Encontré el encanto de mi ciudad con los relatos de Jaime Saenz, cuando en las visitas a su casa, improvisaba historias para morirse de risa, de las caras de sorpresa o de susto de sus sobrinas. Nunca se cansó de repetirnos que era hermano de Satanás y por eso vivía en la oscuridad. Nosotras jamás nos atrevimos a dudar de tal verdad y simplemente escuchábamos las anécdotas de personajes y de calles o las descripciones de olores y apariciones o desapariciones.
Bajo la luz de un quinqué, crecimos alucinadas, entre sus relatos, su silencio de día, sus temibles gritos y compartimos la sensación de un tiempo detenido eternamente en un espacio que mantuvimos en encuentros a veces semanales, otros más distanciados, hasta 1986.
Desde sus primeros años, fue el centro de atención de su madre, la abuela Graciela y de la tía Esther. A menudo, despertaba al amanecer y jugaban hasta la salida del sol, cuando el trabajo las obligaba a terminar el juego. Amaneceres que de joven, se convirtieron en inolvidables momentos, cuando llegaba con partes de algún cadáver de la morgue que luego había que devolver o hacer desaparecer en contra de su voluntad. O, cuando en la casa de la calle Tejada Sorzano, las mujeres que lo acompañaron en su vida: su madre, la tía y sus dos hermanas, debían levantarse, recibirlo con su grupo de amigos aparapitas de la calle Yungas, y preparar un caldo caliente.
Su privilegio abarcó hasta lo más simple, cada día la nata de la leche hervida se dividía en dos porciones: Jaime con Yolanda, Jaime con Elva y Jaime con Nela. La familia vivió en diferentes casas de la ciudad de La Paz. En alguna de las, ahora, más viejas de la avenida Montes, Jaime obligaba a la niñera a lanzarse desde el segundo piso hacia el patio, cargada de su hermana Elva con un paraguas como paracaídas, anécdota que ella todavía lleva marcada en una cicatriz en la ceja.
Entre el Centro de La Paz, Miraflores y Sopocachi transcurrieron sus días. Más tarde, los traslados siguieron siendo una constante. Habitó Bolognia, cuando todavía había bosque y Achumani, cuando la Meseta sólo tenía unas cuantas casas. Finalmente, vivió los últimos dos años de su vida en la Casa del Poeta, propiedad municipal, situada muy cerca de la morgue y del Hospital del Tórax, donde un mes antes de su muerte, pasó algunas semanas.
Aunque vivió en todas esas, su casa, siempre fue una. Necesariamente tenía muchas habitaciones para acomodar las pertenencias de su madre y su abuela ya que siempre aclaraba que al no tener familia, debía cuidar los trastos heredados. Para el encuentro y las partidas de generala el cuarto de los Talleres Krupp siempre estaba abierto a sus amigos, mientras que en su dormitorio, el escritorio y su tabla para escribir tenían su propio lugar, como los relojes, distribuidos por toda la casa o cada recuerdo clavado en la pared.
En su adolescencia, fue perseguidor de las aventuras de sus hermanas, a quienes encontraba en la pista de patinaje del Hotel Torino y donde juntos se olvidaban del retorno a casa, hasta que la tía Esther o su madre, Graciela, los encontraban. Desde su partida a Alemania, antes del bachillerato, encargaba a su madre uno que otro disco o libro para que se lo envíen junto a la remesa mensual. Sus papeles cuentan una historia de amor con una joven alemana, a quien tanto amaba que en una ocasión dispuso la remesa de todo el mes para la cena de una noche y un paseo que fue más importante que su sobrevivencia.
Enamoradizo como él solo, amó profundamente. Además de su recurrencia literaria con la vida y la muerte hay que reconocer que sus poemas y escritos son un hecho de amor. Sufría mucho por la falta de su amor y de su hija. Carencia que perduró por siempre y compartió con la tía Esther, quien vivió el duelo del tío Alberto, su esposo, durante toda su vida.
Para Jaime, el tío Alberto fue su figura paterna. Aprendió de él su gusto por la música, por el chocolate y el tabaco y heredó su autoridad tras su muerte. Quedó impresionado para siempre cuando la tía recuperó sus restos en Argentina, de los cuales le permitieron trasladar sólo las manos.
Sin llegar a los diez años, el tío Alberto permitía a sus sobrinos fumar cigarrillos perfumados importados desde no sé dónde, tradición que mantuvo la tía Esther cuando nos invitaba su cigarrillo y unos sorbos de cerveza o vino para que conozcamos el sabor de lo bueno.
Los domingos fueron sagrados para el descanso de la tía. Siempre iba a la casa de una de las dos sobrinas, donde tomaba un trago, un café y fumaba muchos cigarrillos. Alrededor de las seis de la tarde la acompañábamos para iniciar una nueva semana, esperando los despertares nocturnos de su sobrino, a quien atendió en un régimen cercano a lo dictatorial.
Cuando estaba cansado de los sabores, porque la tía ya no sabía qué hacer para contentarlo, llamaba por teléfono en son de auxilio y encargaba la comida de sus hermanas. Su apetito siempre fue limitado y aunque disfrutaba las conservas europeas saboreaba con gusto el mechado de cordero y los pastelitos de carne que la tía cocinaba.
Le fascinaba grabar ruidos, voces y los pasos de la tía cuando subía las gradas o se acercaba a su cuarto. Disfrutaba de los avances tecnológicos y los recuperaba en sus cuartos, aunque, por supuesto, estaban vetados los relojes electrónicos.
En este sinfín de vivencias en la memoria familiar queda la ternura de su amor, la complicidad, el cambio de los cuartos, la oscuridad en el día, sus amores, sus dolores, su búsqueda, sus manías y las marcas que el alcohol dejó en su vida.
Con el sabor del tabaco y el olor de la vejez hemos aprendido su delirio, su pasión y su constancia. Al acompañar sus últimos días, junto a su médico de cabecera, Cayo Rivera y el custodio de su obra, Arturo Orías, nos encontramos con la muerte tal vez por el tacto, tal vez al pasar un cometa y conocimos otra dimensión de la vida.
Gisela Morales Gonzales, estudió Comunicación Social en la Universidad Mayor de San Andrés y Universidad Andina Simón Bolívar de la ciudad de La Paz. Ejerció periodismo, elabora y desarrolla estrategias de comunicación y materiales impresos. Planifica y evalúa proyectos de desarrollo social. Ha publicado entrevistas y materiales institucionales diversos en los últimos veinte años. Sobrina del escritor Jaime Saenz Guzmán, responsable de su archivo y derechos de autor.
Texto perteneciente al reportaje «Inéditos entornos de Jaime Sáenz».
Fotografía: Jaime Sáenz con una amiga en Alemania. Galería de imágenes • Jaime Sáenz.
Archivo Jaime Saenz - Web site
Copyright © Este artículo forma parte del reportaje realizado por Juan Carlos Vásquez a Gisela Morales, sobrina de Jaime Saenz Guzmán, responsable de su archivo y derechos de autor. El Texto o la imagen no puede reproducirse sin la autorización del autor, Gisela Morales y/o Herederos del K(c)aos.
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