«La espera», un relato de Alejo Tomas Ambrini

El café es una poronga. Está aguado, el filtro sucio y el aspecto de los mozos, viejos, dejados, ¡babosos! ¡Si se vieran la caras! Habiendo tantas cafeterías elegantes y distintivas me cita aquí. Espero que se avive y la próxima sea de noche, en una cervecería o un restaurante coqueto de la zona de Palermo, con luces de filamentos, mesitas afuera, colores y onda. La gente que está acá ni sabe a qué viene, ¿de costumbre? Sí, de costumbre.
¿Estaremos entrando en una rutina? Encima toda la gente que viene acá es gente grande y nosotros no. Pedro se recibió a los veintinueve, hace dos años labura en la secretaría de economía de gobierno y yo veinticuatro. Él puede sentirse viejo, pero yo no. Ventajas y desventajas de Tinder: estos tipos siempre te dejan esperando. En diez minutos me voy, diez minutos, solo diez minutos. Hace tres meses que venimos con esto, nos gusta. Cada vez que llueve nos vemos, cae la primera gota y nos llamamos. No nos tenemos en ninguna red social, solo un número que queda puesto en privado hasta que uno llama. No se trata de quién lo hace primero, pero el primero elige el lugar. Si es lejos no importa, se arregla cómo llegar. Hace ya un mes y medio que nos encontramos siempre en esta cafetería mugrosa. Tomamos un café y vamos a algún telo o al revés. Ya no encuentro divertido esto de esperarlo, todo tan secreto. Algo se enfrió y se tendría que dar cuenta.

Faltan ciento veinte segundos, las revistas que tienen acá conocen más mis manos que yo misma. No entiendo por qué no las renuevan, capaz no se dan cuenta pero alguien les tendría que avisar. ¿O será la costumbre? A la gente en algún momento le da igual.
Pedro tiene gustos interesantes, es economista recibido en la UBA, fanático del dulce de leche, "CrossFit fan" y una frase que siempre dice: "Si suma no resta". Interesante. Lo de CrossFit es mentira, tiene más panza que una embarazada pero no lo culpo, yo también macaneo un poco, invento, distraigo y miento, total es una red social y todo vale. A veces me pregunto qué vida me gusta más, la inventada o está.
Un minuto, solo un minuto. Pedro entra rápido, todo mojado, con el paraguas a medio cerrar. Yo me pongo contenta pero no sé lo hago notar. Me acomodo el pelo y leo atenta las revistas del año del pedo, como si no lo viera. Me hago la sorprendida, expreso una sonrisa infecciosa en forma de mueca y le doy un beso en la mejilla. Me cuenta que trabajó mucho, que se está llevando mal con su jefe, que arrancó a ver una serie, que tiene ganas de comprarse un auto nuevo, una camisa de color azul que vio en un local de la calle Florida, que su gato se siente deprimido y me pide disculpas por haber llegado tarde. Lo escucho, me sorprendo ante cada acontecimiento de su vida aburrida. Después del cortado que se toma, pide la cuenta e invita él por el tiempo que me hizo perder. Los mozos ancianos se ponen contentos porque les deja propina. Afuera la lluvia se calmó y ya es tarde. Me subo a su auto y nos vamos al telo, como de costumbre. Hoy será la última vez.



Alejo Tomas Ambrini, vive en Francisco Alvarez, Partido de Moreno, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

📖 Lee otros textos de Tomás Ambrini (en Herederos del Kaos): Diagnóstico general Estaba en llamas cuando me acosté • Perros de la calle 


Photo by Danny Kang on Unplash (public domain).

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