando a cabo aquella macabra parodia de fotosíntesis que consumía ruido para liberar mutismo puro.
En medio de su lento descenso a la demencia, un nuevo elemento se presentó; Los rieles de la vía comenzaron a vibrar, lo hicieron tan fuerte que las sacudidas podían sentirse a una corta distancia de los mismos, y dicho movimiento fue percibido por el muchacho, quien con muy poca curiosidad por el asunto realmente, se incorporó para ver lo que sucedía.
 A lo lejos, en el largo camino que él había dejado atrás, pudo divisar lo que parecía ser un tren que se acercaba a toda velocidad. Inició como una cosa pequeña a la distancia, pero conforme se iba acercando se le podía apreciar mejor, la locomotora era de color negro, poseía una linterna en el frente que despedía una luz bermeja y fúnebre que hacía juego con los colores del cielo y de la tierra, de la chimenea se alzaba una columna de humo color negro, y asemejando a la erupción de un volcán, en la humareda se podían apreciar rayos que serpenteaban hacia todos lados y luego desaparecían tan pronto como se materializaban, los vagones que la locomotora jalaba eran cajones de carga abiertos, y de ellos se elevaban llamas y entre ellas se asomaban una multitud de brazos estirándose, eran tal vez almas condenadas intentando escapar de ese averno encajonado.
Al verlo una misteriosa influencia comenzó a maquinar en su mente, obró hasta que logró formar una idea, un pensamiento que obviamente fue silenciado, pero que pudo vivir los suficiente para ser entendido, y a pesar de lo grave de la misma, fue aceptada sin rechistar, se incorporó y con más dificultad que antes, a causa de la mano destrozada, se acercó nuevamente a la vía, se mantuvo quieto por unos momentos viendo al cada vez más cercano tren, quiso reflexionar sobre si dicha decisión de verdad era la correcta, sin embargo, la restricción impuesta por aquel mundo de pesadilla se lo imposibilitó, y eso fungió como un impulso para seguir adelante. 
Este joven recostó la cabeza sobre el riel, mirando fijamente al objeto que había designado como el causante de su muerte y de su escape de aquel silencioso infierno. Se sentía tranquilo, claro que aún tenía miedo, pero sabiendo que pronto aquella tortura terminaría fue capaz de doblegar, al menos de momento, al terror.

La vibración de los rieles era tal que provocaba que la cabeza del hombre rebotara, provocándole un ligero daño, una sensación completamente despreciable. Ya solo debía esperar muy poco. Cerró los ojos y aguardo, ahora un terremoto era el preámbulo para el final, apretó más los parpados y solo sintió un brevísimo instante de dolor.
De pronto todo fue oscuridad.
El silencio de la supuesta y tan esperada muerte fue cortado por el trinar de los pájaros, la mente del joven demoró en procesarlo, pero luego de varios segundos de inacción, cayó en cuenta de lo que pasaba. Abrió los ojos con impaciencia e incertidumbre y a la vez fascinado por la expectativa, sufrió unos pequeños dolores oculares a causa de la sobrecarga sensorial, pero los supero pronto, el frío del metal le hizo soltar un pequeño quejido de incomodidad y fue capaz de oírlo, eso hizo que su alegría se disparará hasta los cielos. El mundo había vuelto a la normalidad, los monstruos se habían ido, retornando a los grandes y frondosos pinos a su sitio, un montón de aves volaban por todos lados como dando fe al hombre de su retorno, la naturaleza estaba dando la bienvenida.
Se puso en pie y se revisó, su mano estaba intacta, al igual que su garganta, era como si nada de lo que paso en aquel otro mundo hubiese regresado con él, miró el sol, todavía estaba levemente difumando por las gruesas nubes, pero comparado con su versión alterna, parecía brillar en la plenitud del verano. Su mente de inmediato comenzó a generar cuestiones, muchas, no obstante, se autocensuró, ese era un tema que quería olvidar, necesitaba dejar eso atrás lo antes posible y las preguntas no ayudarían con ese cometido, decidió vivir en la felicidad de su propia ignorancia. No le interesaban los comos ni los porqués.
Fue entonces así, como con una sombra de duda en su mente y un temor al silencio arraigado en el corazón, aquel desconocido hombre continuo su camino.



Daniel Mayorga Hernández, de Matamoros Tamaulipas, México. Autor del libro "Crónicas de un tiempo oscuro: La ciudad oscura." y  narrador del canal de youtube "La forja de las pesadillas."


Imagen:  Elland Gee (en Unsplash). Public domain.



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