'La burbuja de cristal', cuento de Lucía Scosceria de Cañellas


Yo tenía una burbuja de cristal, era chiquita y estaba en un lugar desconocido. A veces estaba sola, bueno, casi siempre, así que pensé en encontrar a alguien que estuviese ahí conmigo para compartir pensamientos, emociones, risas y lágrimas.

Pensé que no sería difícil, sólo necesitaba dos cosas. Que yo amara a esa persona y que ella me amase a mí. Pero con el correr del tiempo me di cuenta que ese alguien especial no existía. Para olvidar tanta soledad ocupé los espacios vacíos que había adentro con palabras, dibujos, pinturas, y a veces, con algunas canciones.

Pero un día algo pasó. Conocí a alguien. Me miró con ojos tiernos, sonrió con timidez, pidió un beso y dijo “te quiero”. El milagro había ocurrido. Ya no estaba sola. Mi burbuja de cristal nos escondía de todos en su interior y ahí no nos podían lastimar. Y éramos muy felices. Nos convertimos juntos en arquitectos, magos, médicos y poetas, vestimos las paredes de sueños imposibles y mirábamos arrobados cuando alguno de ellos se volvía realidad, con una sonrisa y un beso mágico la antigua tristeza se desvanecía como rocío ante la caricia del sol. Los besos y abrazos curaron todas las heridas y los mimos tapizaron el techo y el piso del lugar. Ahí estábamos seguros. Un día nos acercamos a un sueño nuevo, inventado hacía unas horas, y como era más pequeño que otros, había dejado un lugar libre en la pared transparente.

—Mira— dije mostrando hacia la ventana.

Y vimos un bosque muy verde que se extendía por muchos kilómetros. Y la maldita curiosidad se metió en mi corazón y quise salir de la burbuja de cristal y lo invité a ir conmigo.

—Si quieres que vaya, iré, pero tengo miedo.

Yo también temía, pero la curiosidad era tanta que le dije:

—A tu lado no tengo miedo a nada. Vayamos a ver qué hay más allá de nuestra burbuja.

Me sentía con la fuerza que da el amor, que no se ve, pero es poderosa.

—Vamos—dijo, aunque un dejo de duda le quebró la voz.

Abrimos la puerta con mucho cuidado, la dejamos con la clave secreta lista para introducirnos un día después y salimos al exterior. El camino verde se fue poniendo de un tono muy oscuro hasta que la luz se cambió de golpe por una penumbra tétrica.

—Tengo miedo— dijo él.            

—No debes temer. Si nos queremos nada podrá pasarnos— Yo sentía que podía defenderlo con todas mis fuerzas, hasta con mi vida, de lo que fuere.

El más tenebroso pantano se abrió a nuestros ojos y adivinaba seres oscuros que nos acechaban detrás de los árboles secos y lúgubres. Un águila de hermoso plumaje apareció de la nada. Sus ojos eran verdes y resplandecían en la oscuridad de la noche como dos esmeraldas.

—Ven conmigo —dijo—te mostraré un lugar lleno de cosas nuevas. Sé que ahí serás feliz. Deja que ella siga su camino Sin ti.

Yo esperaba oír su negación, decirle que no podía dejarme sola, pero no dijo nada. Entonces el águila montó en cólera ante la indecisión y graznó con furia.

—¿Por qué no vienes? Nadie me hace un desaire, tú te lo pierdes— y alzó vuelo con un sonido espeluznante.

