«Uncida», un cuento de Anaïs Ornelas

Hay más fila que de costumbre. Manuela se alegra de que su trabajo sea en las casas de la Ciudad, de no tener que pasar frío en el aire acondicionado de estos locales más de unos minutos al día. Excepto hoy, excepto una vez al mes. Hay todavía unas treinta mujeres delante de ella y empieza a preocuparle llegar tarde con la señora Aldama. Si no riega las plantas de la señora se ahorra quince minutos. No les pasará nada, Namia, la jovencilla que va los sábados les dará agua si las ve secas, le gustan mucho las plantas y la señora Aldama no se fija. Se pregunta de pronto si a la señora le gustan las plantas. A pesar de que tiene más de cien, nunca le ha hecho ningún reclamo cuando están amarillentas o cuando alguna se ha llegado a morir. Traga una saliva amarga llena de culpa. Sí, lo mejor será no regar las plantas hoy. 

Unas palabras roncas la distraen, la mujer que está a la altura del mostrador está tratando de gritar, aunque le queda apenas un hilo de voz:
—¡Ya le dije que es un error! Déjenme ir al baño, voy a traer otra muestra. No puedo perder el día, estoy pagando una multa.
—El sistema no se equivoca. Siga a mi colega. No se preocupe se le hará una prueba de confirmación.
Sabe que debería quedarse callada, no darse a notar, muchísimo menos ahora, pero no puede, la mujer ronca es Salvina, una de sus vecinas y su única amiga en el Patio. O eso creía hasta hoy... ¿Por qué no le dijo nada? La mujer que está detrás suyo en la fila es casi una niña. Tiene párpados pesados y los labios agrietados. Manuela asiente ligeramente en su dirección para hacerle entender que debe guardarle el lugar y se aproxima al mostrador. 
—Disculpe —dice con su voz más deferencial, la que le aprendió a las otras empleadas de la señora Aldama, una voz que dice una palabra tuya podría acabarme, una palabra tuya y me prohibirían entrar a la Ciudad para siempre— Perdón que interrumpa pero ya tuvimos problemas con esta señora el mes pasado ¿Usted acaba de llegar verdad?— Le dice al joven que sostiene con asco la muestra de Salvina. Se coloca una mecha de cabello detrás de la oreja, como ha visto hacer a las actrices de telenovela. — La menopausia confunde a las máquinas. Ya le pasó a esta vieja, pero le hicieron pruebas y está todo bien… Estamos llegando tarde al trabajo por su culpa otra vez. — Salvina la empuja como si estuviera enojada. —Así es, si la enfermera Ramos hubiera hecho bien su trabajo y le hubiera explicado cómo funciona el cuerpo de la mujer no estaríamos aquí. — El muchacho las mira calculando, parece creerles, o al menos dudar suficiente como para temer represalias si por su culpa le repiten a Salvina las pruebas que se le hicieron hace apenas un mes. Para parecer aún menos implicada, Manuela se acerca a él y le dice muy bajo. 
—A mi me da igual si ella pierde o no su día, pero si me puede dejar pasar antes que a las demás para no llegar tarde sería de mucha ayuda, yo no tengo la culpa, yo tengo mi muestra aquí— le extiende la bolsita y roza su pulgar con las medias lunas de sus uñas. Alza la vista, fingiendo muchísima vergüenza. El chico parece confundido, Manuela tenía razón sin saberlo, está muy verde, probablemente viene de alguna Ciudad pequeña, seguro Querétaro, tiene cara de que ha estado en muchos centros comerciales. Toma la muestra y su asco aparente confirma que lleva poco en este trabajo. 

