Año 2041. Los colores de las paredes ya no son colores sino una especie de cartulina desgarrada por la sombra maligna de los años. El pasillo del hospital no se ve tan futurista como lo imaginábamos ni siquiera atienden robots. Aún peor, tampoco se ha encontrado la cura del cáncer ni la vacuna contra el SIDA. Los dedos me tiemblan y lo que siento por dentro no es dolor si no es malestar porque no paran de hacerlo siento dolor sino malestar por dentro ya que no paran de hacerlo, la columna no se termina de acomodar siento una gran melancolía de ver mi figura erguida. Tengo los ojos erosionados. Hoy son de un color alabastro que ha perdido su tintura marrón.
Por lo poco que advierto al médico que me atiende, es unos años mayores que yo. Lleva unos anteojos grandes con sus armazones pegados al costado de la nuca. Observa mis movimientos, me pide que me siente. Hago un gran esfuerzo pero no lo logró.
Mientras lo intento, el doctor me mira fijo. Yo no consigo mirar, la columna se me traba. El médico se da cuenta que ya no puedo hacer más fuerza y de manera cordial sin anotar nada en su libreta, pero con voz prominente y seca dice: ¡no utilice más el celular!
Alejo Tomas Ambrini, vive en Francisco Alvarez, Partido de Moreno, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Fotografía de Samuel Scalzo (en Unsplash). Public domain.
Cada vez que te leo, el mundo se transforma, luce los colores de tu imaginación, entre viajes y personajes, puedo viajar sin transporte más que el boleto a tu escritura.
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