La oscuridad se hizo de nuevo en el corazón del bosque. Ya no deseaba estar ahí. Añoraba la seguridad de mi refugio. Pero habíamos programado el regreso para el día siguiente así que debíamos pasar ahí la noche. Buscamos un lugar donde dormir. A tientas tomamos hojas y ramas de los árboles y formamos un nido. Cansados nos acostamos abrazados. Cuando estaba a punto de dormirme, apareció una ardilla y se puso a saltar a nuestro lado. Tenía una rara luz que nos permitía verla. Era simpática y nos dijo que vivía en el bosque y que estaba contenta con nuestra presencia. Que sabía muchos juegos y que nos los enseñaría. El miedo se fue y entonces jugamos los tres. Ella hablaba, reía, era tan ocurrente. Pero un sueño extraño volvía los párpados muy pesados y ya no quería jugar. Quedé dormida, cuando desperté la ardilla estaba en brazos de mi amigo. Él parecía contento. Al rato, sentí que miles de hilos me tiraban hacia el bosque. Quería gritarle, que me defendiera, que me llevaban lejos de él, pero la voz se negaba a salir de la garganta. ¿Quiénes estiraban de los hilos? No veía a nadie. Olía un aroma pegajoso, escuchaba un deslizar de pies, como si un centenar de seres invisibles corrieran sobre el pasto húmedo y alguna que otra risa apagada. Después tuve la sensación que estaba sola. Como antes. Abrí los ojos y sentí el dolor en el pecho. No tenía heridas. Entonces supe que ella había regresado. Se metió en su antiguo hogar, sin pedir permiso, al ver que él se había ido. Ahí se acomodó para quedarse por mucho tiempo. Mi antigua amiga, la tristeza.

Lo llamé varias veces.

—Aquí estoy—dijo emergiendo detrás del tronco de un árbol gigante

El bosque se veía ominoso con la luz del amanecer.

—¿Por qué me dejaste sola? ¿Por qué? ¿Por qué no me defendiste?

—No supe qué hacer— respondió.

Nos tomamos de la mano. Caminamos y caminamos hasta que llegamos a la burbuja. Parecía más pequeña. Y así era. Por más que tratamos, sólo yo podía entrar. No había lugar para él. Pero yo no quería estar sola ahí. Presa de la desesperación, me arrojé contra la burbuja, hasta que la sangre de la cabeza se mezcló con la prístina luz que emergía de los vidrios trasparentes y se oyó un terrible sonido producido por el temblor de las paredes. El ruido se repitió una y otra vez con diversos matices, hasta que la burbuja cambió, se onduló y las paredes aumentaron de tamaño. Eso me alegró porque ahora él cabría ahí de nuevo.

Entonces, me limpié la sangre que se resbalaba por la frente y le abrí la puerta.



Lucía Scosceria,1954, Finale Ligure (Savona, Italia) - Noviembre 2008, Paraguay. Desde pequeña vivió en Paraguay donde realizó sus estudios primarios, secundarios y universitarios. Fue maestra, Licenciada en Pedagogía y Filosofía y Abogada. Creó la revista deportiva "Orión" en su ciudad, Encarnación. En septiembre de 1993 publica su primer novela en Ediciones Von Bargen, Asunción, Paraguay; al año siguiente la novela Amelia, Editorial El Mercurio; en 1996 la colección de cuentos Para contar en días de lluvia. De ella dice el escritor y dramaturgo paraguayo Mario Halley Mora: "Este libro contiene relatos fluidos, que hacen de su lectura un placer, tanto por el manejo esquemáticamente agradable del relato, como por la logicidad del argumento de cada cuento -aunque rocen con lo sobrenatural- y la maestría de los diálogos". En 1998, la misma editorial publica Decisiones, colección de cuentos. Gabino Ruíz Díaz Torales, Rudy Torga, Director del departamento de Cultura Popular de Paraguay, dice: "El más firme testimonio de la literatura de Encarnación en nuestros días". En el año 2000 edito Sobredosis de cuentos. Lucía Scosceria dejó muchos libros, más de veinte: tres novelas, cuatro poemarios, tres antologías (poesía y cuentos de su Itapúa) y una docena de libros de cuentos.


Cuento publicado originalmente en el número 1 de Herederos del Kaos, Mayo 2006.


Fotografía de Jordan Rogers (en Unsplash). Public domain.


El Adiós a Lucía Scosceria


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