—Su nombre. 
—Manuela 45544. — Teclea rápidamente y pasa la muestra por el Ingravidor que se ilumina de verde. 
—Pueden pasar las dos, pero tiene que ir cuanto antes a la oficina médica a arreglar el problema, le voy a levantar un reporte. — 
Salvina pasa la Barrera de la Ciudad primero y aunque su mirada es de ira, el temblor de su mano es el mismo que cuando se meten los grillos a su apartamento y le llama a Manuela para que los saque. Cuando Manuela se acomoda la bolsa para pasar también, el chico añade: 
—Y usted señorita, tiene sólo dos casas hoy, pase después a mi oficina para que al reporte podamos añadir su declaración de que esta mujer ya ha causado problemas. — Manuela asiente y justo cuando se miran, el ojo derecho del joven tiene un ligero espasmo, y la joven casi ríe. 
Avanza hacia un pasillo que lleva a unas duchas y unos rayos de desinfección. Antes de entrar deja sus pertenencias en un cuarto con casilleros. Manuela mira el cuerpo desnudo de su amiga y se pregunta si alcanza a adivinar una redondez en el vientre o si es un efecto de la luz fría de los locales de la Barrera. Después de las duchas las amigas pueden al fin salir del frío edificio de Sanidad. Se apresuran a la parada del pesero, y por un golpe de suerte su transporte llega apenas unos minutos después, casi vacío. Sentadas al fondo Salvina le toma la mano: 

—Ay Manu corazón, vas a tener que ir a su oficina al rato, por mi culpa…— Manu le sonríe con franqueza 
—No pasa nada ¿le viste la cara? Ha de tener veinte años a lo mucho, con un ratito se queda tranquilo ¿Por qué no me dijiste nada? ¡Te habría ayudado a conseguir algo! Ya sabes que Enrique tiene los códigos de la farmacia de su empresa.
—Manu, no sabía, te lo juro. Lo que le dijiste no era del todo mentira, ya casi no me viene la regla, pensé que no era posible… Hoy llegué con mi muestra, la sangre cobriza como siempre la he tenido... ¡y me dicen que estoy embarazada! — Manu vuelve a sentir la saliva amarga, odia que su cuerpo produzca tanto ácido cuando tiene miedo. 
—Bueno no te preocupes. ¿El sábado sólo tienes dos jardines, ¿no? Le pedimos el misoprostol hoy a Enrique y te lo tomas en la tarde de mañana, el domingo descansamos las dos y yo te cuido. Le voy a pedir al niño éste que no haga el reporte hasta el lunes. El lunes te vas más temprano y cuando te hagan las pruebas ya no habrá nada, ¡de paso hasta te revisan gratis! — Trata de mantener un tono ligero y decidido, en el que no se adivinen los riesgos que implica el plan ni la sombra rojiza de la muerte por sangrado que acecha a Salvina. Remata con una sonrisa cómplice— Salvi, ¿y con quién fue? —Se le levantan las comisuras de los labios a la mujer mayor pero sus ojos no sonríen.
 —Ay Manu, no fue con alguien… Fue el señor flacucho de la casona del centro, el del patio con las suculentas y los cactos. Un rato se conformaba con verme hacer el jardín desnuda. ¿Te acuerdas que el cerdo me dio unos billetes por masturbarme con la Albuca Spiralis? Luego estuvo de viaje un tiempo y yo pensé que al volver se le habría pasado la obsesión, pero empezó a ser más insistente cada semana. Quería tocarme, me acorralaba cuando no estaba la señora que hace el aseo. Pedí renunciar, pero la agencia no me dejó, como ya les debo lo de las tres multas… Un día me sacó la pistola. Arrancó todos los cactos del patio, quería que yo probara cuál es el más espinoso, ya ves, adentro de mi, es el San Pedro por cierto. La agencia le mandó a una nueva jardinera, junto con 30 cactus de cortesía para reemplazar los que según él yo destruí. No le he contado a nadie, no quería contarte a ti, para no pensar. Pero… mira las noticias de hoy, amaneció muerto. Es este, dizque diputado. —En la pantalla de su celular veo el titular La debía pero no la temía: muere el diputado Ortiz envenenado por sus enemigos políticos, nos sonreímos. —Ya es mi parada, nos vemos al rato corazón… recoge sus cosas y antes de bajar las escaleras del bus suelta muy rápido, —meayudólaseñoradelaseo.

 Se va casi saltando y el camión se adelanta, deslizándose silencioso por las avenidas arboladas de las Lomas de Chapultepec. Las curvas, aunque no son muy pronunciadas, le dan náusea a Manu, y se esfuerza por respirar tranquilamente. Lleva apenas tres meses trabajando en la Ciudad, conoció a Salvina el primer día que ella y Enrique llegaron al Patio. Los recibió con una inmensa maceta de Ololiuhqui: —es del color de tu vestido— le dijo a Manuela mirando la prenda raída que trae puesta y que ni en sus mejores días había sido tan brillante como esas flores. Al principio, Manuela, cautelosa, le hablaba sólo por conveniencia: Salvina tiene un huerto clandestino en el techo de su edificio. A cambio de que no la denuncien le da un par de papas y de tomates a cada vecino. Le contó a Manuela cómo había acumulado tres multas por no querer acostarse con los hombres que la contrataban. Cuando le preguntaba qué quería, Manuela le pedía jengibre, el jengibre es mágico para las náuseas. 

