Cine: 'En ceniza negra' de Sofía Quirós Úbeda, reseña por Juan David Cárdenas Ramírez

El más allá y la transexistencia

más allá, más allá, más allá… 
 aparece una puerta, que es un límite
y estamos en el infinito


El más allá se nos presenta como una otredad, un universo infranqueable y oculto que nos genera angustia, una angustia a lo Kierkegaard; observamos lo desconocido desde el horizonte mezclando el miedo a caer con el impulso de lanzarse intencionalmente. 

Dicho vértigo inquieta el deseo a tal punto que cada cultura se las ha arreglado mediante lo místico, lo sagrado o lo espiritual para afrontarlo. Cotidianamente llamamos el más allá a ese enigmático lugar en el que no existe la vida como la conocemos, es una vida paralela, una vida de muertos o fantasmas; prueba de esto son los múltiples rituales en torno a la muerte -o al nacimiento- en las comunidades, rituales que dejan en evidencia las diversas relaciones que se tejen el más allá.
En Ceniza Negra, el primer largometraje de Sofía Quirós Úbeda, no sólo encontramos un bello laberinto de metáforas sino una alegoría a ese más allá, entendiendo la muerte como un evento místico dónde se reflejan diversas experiencias con lo trascendental. La cinta está lo suficientemente cargada de simbología como para hacer que el espectador experimente un vaivén constante, un péndulo entre la realidad y lo místico cuyos intermedios se develan con majestuosos planos, inocentes diálogos y simbologías animales. 

En el inicio de la película, además de revelar a Selva, una niña en transición a la adolescencia que encarna una oscilación entre inocencia, madurez, fragilidad, dureza, fuerza y suavidad, Quirós construye un preámbulo, una introducción, en donde mediante una suerte de código simbólico revela el corazón del largometraje, el cual después enriquece con un susurro de ideas tan poético que el espectador no tiene más remedio que apelar a la imaginación para articularlas. En este texto compartiré una senda que encontré en dicho laberinto, una conjugación de fragmentos en donde convergen tanto momentos de la travesía narrada en Ceniza Negra como una que otra idea que trajo el viento durante la concepción de este texto.
Al observar el sendero en el cual se encamina la película, me encontré ubicado dentro de una familiar cotidianidad, reconocí el día a día del ser humano, ir al baño, comer, ir al colegio, dialogar con parientes y amigos, ir de fiesta, enamorarse de un otro, ser parte de una familia, tener una situación socioeconómica y vivir realidades culturales, además reconocí las emociones que emergen de este día a día: envidia, frustración, plenitud, seguridad, inseguridad, picardía, resignación y libertad; pero lo que más me cautivo fue la reiterativa presencia de la muerte en todas estas situaciones, y recordé unos versos del poeta Manuel Alcántara: “la muerte es como un libro o un espejo // donde uno mira y mira sin ver nunca.”

