«La disrupción de Bolaño», un artículo de Alejandro Castro

"Los detectives salvajes" es el libro que le dio a Roberto Bolaño la llave maestra del reconocimiento. Su aparente incursión abrupta y disruptiva en el mundo de las letras, en realidad era el resultado de una preparación lenta, constante y regular que por décadas se había circunscrito al borde marginal del arte, en este caso, de la literatura. 
Las casi inevitables penas y vicisitudes que este camino trae (en artistas que comparten un camino vivencial similar) tienen un encanto vedado, crepuscular y mullido. Y su recompensa está a la vista de todos: la riqueza de las figuras, las expresiones guardadas, los personajes sórdidos, sombríos, preparados en una cámara de minuciosidad y paciencia. En muchos sentidos, la trama, el hilo conductor, el orden, están sometidos por la primicia de la experiencia, el influjo de los sentidos. Sin tocar los límites psíquicos de sus personajes, se adentra en sus motivaciones. Los deja ir. A veces regresa por ellos, aunque constantemente tiene que ir a alcanzarlos a lugares extraños para unos, familiares para otros.
Su caso, su arte (literario) y su vida, son el testimonio latinoamericano que parece una interpretación inconsciente de los Beats de Jack Keruac y Allen Ginsberg: salir a buscar “el camino”, no por una causa, sino por una experiencia, en un “aullido”. A su vez, la estrepitosa realidad que también ofrece Henry Miller en el Trópico de Cáncer o en la Crucifixión Rosada (Sexus, Nexus, Plexus), queda interiorizada, de una u otra forma, en sus personajes centrales: Belano y Lima. Su imaginación poética está por encima de la palabra, por eso el poema principal (en la novela) es un dibujo. 

Bob Kaufman, el poeta Beat, declaraba en “Unholy missions”, como premisa, que quería “exponer que el Cielo es un manicomio lleno de sicópatas enriquecidos que creen que pueden volar” para concluir solamente que quería probar “de una vez por todas” que no estaba loco. Todas las premisas están permitidas, a la vez que se encuentran desmenuzadas, en los Detectives Salvajes. Por eso ¿Es verdaderamente una novela latinoamericana? Porque pensar que es una apuesta chilena, es incierto. ¿Mexicana? Solo por el lugar. ¿Española? De refilón. 
Bolaño tiene más cercanía con los Beats que con Pablo Neruda u Octavio Paz. La interpretación que propone de su obra (en su obra) es extra sensorial, si es que puede aludirse con esto a la lectura. Su novela es una experiencia completa, más allá de una trama concreta y cerrada, focalizada al principio y al final del libro, donde Belano y Lima marcan el ritmo, el dialogo y la intriga. El resto es la imaginación, posibilidad y experiencia alrededor del primer esbozo de planteamiento. Cincuenta y siete personajes después, se retoma el juego del detective literario. Nada que ver con el Corzo de Perez-Reverte en El Club Dumas. Estos investigadores están centrados en las dimensiones de otros protagonistas fantasmas, incidentales, a los que rara vez nos acercamos, que conocemos de oídas, como si lo murmullos de Rulfo (o de Juan Preciado) ahora fueran gritos (aullidos): Cesarea Tinajero y un proxeneta que persigue a su “novia”. 

La descripción lo es todo, como en Kaufman: quiero mostrar, quiero probar… pero no puedo. Solo así podemos asomarnos a lo más importante: replantear lo que Bolaño pone como cierto, es decir, que los avatares y sinsentidos en su historia personal, en realidad no son elegibles, son obligatorios y voluntarios, como un precio necesario. Al igual que Miller o Keruac, cuando habla de su historia, no es su vida la que entra en juego, es su arte. Entendido desde lo más profundo del ser: el conjunto del todo. 
ES CIERTO que desde su salida, el asalto de este texto ha creado (o despertado) un público curioso del arte como experiencia y no como contemplación. Su éxito de ventas es el corolario de una marginación voluntaria y estructural que orilló a Bolaño a perseguir cuanto oficio, trabajo u actividad se le atravesara. En sus palabras, trabajó de todo, excepto en lo sexual y lo criminal, y esto quedó plasmado en sus textos. 
Viajó, fumó y escribió. Recorrió su país de adolescencia, su país natal y la lejanía europea, se adentró en la orilla de África y continuó hasta sus conflictos. Regresó… nunca regresó. El enfoque de lo bello no está en el ser, sino en la experiencia, parecería declarar. Por tanto, la extensión de su universo es suficiente, así es él y así se declara, lo demás es interpretación. 

A pesar de la calidad de su prosa, la ambición del autor no está ceñida únicamente al personaje y su entorno, también a su registro cotidiano e íntimo, por lo que hay pequeñas inconsistencias que deja ahí, probablmente para dudar, para recular en la ficción y estampar su huella, que nos advierte que está atento. Es poco probable que un mexicano hable de “zapatillas deportivas”, o que un austriaco busque su ser íntimo en Israel, a pesar de que en el mundo que nos presenta Bolaño, es cierto. 
Ya existe el suficiente tiempo entre la primera publicación de “Los detectives salvajes” y el día de hoy, como para concluir que permanecerá en la tradición literaria. Es una obra dislocada y multicoral, que llegó al tiempo en que se discutía la globalización, en momentos en que usábamos monedas para llamar por teléfono. La extensión (prácticamente) infinita de personajes que crean una sola historia, a veces pierden rumbo. Su brújula interna a veces es un tumulto de gritos que nos alejan de la premisa. Es difícil decidir si esa edificación tiene sentido. Al igual que las pinturas de Jackson Pollock, el pintor estadounidense que abordó exitosamente el expresionismo abstracto, donde la imagen es un conjunto total de pequeños aportes (tinturas pequeñas) en Bolaño podríamos encontrar que la suma de sus medio centenar de personajes es el retrato del paisaje, por lo que es probable quitar una voz, un dicho, a un extraño ¿Y sería igual el conjunto?  






ALEJANDRO CASTRO. Ciudad de México. Tiene estudios de Relaciones Internacionales y Lengua y Literatura Modernas Inglesas. 

📖 Lee otro texto de Alejandro Castro (en Herederos del Kaos): Por el mar de las cosas 


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