Manuela llega al fin a casa de la Señora Aldama, es la madre de un político y empresario muy poderoso, un narco reformado. El sol está acabando de salir, sólo tiene cinco minutos de retraso. Como no hay nadie se pone los guantes de látex que trae escondidos en sus cosas. Los guantes son un lujo, Enrique se saca las cajas de su empresa cuando hay alguno defectuoso en ellas, pero nadie de la agencia debe verlos. Se pasea por la casa limpiando y aprovecha su soledad para cortarle una hojita a la Pilea de la señora, un regalo para animar a Salvina en la noche. En general no está permitido sacar nada de la Ciudad hacia el Patio, ni siquiera una ramita de Pilea, pero seguro que el chico del mostrador de la Barrera la ayudará. 

Hacia el mediodía la puerta principal se abre y Manuela se quita rápido los guantes. Se asoma al barandal que da hacia el zaguán:
—Buenas tardes, señora, ya está limpio su cuarto si quiere recostarse...
—Soy yo Manuela- su voz es como cuchillos, le pone la piel en alerta de inmediato —No tengo mucho tiempo, vine porque vi que hubo un incidente en la Barrera hoy, ¿está todo bien? ¿El bebé está bien?
—Sí, está todo bien Regina, no fue nada de verdad, una amiga no podía pasar, la ayude para no llegar tarde.
—¿Eres imbécil o qué? ¡Te das cuenta del riesgo que tomas! ¡Que nos haces tomar a nosotras!
—No pasó nada Regina de verdad...era un jovencito nuevo y…
—No quiero oír tus excusas y ya no tengo más tiempo, pero vine a recordarte que tenemos una opción de repuesto esperándonos allá afuera. Si vuelves a hacer algo, lo que sea, que llame la atención, se cancela tu permiso de trabajo.

Manuela termina la casa de la señora con lágrimas en los ojos. Lucha contra ellas, pero el pánico no la abandona. Manuela y Regina son hermanas, o al menos lo eran de niñas, en esa época sus papás le pusieron Emilia a Enrique porque aún no sabían. Enrique, Manuela y Regina crecieron fuera del Patio, en un cerro a un par de horas de la Ciudad. Se pregunta si siempre fue así Regina, la recuerda de pequeña, tan bonita con sus ojos de zorro, ya calculando de qué manera podría irse a vivir a los edificios altísimos que veía a lo lejos. Los papás eran parte de una comunidad autosustentable llamada Arcadia. Se fueron del Patio cuando nacieron las tres niñas, no querían que crecieran en ese mundo estéril y limpio, sometidas a tomar anticonceptivas desde los 11 años. Arcadia prometía mucho en ese entonces, huertos autogestivos, nacimientos no controlados, arte, escuelas, hasta mascotas. Un día, en la Asamblea semanal, Enrique anunció que era Enrique y todos los vecinos le aplaudieron, su papá rio y sólo le dijo —Ay hijo, habiendo tantos nombres bonitos tú vas y escoges Enrique. — Fuera de las Ciudades y sus Patios todo donde crece algo de la tierra lo controlan facciones narcas. Arcadia le pagaba a una de ellas, El Yugo, por protección, en general con alimento y cosechas, a veces con medicina que el papá de Manuela y Enrique producía en su laboratorio improvisado. Cuando los trillizos cumplieron 14 el segundo al mando del Yugo asesinó al líder y tomó su lugar. El Sátrapa, como le decían en aquella época, se presentó unos meses después a negociar un nuevo trato con Arcadia. Sus condiciones eran más duras, pero soportables, hasta que a servir el tequilita del trato se acercó Regina. —De pilón quiero a la niña— dijo el Sátrapa con un temblor de su bigote de rata gorda y endurecida por la violencia. No hubo acuerdo ese día, aunque Arcadia intentó negociar con cualquier otra cosa menos Regina. Hubo unos meses de silencio hasta que un día llegaron a caballo y en trocas, le prendieron fuego a todo, hasta a los papás de Manuela. Los hermanos lloraron cuando subieron a Regina a una de las trocas, pero en sus ojos marrones no había lágrimas, sólo el reflejo cobrizo de las hogueras. Vinieron años difíciles para Arcadia, sin los aparatos robados por los miembros que habían venido de la Ciudad y del Patio era imposible cultivar en los calores y las sequías. Pocos sabían cazar, la mayoría eran intelectuales, poetas, maestros de yoga, gurús religiosos… Tres años después del fuego, Manuela le anuncia a Enrique. 

