La chica de la cafeteríaSalia todas las mañanas al campo,ese campo verde y lleno de casinas y de hórreosaquí y allá. El iba contento, felizde estar al fin en el pueblo patriarcal,y así entraba a la villa,por sus senderos de raquíticas serpientes;en el viejo ayuntamiento enmohecido,pervivía el café entrevisto en las historias de su padre.Todo era lluvioso, gris, tristemente verde.Caía la lluvia con encanto sobre los tejadosy las piedras de la plaza, y la gente deambulabacon los paraguas mojados como vampiros soñolientos;la ventana del bar poseía una húmeda capa de brumosidad,y dentro tabaco, murmullos, risas.En la mesa de al lado, como un mundo distante,una señorita muy joven y de un buen aspecto solitario.El hombre bebía su café, pero, entretanto,mezcló su mirada con los ojos azules de la señorita,y los dos quisieron tender un puentepor sobre la lluvia verde, la plaza mojada, los paraguasque tejían un triste vuelo de vampiros en redor,y que iban y venían.La señorita se levantó, pues, moviendo sus párpados azules,y se fue.Y el hombre de la soledad vio cómo esos paraguasy esos zapatos de la gente-de ritmo casi militar, agresivos, resonantes
por sobre las viejas piedras de la plaza y bajo la lluvia-parecían reírse de los dos.
El hijo del campesinoAl campesino le sonreían,le decian que si, recibía palmaditas, parabienes,burlas abiertamente escondidas.Su cuerpo enjuto y moreno se deslizaba por el pueblo,como una serpiente buena que se escondeen su propio cuerpo de serpiente.Habia una mujer, de vieja casta,propietaria de vacas lecheras y de un padresevero, despectivo;los dos, la mujer y el hombre de piel atezada,se enredaron en las nochesprohibidas del sexo y del amor,y quedó un fruto en el vientre de la mujer-fruto de noches calientes, incluso violentas.Y el pueblo era silencioso, allá en Arboces, en Asturias,
y todos sonreian. al campesino desheredadodueño de su propio cuerpo sementiferoy a su mujer que llevaba al coñac y a un buen númerode vacas lecheras terratenientes en las venas;y en una mañana el párroco echó su manto piadososobre la relacion de los dos,en la vieja iglesia cargada de los siglos asturianos,con un vestido de novia de blanco procaz.Y el pueblu de Arboces, olvidado en un confín de las Asturias,dejó que se irguiera una casina, allá en el maizal.En la plenitud del campo, con la verde lluvia, el bebé lloraba,y el pobre hombre sementíferoahora vivía bajo el dominio matriarcal de su mujer,no lejos de las vacas lecheras y del coñac.
Daniel Gómez, abril de dos mil veintiuno.
Daniel Gomez (1974), escritor y ensayista español. Estudios de Analista de Sistemas y de Filología Hispánica. Publicó en diversas publicaciones digitales e impresas tanto cuentos, como poemas y ensayos. También se desempeñó como dibujante.
Fotografía de Michael Kubicek (en Unsplash). Public domain.
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