Y es que podríamos equiparar la presencia de la muerte con la del aire, siempre está ahí, no sólo cuando ocurre sino también en su acecho, desde el momento en que se es concebido en las entrañas de la madre, lo único seguro para el ser humano es que va a morir, y sólo podemos decir eso, sin tener alguna idea precisa de lo que eso signifique o de lo que sea la muerte; no sabemos realmente nada de ella, buscamos permanentemente sin encontrar y terminamos por suponer, suponemos un límite –en su acepción matemática-, y creemos en ese límite, en esa suposición, y la hacemos experiencia espiritual o incluso axioma.
La espiritualidad con que se aborda la muerte en Ceniza Negra podría ser develada mediante la concatenación de algunos diálogos, que más allá de ser profundamente inocentes y potentes, están relacionados con las creencias de los personajes dentro de su ambiente. Uno de ellos una sutil conversación que se da entre Selva y Winter, un ente femenino que podría equipararse con Caronte o incluso ser una personificación de la muerte misma; el dialogo se desarrolla así: “¿usted sabe que cuando uno muere uno puede convertirse en muchas cosas?”-pregunta Winter, “¿cómo en qué?”-responde Selva, “como en sombras”. Más avanzada la película se hace alegoría a este dialogo cuando Selva mantiene una conversación con la ya muerta Elena, su figura materna, la cual sólo es posible mediante un ritual con el que Selva se convierte en sombra, entra al mundo de los muertos, incluso podríamos decir que muere por unos instantes. 
Estos dos momentos implican que existe un más allá, representado en la película con la oscuridad de la noche, la inmensidad del mar y la profundidad del bosque; de este lugar no se dice más que su existencia, y por ende se nos muestra sólo un pequeño puente que conecta dos mundos, un punto en donde se encuentran los vivos y los muertos sin que puedan acceder o pasar al otro universo, se establece una suerte de barrera mística que excede las posibilidades humanas y nos vemos seducidos a centrar nuestra atención únicamente en la forma de acceder a ese otro universo, en buscar una puerta, que bien podría ser sólo la muerte pero la concepción y/o el nacimiento también son una conexión entre dichos universos. Si bien la muerte es un portal entre la vida y el más allá, la concepción/nacimiento es un portal entre el más allá y la vida, una situación inversa a la muerte pero simétrica. 
Por lo tanto si postulamos que el sentido de la vida está fuertemente condicionado por nacimiento, también debería estarlo por la muerte, y es justamente esta idea cíclica de vida la que es explorada por Quirós en su largometraje. La vida deja de ser un tiempo delimitado o finito, y en cambio de pensarse desde una geometría compuesta por puntos de discontinuidad, en donde todo empieza o se termina sin conexión con el resto del espacio, y más bien se apela a la idea de pegamientos de espacios en donde los puntos de conexión o puntos límite revelan el concepto de infinito.
En ese infinito la idea de inmortalidad sigue siendo ilógica y necia, la idea por la que se apela la denominaría transexistencia: una amalgama de existencias donde coexisten la vida y la muerte, no hay interrupción de la vida, casi que podemos decir que la pérdida no existe, sólo hay transformación, nada desaparece, morir no es desaparecer, morir es cambiar de piel volviendo a las metáforas de Quirós, prueba de esto es uno de los últimos textos de Selva intercambia con su abuelo y que reza así: “usted sabía que siempre las serpientes cada cuatro meses cambian de colores, se mueven así todo raro, los ojos se les ponen así todos blancos, blancos blancos blancos, el cascaron transparente se les queda atrás, se les va arrancando así ¡sha! y salen con nuevos colores, parecen que se están muriendo pero no, solo están cambiando de colores, parece que tuvieran miles de vidas… si yo fuera serpiente me cambiaria de colores…” 
El corazón de las metáforas de Ceniza Negra es la serpiente, y como ya lo había mencionado antes, sus secretos nos son revelados en la introducción; ella es todo, es producto, moneda, portal, puente, amenaza, conflicto, cómplice, mediadora, vida, muerte, ella es infinito. No está de más hacer una seductora mención al místico símbolo del uróboro, que al igual que esta película contiene secretos sobre el retorno y/o lo infinito; tal vez, dicho símbolo encuentra casualmente una potente representación en esta película. 
Hacia el final de Ceniza Negra, la serpiente permite que Selva a abrace la muerte, haciéndola su cómplice, forjando una amistad que la propulsa hacia lo desconocido, hacia la libertad, y no sólo a ella, también al tata, el abuelo de Selva, quien encuentra a la muerte como él la imaginaba. En un dialogo el tata contesta a su nieta cuando le pregunta qué piensa sobre de la muerte así: “bueno la muerte es un dormir… es un… dormido profundo… duerme para siempre, no despierta nunca.” En esta sentencia encontramos una reivindicación a la angustia que provoca la muerte y el más allá, el dormir se recibe en paz, en equilibrio, con la disposición para embarcarse en el viaje de los sueños y celebrar que conocerá el infinito.
Para cerrar esta reflexión, que espero sea tan fructífera para ustedes como para mí, agrego un verso de un poema de Walt Whitman que me dejó la misma sensación que el sonido de las cabras al final de Ceniza Negra.

“Ven, amable y tranquilizadora muerte,
ondula alrededor del mundo, llegando, llegando, con serenidad
en el día, en la noche, para todos, para cada uno,
tarde o temprano, delicada muerte.
Loado sea el insondable universo,
por la vida y la alegría, y por los objetos todos y la curiosa sabiduría
y por el amor, el tierno amor ¡Loado, loado sea!
por los brazos con que estrecha la muerte en sus fríos abrazos.
Sombría madre que se desliza y aproxima siempre con dulces pasos,
¿ha entonado alguien para ti un cántico de íntegra bienvenida?
entonces, yo lo entono para ti, glorificándote por encima de todas las cosas,
yo te traigo un cántico para la hora en que, verdaderamente,
tú debes llegar, llegar indefectiblemente.
Aproxímate, poderosa libertadora;
cuando esto acontezca, cuando tú a ellos los hayas arrebatado, yo cantaré alegremente a los muertos,
perdidos en el océano amante y flotante que es el tuyo
bañados por el oleaje de tu felicidad, ¡oh, muerte!
de mí, hacia ti, alegres serenatas,
danzas propongo para saludarte, ornamentos y festines para ti,
y los espectáculos del paisaje descubiertos, y el alto y dilatado cielo que te corresponden,
y la vida y los campos, y la inmensa y meditabunda noche.
La noche silenciosa bajo innúmeras estrellas,
las riberas del océano y la bronca ola murmurante cuya voz yo conozco,
y el alma volviéndose a ti, ¡oh, muerte! inmensa y bien velada,
y el cuerpo cobijándose con reconocimiento, cerca de ti.
Por encima de las copas de los árboles, yo hago flotar hacia ti un cántico
por encima de las olas que suben y bajan, por encima de miríadas de campos y de amplias praderas,
por encima de ciudades apretujadas, y los muelles y los ferrocarriles hirviendo multitudes,
yo hago flotar con alegría hacia ti ¡oh, muerte!”2



Juan David Cárdenas Ramírez, Bogotá, Colombia.



Referencias
1Alcántara Manuel, “Yo tuve el corazón capaz de lluvia” en El porvenir de ayer ya es recuerdo – Antología, Sevilla, Junta de Andalucía, Centro Andaluz de las Letras, 2019, pp, 74-75. 
2Whitmal Walt, “Cuando las lilas estaban en flor” verso 16 en Hojas de Hierba, Biblioteca Virtual Universal, 2010, pp, 101-102
Kierkegaard Søren, El concepto de la angustia, Madrid, Espasa – Calpe S.A., 1982






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