  —Estoy embarazada—Se lo dice con un tono neutro, mientras le sirve el caldo aguado que acaba de preparar. —Es de Trian, uno de los chicos del Yugo… Pero no fue a la fuerza— añade apresuradamente al ver el pánico en los irises de su gemelo— yo quería saber… Y me regaló dos chamarras, es amable te lo juro, sólo está con ellos porque mataron a su mamá, como nosotros.

—¿Le piensas decir? Te vas a ir con ellos. 
—No, nunca. 
—¿Hacemos El Té entonces? 
—No. Hay que quedarnos acá, cada vez estamos cultivando un poquito más, a lo mejor Trian me enseña a cazar. 
—Manu no… 

Manuela no quería ver la realidad de Arcadia, los brazos escuálidos de sus miembros cada vez más silenciosos. La vecina de los gemelos vivía con su hija pequeña en una casa que había pintado de morado años atrás. Tenían un gato que desapareció el día en que Manuela se dio cuenta de su retraso. —Se fue en la mañana a cazar y ya no regresó. — Manuela no le comentó nada a Enrique, ni siquiera cuando esa noche pasaron frente a la puerta lila sucio y un olor penetrante a carne les hizo agua la boca. Un mes después, la vecina invitó a los gemelos y a varias familias de Arcadia a cenar. Hacía años que nadie compartía comida, pero no era raro que hubiera reuniones en casa de algún miembro, jugaban a las cartas y bebían infusiones de hierbas salvajes. Por eso Manuela se sorprendió al ver la mesa puesta con cubiertos y platos hondos. Se fueron instalando junto con los otros invitados, más apenados de no tener qué llevar que de no haber llevado nada. Estupefactos vieron que Ramira, la vecina, ponía al centro una inmensa olla de pozole, olía a comida de verdad, olía a lo que alguna vez había sido Arcadia, cuando tenían cerdos y vacas para las fiestas de fin de año. Manuela, a quien el feto le hacía más grande el vacío en el estómago, apenas podía retenerse de servirse antes que a los demás. Enrique la vio acercando su mano al cucharón:

