'El amante', relato de Liz Magenta

                                   A, E O P C.


¿Te volveré a encontrar?, ¿Volverán a estar juntos y desnudos nuestros cuerpos? No había estado antes tan feliz como hace un par de años. Aquel día en que tú probaste mi cama y yo tus labios. Nos encontramos a tientas, yo escribí un mensaje a tu recuerdo, en la magia de la media noche, y tú me contestaste al amanecer. Hablamos de madrugada, acordamos vernos al siguiente día, sin sospechar nada. Sin saber que a partir de esa tarde seríamos dos amantes que se encuentran sin buscarse.
Se materializó la cita a medio día, tarde cálida, sol en su máximo esplendor. Yo iba envuelta en un vestido rojo, de tirantes, con un escote que dejaba ver el tatuaje de mi pecho izquierdo, medias negras, botas de tacón, y tú, tú llegaste puntual, ocultando la mirada bajo las Ray-ban, enfundado en una playera casual y jeans oscuros. Cuando te vi casi caí de espaldas. Te conocí cuando yo tenía 26 años, tú tenías diez menos que yo. En mi recuerdo aún eras el chiquillo delgado de rasgos infantiles de ayer. Ahora eras alto, tu piel bronceada, el cabello corto estilo militar, un bigote espeso, la barba perfectamente delineada, y el cuerpo musculoso. Un hombre de verdad, varón de ensueño, ante mí estaba tu figura masculina, vigorosa, fuerte. Me fue imposible no desearte.
¿Recuerdas que comimos en un puesto de la calle diez poniente?, ese antojo poblano tan común: memelas y refrescos. ─Pide lo que quieras─, me decías. Seguimos charlando, yo disfrutaba ver los hoyuelos en tus mejillas al sonreír. Después de comer, salimos a recorrer las calles del centro histórico. Tú me tomaste de la mano y aunque me sorprendiste con tal acto inesperado, me dejé llevar. Me invitaste un trago. Fuimos a beber al bar Rentoy, allá en el Barrio del Artista, con sus mesitas al aire libre y sus sombrillas verdes, con sus locales donde abundan los pintores y sus obras. Tomamos una mesa. Pedimos cervezas ámbar. Hablamos mucho, demasiado, nos pusimos al tanto de todo lo vivido: triunfos, fracasos, aventuras, todos esos años resumidos en un larguísimo dialogo. Nos reímos de esas veces en las que sólo nos saludamos con la mirada, o con sonrisas, y ahora estábamos juntos, compartiendo la que descubrimos era nuestra bebida favorita. 
Mientras hablabas mal de tus compañeros de trabajo, yo te seducía cruzándome de piernas, dejándote ver mis medias, clavando mi mirada en tus pupilas fulgidas. Te vi mirarme el escote de reojo, las piernas, los tatuajes. Poco a poco, te fuiste acercando más a mí. Pusiste una mano en mi rodilla, y la subías despacio con discreción, bajo la mesa. En algún momento las cervezas nos tomaron a nosotros. Pegaste tu silla junto a la mía, me rodeaste con tu fuerte brazo mientras tomabas una selfie de ambos, ─para el recuerdo─, me decías. Al sentirnos tan cerca, algo se encendió en nuestro interior, quedamos frente a frente, miradas fijas, corazón palpitante, tu mano en mi cuello, comenzamos a besarnos, sentí tus labios suaves, húmedos, miré tus ojos cerrados, y entonces también yo los cerré. Tus manos tocaron mi piel bajo el vestido rojo, yo lamí tu cuello despacio, esperando morder más allá, hasta tu alma, por qué no, y tú, tú sólo seguías el ritmo pausado y lento de la seducción, acariciando, probando, dos seres que no sabían nada uno del otro, más que lo que se acababan de contar, y ahora juntábamos los cuerpos en silencio…Llegamos a casa, nunca detuvimos los besos. Vivíamos en la misma colonia, en calles cercanas, indiferentes vecinos que sin saberlo se atraían, cruzamos tantos saludos y miradas antes, sin imaginar, sin siquiera pensar que un día estaríamos tendidos en el mismo silencio, sintiendo caer la misma noche, compartiendo las mismas sábanas, tu boca en la mía, humedeciéndonos las pieles sólo al rozarnos con las yemas de los dedos. 
¿Te acuerdas que tú tenías 29 en ese entonces, y yo diez años más que tú?, y me decías mientras besabas cada parte de mi cuerpo, que nada en ese momento te importaba más que tenerme entre tus brazos y entrar dentro de mí, y así fue, nos amamos durante horas, hasta la madrugada. Despertamos desnudos, abrazados, listos para volver al comienzo. Y sucedió de nuevo, varias veces, nuevos encuentros en los que te esforzabas por ser el mejor de mis amantes, hasta que llegó el día que siempre llega. Nos separamos, tú te fuiste a tu mundo y yo regresé al mío, satisfecha, arrastrando conmigo tu recuerdo y el sabor dulce de tu carne, sintiéndome, arrogante, orgullosa, soberbia, altiva, por haberte hecho mío, por todas esas noches que me regalaste, en las que me estrujabas y me entregabas sin tener que pedírtelo, todos los placeres, los sabores y las formas de tu cuerpo bello, mi joven y sensual amante. ¿Te acuerdas que en ese entonces tú tenías 29 y yo 10 años más que tú?, y me decías siempre que me amabas, ─me encanta estar dentro de ti─, y fue ese orgullo, esa altivez, la que me impidió confesarte que tú, tú a mí me encantabas también. 


Liz Magenta (seudónimo de Elizabeth Cruz Aguilar), nació en la ciudad de Puebla, Pue. México, (1980). Estudió los diplomados en creación literaria en SOGEM, e INBA-CONACULTA. Ha publicado cuento en revistas nacionales e internacionales como: Tierra Adentro, Revista culturel, Nocturnario, Lo-innombrable, Teoría Omicrón, Literatura.sí, Phantastique, Seattle Escribe, entre otras. Ha ilustrado cuentos y portadas para las revistas: Teoría Omicrón, Noche Laberinto, Lo-innombrable, Estrepito, Perro Negro de la calle, Miseria, Margínalees y Lunáticas Mx. Está incluida en el mapa de escritoras mexicanas contemporáneas. Tiene publicados los libros: Infinito Psytrance, en coautoría con Zad Moon, y Mundo Insecto.


© La autoría de la obra que ilustra el texto pertenece a Liz Magenta.


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