«Un viejo de mierda», relato del autor y dramaturgo argentino Oscar (Tato) Tabernise

Hace dos horas que la enfermera me tiene sentado en la vereda, asándome al sol, porque la turra de mi hija cree que me hace bien. Para colmo me pishé encima y tengo que bancarme el pañal mojado. Esa es la manera de ocuparse del abuelo que tiene mi mierdosa familia. Hoy a la noche me van a festejar los noventa y cuatro años que cumplí la semana pasada. Ese día nadie podía y lo aplazaron para hoy, como si fuese lo mismo. Son una manga de hipócritas. Como si yo no supiera que están esperando a que reviente para repartirse la herencia. ¡Por mí se pueden ir todos a la recalcada concha de su madre!
Si solo tuviera un poco de pasas de uva. Parece mentira, cuando era chico no me gustaban… ¿De qué estaba hablando? Ah sí, de la familia de mierda que me tocó.
Tengo dos hijos. El mayor es un varón. Yo me casé de grande y pasaron varios años hasta que mi mujer, mucho menor que yo, quedó embarazada, así que cuando nació el pibe fue el día más feliz de mi vida. La alegría me duró ocho años. Cuando cumplió esa edad y pidió de regalo una cocinita de juguete perdí toda esperanza con él. No es que creyera que fuera maricón, no señor, no me hubiese importado si con eso le venía un poco de talento para algo, pero tuve que resignarme a la idea de que mi primogénito fuera un pelotudo. Cuando terminó el industrial y lo puse a trabajar en la ferretería me salió con que quería ser cocinero.

Yo me había roto el culo para montar una ferretería en este barrio de mierda, y después convertirla en una referencia para la gente de todo el pueblo que venía a buscar las cosas más insólitas: pendorchos, pendorchitos, cosos, cositos y la más variada cantidad de boludeces que se te puedan ocurrir. ¿Pero… de qué estaba hablando? ¡Ah sí! Del pelotudo de mi hijo. ¡Cocinero! Quería ser cocinero para terminar friendo milanesas en una fonda de mala muerte. Porque hay que decir la verdad, en casa se le daba por cocinar y francamente lo hacía para el ojete. Y hablando de ojete. Encontró una atorranta que le dio bola porque ella si sabe valorar la ferretería o, mejor dicho, lo que factura la ferretería. Al final lo obligué a dejarse de joder con la cocina y ponerse a trabajar en el negocio ya que había decidido formar una familia. La cuestión es que mi nuera resultó ser flor de puta y mi hijo el cornudo del año.

A los dos años del nacimiento de mi hijo nació la “princesa”. Cartón lleno, me dije en ese momento, creyendo que “la nena” me iba a reivindicar como padre. Con ella tardé un poco más, hasta los diez, para convencerme de que mi descendencia era un completo fracaso. La muy turrita en lo único que pensaba era en mirarse en el espejo y en rascarse la argolla. Pero cuando pensé que, al igual que mi hijo, tampoco tenía cerebro, mi hija me demostró que, por lo menos, era bicha. Se hizo embarazar por el boludo de mi yerno que venía de una familia de plata de la zona. Lo que no calculó la nena fue que la familia perdió toda la guita en una de las corridas cambiarias de esas que se producen cada dos por tres en este país de mierda. El resultado fue que el boludo de mi yerno terminó trabajando, también, en la ferretería y pelándose el culo para satisfacer los caprichos de mi hija. Por lo menos él sabe trabajar y es el que mantiene a flote el negocio, porque el cagón de mi hijo para lo único que sirve es para llenar el local de veneno porque tiene terror a las ratas.
Me acabo de cagar y la hija de puta de la enfermera sigue boludeando con el cana que vigila la cuadra. Si por lo menos me la meneara de vez en cuando, pero cuando se lo propuse me pidió plata y, como yo ya no manejo la guita y tampoco puedo decirle a los guachos de mis hijos que le paguen a la enfermera para que me haga la paja; me la tengo que aguantar.

¿Qué decía? ¡Ah sí! Hablaba de mi familia. Me falta contarles de mi mujer. “Una santa” repetían las vecinas en el velorio de mi esposa. “Vivía para su casa y sus hijos”. ¡Mentira! Lo único que hizo todo el tiempo que vivió conmigo fue arrepentirse. Mi mujer se hubiese casado con un tal Richi que vivía fumado y tocaba la guitarra como el orto. Los padres se lo espantaron y medio que la obligaron a casarse conmigo. Ella no se resistió. Sin embargo, en lugar de agarrárselas con los padres me las hizo pagar a mí. Las pocas veces que cogimos parecía un cadáver. Se abría de gambas y se dejaba hacer ladeando la cabeza para un lado. Eso cuando quería porque la mayoría de las veces que se lo pedía ponía cualquier excusa, la más obvia era un eterno dolor de cabeza a la que el médico nunca le encontró explicación. Al tiempo me acusó de acostarme con la mujer que trabajaba en casa. ¡Como si yo tuviera la culpa! Un hombre tiene sus necesidades, carajo.