—Ramira, ¿dónde está la niña? 
—Se fue en la mañana a buscar hierbas para el guisado y ya no regresó.— 
Lo dijo con una queda sonrisa, casi con ternura. Enrique le tomó la mano a Manuela y salieron de la casa morada. Aún no habían girado la manija púrpura de la puerta y ya se alcanzaba a oír el sonido de las cucharas rascando el fondo de los platos. Había que irse, irse antes de convertirse en esos comensales. Pero ¿a dónde? 
—Pues nos vamos al sur, hay otra Arcadia en Chiapas, papá siempre hablaba de que hasta tienen radio.— Manuela escuchaba silenciosa a Enrique conjeturar sobre la mejor ruta, a punto de pedirle un favor que nadie debería pedirle a nadie. 
—No podemos ir a Chiapas, no llegaríamos ni a la carretera, nos matan y nos violan. O peor, al revés.
—Te disfrazas de hombre, le compramos una pistola a Trian, podemos ir sólo de noche”
—Enrique hay otra solución, pero es horrible, peor que ser violada y luego asesinada.
—Sí, es Trian ¿verdad? Dile que estás embarazada, puedes vivir en el Yugo casada con él, ahí estarás a salvo. Si necesitan un doctor a lo mejor me dejan trabajar para ellos.
—Enrique, es niña, la siento. Prefiero que se muera a llevarla a vivir al Yugo.
—Entonces? Manu, es muy tarde para El Té, te puedes morir. Yo te dije hace un mes…
—No, tampoco es eso… Quique, Regina está viva, vive en la Ciudad. Está casada con El Sátrapa, ahora la llaman Regina Aldama. — Manuela sabe el daño que le va a hacer a su hermano contándole de la traición de Regina, pero no hay otra salida.— La vi en un espectacular de los que están en las afueras del Patio, es modelo, está preciosa, se puso ojos miel como mamá. Encontré una manera de contactarla. No te enojes por favor, pensé que podría ayudarnos.
—¡Vive con el asesino de nuestros padres Manuela!
—Pensé que podría darnos algo, lo que fuera, materiales para los huertos... No sé…. 
—¿Y?
—No quiso darnos nada, pero quiere a la bebé cuando nazca. Espera, no me interrumpas, te voy a contar todo pero si me interrumpes me regreso a casa de Ramira y me como el pozole… Regina tiene una amiga, se llama Sol y es la esposa de un socio del Sátrapa. Su marido sospecha que Sol lo engañó y se quiere vengar, pero Sol es hija del señor que maneja la distribución de anticonceptivas en el Patio, no la puede asesinar así nada más. Está esperando su momento y Sol sabe que lo va a encontrar, un día que se distraigan. Por eso mejor le dijo que está embarazada. Al principio de verdad lo estaba, pero al poco tiempo perdió al bebé, lleva como dos meses fingiendo… Lo mismo que este bebé. Si le damos a la niña cuando nazca, Sol será intocable, y la niña tendrá todo, dinero, apellido, ciudadanía en de la capital, podrá ser pianista como Regina quería de chiquita, incluso podrá viajar, ir y venir a China, lo que ella quiera Enrique, ¡será libre!

—Manu no sabes lo que dices...
—No puedo ir sin ti— lo interrumpe Manuela. Se le escapan un par de lágrimas porque sabe que viene lo más duro — Regina nos va a conseguir puestos en el Patio, tú en una farmacéutica y yo limpiando casas. Pero para pasar las pruebas necesito tu sangre, una vez al mes…

En todo eso piensa Manuela mientras limpia la otra casa que le toca ese día. Después, regresa a la Barrera donde sabe que la espera el joven del Ingravidor. Llega a su oficina con el sabor agrio de la apostata que le hizo a su hermano aún bajo la lengua y mientras besa al jovencito, espera que sienta él también ese sabor y la deje en paz. De regreso en el Patio recuerda las largas pláticas para convencer a Enrique de irse a vivir allí, su rostro ofendido cuando se dio cuenta de que Manuela ya tenía planeados los detalles. Regina había preparado el certificado de vasectomía para él, obligatorio para cualquier hombre mayor de 15 que viva en el Patio, la sangre menstrual de los controles sería la de Enrique, gracias al ADN compartido, y la pastilla anticonceptiva diaria simplemente no la tomaría o la vomitaría si fuera necesario. Pero Enrique no se dejaba persuadir y orilló a Manuela a mentirle, un acto casi tan funesto como el pozole de Ramira, algo que jamás pensó que haría. 

—Vámonos los siete meses que me quedan de embarazo, basta que la bebé nazca adentro para que tenga la ciudadanía. Después que me saquen, nos vamos a Chiapas tú y yo, pero ella crecerá con todo lo que podría querer, en el orfanato de la Ciudad no les falta nada. Regina no podrá tocarla, sería revelar sus manipulaciones, se metería en un gran problema y sería malo para los negocios del Sátrapa. — Manuela es la única que sabe del verdadero plan, cuando se acerque el momento de dar a luz, Regina y Sol se irán a un retiro de Nacimientos sin Dolor, le van a pedir a la agencia que manden a Manuela de planta, para ayudarles a limpiar y cargar y cocinar. Ni El Sátrapa ni su socio querrán ir. Ahí le darán la bebé a Sol y podrá llevarla de regreso a su casa, apaciguando a su esposo. Manuela nunca dejaría a su bebé en un orfanato, aunque sea de lujo. Pero lo más grande que le oculta a Enrique es cómo la convenció Regina de entregarle al bebé. Sol y Regina están enamoradas, el amante oculto es ella. Cuando la niña cumpla tres o cuatro años le pedirán a sus esposos que las dejen ir a vivir con ella a Japón o Canadá, para su educación. La bebé crecerá con dos mamás libres, que la aman y se aman. Regina le prometió a Manuela que los gemelos seguirían bajo su protección incluso después del parto, Enrique en la farmacéutica donde gana dinero decente y Manuela limpiando sólo casas de señoras mayores, donde no hay hombres surgiendo de las esquinas. Pero Manuela sabe que no puede quedarse en el Patio, los rostros vacíos de las mujeres en anticonceptivas, las historias de abortos forzados, la cotidianidad de las violaciones de las vecinas la llevan frente al espejo todas las noches, donde mira a su reflejo hacerse cortes muy finos en la parte interior del brazo con el rastrillo de Enrique. Le dirá a Enrique que vayan a Chiapas, y si la odia por haberle mentido, irá sola, a lo mejor invita a Salvina. 
    
