«El ausente», un relato de Gabriel Valdovinos Vázquez


El reloj checador marca las 7:53 p.m. en la tarjeta de Raúl, y observa que curiosamente la entrada se registró a las 7:53 a.m. de ese mismo día.

Doce horas intensas dedicadas a aquel trabajo cuyos ingresos lo obligan siempre a recurrir a las tarjetas de crédito, financiamientos hipotecarios, comerciales y demás recursos para alcanzar a solventar las necesidades básicas de su familia.

Con estas cavilaciones y haciendo un repaso de las obligaciones y pagos pendientes por cubrir, conduce a toda prisa entre las atestadas avenidas de la ciudad, en aquella noche que parece haber convocado a todos a salir en sus vehículos y hace aún más complicado el retorno a su hogar.

Se detiene en un centro comercial con el fin de conseguir algunos encargos que le hizo Alma, su esposa y algunos detalles para sus hijos: Rafa, introvertido joven de 17 años; Lucy, arrogante y rebelde quinceañera; y Rommy, mimada y berrinchuda niña de 8 años.

Cabizbajo, mientras camina del estacionamiento a la tienda, trata de recordar en qué momento pasó a ser prácticamente un extraño y convertirse en un invisible fantasma en su familia. Rafa lo ve con enfado, lo trata con indiferencia y evade su cercanía. Lucy, con actitud retadora, parece empeñada en hacer todo lo contrario a las pocas reglas que han pretendido imponerle y amenaza siempre con marcharse de la casa ante la más mínima molestia.

A Rommy siente que la pierde un poco más cada día, influenciada por los desplantes de sus hermanos y las continuas disputas con su esposa por sencillos temas domésticos que, ante la poca disposición para corregirlos, han ido escalando a niveles catastróficos.

La algarabía de un grupo que festeja en un antro de aquella plaza llama su atención y descubre entre ellos a Glenda y Javier, compañeros de su trabajo que desde temprana hora abandonaron sus labores con el consentimiento de su jefe.

Raúl tuvo que cubrir las actividades no realizadas por ellos y a eso se debe que su horario laboral se haya prolongado, como continuamente ocurre. Contrariado con ese incidente, se apresura a realizar sus compras y retoma las calles y avenidas.

El tiempo transcurre y repentinamente se ve atrapado en un atasco vehicular ocasionado por algún accidente. Con resignación enciende la radio para aligerar un poco la obligada espera y tratar de acallar las angustias y preocupaciones que golpetean en su cabeza.

Si al menos hubiera alguna forma de conversar tranquilamente con Alma, recobrar la confianza y la unidad, ella podría ayudar a suavizar la tensa relación con los muchachos. Pero la queja siempre es la misma, y la actitud de culparse es mutua.

Ante la presión de los gastos, Alma ha tenido que buscar un empleo, lo que ha abierto aún más la brecha y las heridas al seno de aquella familia.

Trabajar, cubrir gastos, discutir con su esposa, perder el cariño, el afecto, el respeto y el lazo familiar, se ha vuelto un ciclo por demás cansado y frustrante.

Lejos han quedado los momentos de los juegos, las sonrisas, los abrazos, las esperanzas, los proyectos, las ilusiones. Todo eso ha cedido el espacio a las presiones, las ausencias, las exigencias, las amenazas, las culpas… 

A vuelta de rueda ha logrado llegar a un estacionamiento cercano a la colonia en que vive, por lo que decide dejar ahí su auto y caminar unas cuantas calles cargando los pocos paquetes que hace algunas horas ha comprado.

Ya en todas las casas se alcanzan a escuchar los festejos de Noche Buena. Música, cantos, piñatas, juegos y festejos por todas partes. Cada quien celebrando a su manera.

Después de recorrer varias cuadras, se detiene a descansar cerca de una ventana por donde alcanza a escuchar el sencillo festejo que se lleva a cabo al interior de esa casa.

En ese momento empiezan a sonar las doce campanadas que marcan la cuenta regresiva para el momento culmen de aquella noche.

En la soledad de aquella calle oscura, Raúl empieza a beber sorbo a sorbo las hieles de los últimos meses, lamentando que bien pudieron ser mieles, con un poco de esfuerzo para establecer prioridades y jerarquizar necesidades.

Y a cada campanada tragaba una a una las hojas del almanaque con todos los esfuerzos omitidos y las decisiones postergadas, que fueron la sentencia de muerte de tantos momentos felices en aquella familia.

Un llanto conocido para él se escucha a través de esa ventana, al tiempo que el sonido de la doceava campanada le hace reconocer que está frente a su casa, que la silla vacía a él le pertenece, que aquellos jóvenes le echan de menos y hoy Rommy llora por la inesperada y eterna ausencia de su padre.


Gabriel Valdovinos Vázquez.
Colima, MÉXICO. 1970. Autor de los libros Jubileo, Destellos, Desafíos y Naufragios. Colabora en diversas revistas de España, EUA, México, Perú, Colombia y Argentina. Escribe narraciones cortas, sobre temas sencillos y cotidianos. Pretende llevar al lector, a través de la magia de las palabras, a paraísos maravillosos ubicados en nuestro entorno o en nuestros recuerdos y habitado por seres extraordinarios con los que convivimos todos los días.

Photo by Jamie Street on Unsplash

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