Jorge tiró suavemente de las riendas de su caballo hasta que este se detuvo totalmente. Se fijó en las ramas chamuscadas de los árboles, y observó que de algunas todavía se desprendían pequeñas, y casi imperceptibles, columnas de humo. El dragón no podía estar muy lejos. Desmontó y amarró el caballo a un árbol, comprobó el estado de la espada que llevaba colgada en su cintura y aferró con fuerza el astil de su lanza para infundirse valor.
No tardó en tener contacto visual con el dragón. Estaba plácidamente tumbado y, aparentemente, distraído.
Se acercó sigilosamente por su espalda y levantó la lanza, la