Mi mujer vivía soñando todo el tiempo con váyase a saber qué -Imagino que con la vida que le hubiese gustado tener-, mientras escuchaba música romántica. Suspiraba con Sandro, Salvatore Adamo y Paul Anca, al principio y después con Luis Miguel, Arjona, Cristian Castro y toda esa caterva de pelotudos.
¿Qué estaba diciendo? Ah sí, les contaba de mi mujer. Todo el mundo cree que fue una santa. Solo yo sé que la muy turra se encontró años después con el hijo de puta de Richi. Yo algo me sospechaba y la seguí un domingo a la mañana cuando salió, según ella, a la basílica de Lourdes, la cuestión que cuando llegó a Irigoyen dobló, cruzó la barrera y llegó a la calle Viacaba. Se metió en la casa en la que vivió Richi toda la vida. En la puerta todavía se leía el cartelito de “Se dan clases de guitarra”. ¿Qué laburo de mierda es ese? Pero me estoy desviando. ¿Qué era lo que decía? ¡Ah sí! Que seguí a mi mujer hasta lo de Richi. La casa se caía a pedazos y era de esas que tenían mucho jardín adelante, lleno de yuyos que hacía años que no se cortaban. Salté la tapia, crucé el jardín y me asomé a las ventanas, cuando llegué a la del dormitorio vi que se estaban besando mientras él la desnudaba. Me quedé espiando. El tipo le dio por todos lados, para que tenga guarde y reparta y para rematarla ella le pidió que le haga la cola. Me controlé como pude y me fui.
Dos meses después las dosis de veneno para ratas dieron resultados y la muy turra reventó. Eso sí, como muestra de respeto eché a la sirvienta.
La atorranta de la enfermera le está pasando el teléfono al botón. Si será puta. ¿Por qué no viene a limpiarme el culo, que para eso le pagan?

¿En qué estábamos? ¡Ah sí! Mi familia. Cuando llegaron los nietos pensé que, por fin, iba a poder volcar todo el amor que tenía en alguien. Pero mi nieto -el hijo de la nena porque la mujer de mi hijo nunca quiso embarazarse para no perder la silueta- creció y se transformó en un drogón de mierda. Menos mal que después mi hija tuvo una nena y ella sí, es la luz de mis ojos, el ser más luminoso del universo. No es porque sea mi nieta, pero es la única que heredó de mí la capacidad de tomar decisiones sin que le tiemble el pulso.
Ahora por fin, la puta de la enfermera se avivó que yo estaba cagado hasta el cuello. Me entró, me bañó -evitando tocarme la pija- y me dio los remedios. Una vez que se fue yo me pasé una hora aguantando el aburrimiento de festejar mi cumpleaños con mi familia. Menos mal que, como siempre, todos terminaron discutiendo.
Ahora estoy acostado, con los ojos como dos huevos fritos, sin poder dormir. No sé qué hora es. Ahora hace rato que no escucho ruidos de cubiertos en la cocina. Mi hijo y la mujer se deben haber ido. Yo vivo en la casa de siempre con mi hija y su familia. A mi hijo, la yegua de mi nuera le hizo comprar una casa en Devoto para aparentar y la hipoteca lo está matando.

Otra vez me fui al carajo. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah sí! La discusión fue, como siempre por plata, en la familia no hay otro tema. Todo empezó con los preparativos para el cumpleaños de mi nieta. Vienen los quince y de regalo quiere que le paguen la operación para agregarse tetas, mientras mi hija dice que es mejor un viaje. La muy turra siempre quiso conocer París y quiere sacarse la leche con la excusa del cumpleaños de la nena. Mi hija le dijo que le pagaría las dos cosas pero que no tienen plata. En ese punto todos giraron las cabezas hacía mí, reprochándome que todavía no haya reventado para manotear la herencia. Dije que si fuera por mí le pagaba todo, pero que hace años ellos, me traicionaron y me declararon incapaz, así que no puedo manejar plata. Y ahí se armó el quilombo. Mis hijos se reprocharon mutuamente la idea de hacerme el juicio y después aparecieron las viejas facturas que se pasan cada vez que se ven. Cuando parecía que las cosas iban a pasar a mayores me mandaron a dormir.

Me despierta un ruido. Se ve que me había quedado dormido. Debe ser tarde porque no escucho tráfico en la calle. Alguien acaba de abrir la puerta. Parece mentira, tenemos una ferretería y a nadie se le ocurrió ponerle aceite a las bisagras de las puertas cuando saben que cualquier ruido me molesta. Eso es para que vean hasta qué punto les importo un carajo.
El que entró debe ser el drogón de mi nieto buscando algo para vender. La vez pasada el muy boludo se llevó mi Rolex. Se debe haber llevado la sorpresa de su vida cuando descubrió que era trucho. Pero no es él. A ese perfume lo conozco. Es mi nieta. ¿Qué viene a hacer? Ahora alcanzo a verla. Seguro viene a darme las buenas noches. Llega hasta mí y me saca una de las almohadas, la pobre seguramente quiere que yo esté más cómodo.
-Hola princesa del abuelo ¿Qué quiere mi muñequita hermosa? 
    -Las tetas, nono, quiero las tetas.







Oscar (Tato) Tabernise. Argentino, escritor, dramaturgo, autor, guionista. Publicó “Tibio, Frío, Caliente” en “El Origen del Mundo” (Ediciones Vencejo, España 2022). “Mala Leche” en “Juramento Negro” (Terra Trivium, España 2021). “El Muertito” Editorial Revolver y varias obras teatrales. En teatro escribió: “El Clú”, estrenada en el TMGSM; “Tócala de Nuevo, Cacho” representada en Argentina, Francia, España y México. “Bailando Con el Muerto” (ganadora del tercer Certamen de Teatro de Requena, Valencia; “Hasta Siempre” y “Perras o Diosas”, entre otras. En televisión escribió, entre muchas otras, “Poliladron, una historia de amor” (Martín fierro1995). En cine el largometraje “Aguas Dos Porcos” (2020). “El Hombre Que Ganó La Razón” (film de Alejandro Agresti) y el documental “La Gran Iniciación”.


Ilustración: la imagen de portada ha sido remitida por el autor de la obra.

3 comentarios:

  1. espectacular Tato maravilloso

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  2. Cuando el viejo dijo lo de la almohada creí que lo asfixiaba. Pero a vos te quedaban mejores recursos para el cierre. Así que fueron las tetas, nomás ¡Genial! Abrazo, Tatín

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