El único testigo de su deambular errático, era una imponente luna llena consciente de su efímero esplendor. En breve tendría que recoger sus plateados rayos y dar paso a los del sol, que librarían del anonimato los rincones mas oscuros de la calle.
Él prefería la luz tenue, por la sensación de mantener en el anonimato los rincones más oscuros de su alma.
El sentimiento de culpa, estaba atrapado en el laberinto de sus reproches, provocado por el recuerdo de aquella mirada cargada de decepción de la única mujer a la que amó.
Ya nunca podría mantener esa otra mirada, febril y enrojecida de un destino que jamás sería amable con él.
Llegó a un acantilado y al pisar el borde se desprendieron algunos guijarros. La sensación de altura física era tal que al mirar a la luna pensó que podría contarle cara a cara los problemas que le habían convertido en un pertinaz noctámbulo. Después, miró sus pies y la sensación de que dar un paso sería el fin de todas sus cuitas se apoderó de todo su ser.
El trino de los pájaros le hizo darse cuenta de que había llegado la hora de cambiar de señor en la cúpula del cielo. Una bola de fuego asomaba por el horizonte tiñendo las aguas de rojo.
El viento le impedía mantener los ojos abiertos, pero en su cuerpo podía percibir el nuevo amanecer. Apartó de su mente todos los problemas y decidió disfrutar del milagro de la naturaleza lo que le quedaba de vida. Ya no podía ser mucho porque hacía un buen rato que había dado un paso al frente.
José Luis Guerrero Carnicero (Madrid 1959). Comenzó su actividad literaria creativa con relatos cortos y poemas presentados a diferentes concursos y certámenes en los que obtuvo numerosos premios y reconocimientos, algunos de los cuales fueron recogidos en antologías editadas por los organizadores. Debutó en la novela con “ Alter Ego” a la que siguieron otros títulos como: “Niño, no molestes a la vivos” “La prisionera de Vincennes” “Duende” “Bastet”…
Fotografía de Tory Hallenburg (en Unsplash). Public domain.
No hay comentarios:
Publicar un comentario