No había logrado dormir, la cita con la muerte ya tenía hora pautada. Su estómago revuelto apenas si podría tolerar un café negro. Pero aún con náuseas y resistencia, la condena se llevaría a cabo.
Rogó a Dios por su salvación y la de todos ellos. Luego vendría la confesión ante el sacerdote. Aún aguardaba un milagro, el indulto del gobernador. La esperanza intacta hasta el último segundo. Un perdón desestimado. No hubo compasión ni clemencia.
Caminaba por el largo corredor gris a encontrase con la muerte en esa sala fría, blanca, aséptica. Separados por una pared vidriada, se ubicarían los testigos. Soberbios y convencidos de estar en presencia de un acto correcto, observarían con frenesí erótico.
Cuando el juez dio la orden, puso su mente en blanco y bajó la palanca. El cruel chirrido que provocó la electricidad fue un brutal latigazo que no quería recibir. La sentencia se había cumplido. Una joven madre yacía inerte sujeta a la miserable silla. Overol naranja, capucha negra, manos sujetas; descalzos, los pies crispados como hechos un ovillo, aún humeantes. Y el olor repugnante de la carne quemada; todo ofrecía a los presentes un show macabro que estimulaba sus morbos.
Con la mirada nublada por ocultas lágrimas, caminaba de regreso por el largo corredor gris, el que atravesaría nuevamente para cumplir la próxima ejecución. Cómplice de la barbarie legalizada, el verdugo se persignó e imploró un indulto, esta vez para su alma.
Y él reía
No puedo precisar el día. Probablemente un sábado, también podría haber sido domingo, feriado. Lo sé porque Gustavo estaba tomando una siesta con Dani en la habitación del muchacho. Sábado. Sí, me gusta sábado, como hoy, quizás así pueda que vuelva a suceder.
Llovía, llovía mucho. No una brutal tormenta, ni siquiera tormenta, una copiosa lluvia de todo el día. Y yo, sentada en el comedor, rodeada de papeles, libros, lapiceras, tratando de encontrar entre relatos nuevos, el improbable consuelo a la melancolía por la pérdida de Pablo.
Pablo había decidido abandonar nuestras vidas. Y la de él. Su partida fue para nosotros, devastación. Cada día, cada hora, su casa de la planta alta, ahora vacía, sola. Vacío y soledad que se nos contagiaba, se metía con dolor en nuestra cabeza y carcomía nuestros corazones, nuestros estómagos, nuestros huesos, nuestra búsqueda incesante de una explicación racional en medio de la absoluta irracionalidad.
Entonces, unos golpes sonaron en la puerta. Extraños, y sorpresivos golpes. Era alguien que sin tocar timbre y sin llave de la reja, atravesó el patio delantero de las casa y llegó hasta la entrada del comedor. Supuse que sería alguno de los buenos vecinos, y que la reja estaría abierta, una costumbre que había quedado de antes, de cuando Pablo nos cuidaba desde su ventana privilegiada de arriba, que le permitía detectar todo movimiento. Sabíamos que él siempre estaba, no era necesario levantar la cabeza. Nos veíamos sin mirarnos.
–Pablo –respondió la inconfundible voz cuando pregunté quién era.
–¿Pablo?¿Pablo? –repetía yo confundida
Mi mano apurada buscaba el picaporte mientras lágrimas copiosas acompañaban mi ansiedad. Había sucedido. Pablo había vuelto. No sabía cómo, ni me interesaba; tampoco creo en fantasmas ni aparecidos. En ese momento fue lo que menos me importó, sólo quería abrazarlo, besarlo, volver a hablarle, a decirle malas palabras, escucharlo, sentirlo vivo, respirando en nuestra casa.
Allí estaba Pablo, sonrisa inmaculada bajo el espeso bigotazo negro. Un flequillo mojado apenas tapado por un gorro de lluvia color negro charolado, igual que la capa que lo cubría hasta la mitad de la cadera. Traía debajo una remera de color rojo. Un color poco habitual en él. Creo haber percibido que llevaba bermuda y ojotas…no lo sé. Solo reparaba en la sonrisa, y le devolvía un incontenible llanto.
–Pablo, Pablo –gritaba yo mientras él entraba.
–¡Gustavo! Es Pablo, es Pablo –y como un eco gritaba su nombre.
Gustavo abrió la puerta de la habitación mucho más rápido de lo que yo puedo relatar este curioso hecho.
Se miraron, no se hablaron, los hermanos no necesitan hablar para decirse cosas tan profundas.
Pablo se asomó sonriente a saludar a Dani, que indiferente, ya despierto, se sentó frente a la computadora y tomó unos auriculares.
–Hola –respondió seco el muchachito sin disimular el enojo, la falta de perdón, de comprensión; la ausencia de misericordia del adolescente hacia el suicida amado.
Él continuaba riendo; reía todo el tiempo. Se quitó el gorro y se sentó en la silla en la que habitualmente se sentaba Gustavo cuando nos reuníamos a comer pizza y reíamos todos, los cuatro. Gustavo dio vuelta a la mesa y se sentó en ángulo. Continuaban sin hablar. Pero Pablo reía y reía. Se lo veía tan feliz. Yo permanecía de pie, sin entender, solo lloraba plena de felicidad, de alegría, y de incomprensión. ¿Todo había sido una broma de mal gusto? ¿Cómo nos engañó a todos?
–No, es un sueño, tiene que ser un sueño, no hay otra explicación. Gustavo, despertame; no, no quiero despertarme, este es un hermoso sueño.
–No es un sueño, es Pablo –respondió mi marido, iluminado por una infinita paz, el fantástico hecho de que su hermano ya no estuviera muerto.
–Te vieron Pablo. Gustavo te vio, la policía, malditos forenses, la maldita cochería… todos te vieron menos yo. Yo no pude Negrito, no pude ni quise verte –le explicaba ahogada en un llanto incesante. No era angustia, no era tristeza, no era congoja. Eran las tres sin embargo, acumuladas durante meses de ausencia. Yo lloraba como nunca.
Y él, reía como nunca; o como antes, hacía tanto que había olvidado lo que era reír.
–¿Por qué, por qué Pablo, por qué nos hiciste sufrir tanto? –le reproché.
No me respondió. Él sólo reía. Ahora, Pablo por fin y para siempre, era feliz.
Paulina Luisa Sarfson, Buenos Aires, Argentina, 1962. Publicó cuentos a través de selección Editorial Dunken, Buenos Aires. Primer Lugar Concurso Rotary Club Flores, Ciudad de Buenos Aires 2018/ Primer Lugar Concurso Plaza de los Poetas Quequén, Buenos Aires 2019/ Mención especial concurso ASBAN, Buenos Aires 2020. Autora Club Fuentetaja, España. Publicación en Revistas Literarias Latinoamericanas.
Periodista Graduada. Redactora. Correctora. Producción en medios escritos y audiovisuales. Postítulos en Escritura y Literatura, Ministerio de Educación Argentina. Coordinadora Talleres de Periodismo y Publicidad, Escuelas Medias Buenos Aires y de Talleres de Escritura de manera autónoma. Invitada eventos Secretaría de Cultura, Municipalidad de Vicente López, Buenos Aires, donde reside desde 2010.
Fotografía de Matthew T Rader (en Unsplash). Public domain.
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