Desconciertan sus miradas. Algunos observan con lágrimas en los ojos, otros parecen conservar la esperanza. Pesimistas y optimistas aguardan el desenlace que se avecina. Retiran la tapa, oculta entre la vegetación, que me permitirá entrar en el túnel clandestino que hemos construido. Controlo que el
Mientras lo transito repaso lo sucedido. Debido al cambio climático, el aumento de la temperatura detuvo la producción de oxígeno del fitoplancton, el conjunto de organismos vegetales que viven en el agua y que suministran dos tercios de ese gas presente en la atmósfera; esto provocó el deceso de gran parte de las especies sobre el planeta. El aire se volvió irrespirable, máscaras y tubos fueron indispensables para sobrevivir. A medida que nos quedábamos sin oxígeno comenzaron las investigaciones; una empresa multinacional descubrió la manera de reemplazarlo. Iniciaron la construcción de una gigantesca ciudad —único lugar en el que se podría respirar—, cubierta con una bóveda y aislada del resto del planeta, la cual albergaría a los habitantes de la nación. Se originó entonces la disputa por el control del aire y, en consecuencia, del mundo entero, lo que llevó a la Tercera Guerra Mundial. Triunfamos en ella; sin embargo, la Tierra se volvió inhabitable: a la falta de aire se sumó la radiación, lo que precipitó el traslado al refugio, que aún no se encontraba en condiciones de recibir a la población completa. Los elegidos para habitarla debimos firmar un contrato a perpetuidad con los dueños de la nueva metrópoli; a cambio del aire nos convertimos en sus esclavos. El resto, los que quedaron afuera, suponemos que sufrió una irremediable y dolorosa muerte.
Transcurrido un tiempo empezamos a organizarnos; primero en pequeñas células, luego fuimos miles los que peleamos por los derechos que nos robaron. De inmediato la situación cambió: los megáfonos en las calles recordaron que aquel que se opusiera a la autoridad sería considerado un enemigo del pueblo y juzgado como traidor a la patria. Los juicios nunca existieron; muchos fueron encarcelados y, previo arrancarles información mediante torturas, arrojados de la fortaleza. Jamás regresaron. A pesar de ello no pudieron amedrentarnos y pronto llegó el día esperado. Todo se encontraba sincronizado, mas alguien nos delató y miles cayeron en la matanza que tenían preparada. Entre ellos Paola; en mis brazos, a punto de cerrar sus ojos para siempre, le prometí conseguir lo que soñamos. Su recuerdo me da fuerzas, el odio también. Los sobrevivientes ya no aceptamos esta forma de vida; decidimos traspasar la frontera —diversos estudios aseguran que el planeta se ha enfriado y que desapareció la radiación— y construir una nueva sociedad. Valdrá la pena intentarlo.
Llego al final del túnel y acomodo la mascarilla que me permitirá respirar durante un par de minutos; con el último golpe de pala comienza a ingresar la luz del exterior y la tierra se desmorona. Me asomo, apoyo las manos en el borde y me impulso hacia la superficie. Silencio. El paisaje es desolador; hace calor y un color violeta reina en todas direcciones. Volteo y miro a mis compañeros; si bien a lo lejos no alcanzo a distinguir sus rostros, adivino las miradas, los nerviosos movimientos, sus dudas. Soy el primero, ellos después vendrán tras mis pasos. Me quito la máscara e inhalo el aire. Quema mi faringe, me agito, comienzo a toser, no logro respirar. Con las últimas fuerzas giro y caigo de rodillas, contemplo el horizonte y veo a Paola que me muestra el camino rumbo a nuestra ansiada libertad.
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