Ya han pasado dos domingos desde la última vez que vio a Regina en casa de la señora Aldama, pero Manuela no ha podido olvidar la amenaza en su voz de reptil. La piensa mientras sube a buscar las hierbas que podrían aliviar el dolor de cabeza de su vecina. Se pregunta si podría pedirle de favor a Regina que la revise un doctor clandestinamente. Al final, hizo tan bien su trabajo con el muchacho de la Barrera que no hubo reporte, pero tampoco revisión para Salvina.

Al caminar frente a su puerta ve una nota, piensa que podría ser la vecina, pero le sorprende la caligrafía infantil y temblorosa, la de su hermana. “Ils arrivent. Ils savent que qq’un est grosse dans ton bâtiment. Cours” los padres de los gemelos los habían obligado a tomar clases de francés con un Arcadiense extranjero, pero Regina nunca se estaba quieta en las lecciones. A pesar de su vocabulario aproximativo Manuela entiende de inmediato. Saben que hay un embarazo, vendrán de puerta en puerta, haciendo pruebas instantáneas de orina. Todo embarazo está prohibido en el Patio, es así como mantienen a raya el crimen y la pobreza. Controlando a las trabajadoras para que haya siempre el mismo número de personas que de trabajos. La píldora sólo es efectiva a 98%, si es el primero de la mujer, y lo declara ella sola para hacerse abortar, le dan una pequeña multa, pero puede seguir en el Patio, si no declara tiene que irse para siempre, sin ninguna pertenencia. 

Manuela mira un momento las hojas que tomó del huerto, en una mano el jengibre para ella, en la otra las hierbas analgésicas. Se decide. Entra corriendo al pequeño cuarto que hace de estudio para su amiga:
—Salvi vienen a controlarnos, se van a dar cuenta de que estuviste embarazada, todavía tienes las hormonas, me explicó Enrique. — Le duelen los dientes de mentir así.
—Les diré que ya aborté, cuando me hagan más pruebas verán que no hay nada ahí…
—Salvi ya tienes dos multas y varios reportes de que no tomas las pastillas. Te van a sacar.
—No Manu, no son tan salvajes.
—Salvi escúchame, cuando vengan nos metemos juntas al baño y cambiamos los vasos. Yo no tengo advertencias ni reportes, les diré que no sabía y me llevarán a abortar, no me pasará nada, a lo mucho lo pondrán en mi expediente un par de meses. 
—Manu es muy arriesgado, no puedo dejarte hacer eso. El abortivo duele y con una advertencia ya no podrás poner días de vacaciones, ni pedir otro trabajo. 
—Salvi no puedo vivir aquí sin ti. Prefiero la muerte, prefiero que me saquen si no estás.

Cuando llega la policía temen que las separen o les pidan que orinen ahí delante de ellos. Pero son dos oficiales mujeres y les dan permiso de meterse al baño juntas. Intercambian sus muestras de orina y salen, primero Salvina y luego Manuela, quien deja caer un objeto de metal dentro de la bota de su amiga, su navaja suiza, único regalo de sus padres que trajo aquí al Patio. Salvina se sobresalta, pero Manuela le toma la mano y no dice nada. Las policías hacen la prueba rápida y Manuela mira el suelo cuando sacan las esposas y le arrancan la mano de Salvina para llevársela. No dice nada, su boca en forma de o y su mano izquierda ligeramente apoyada en su estómago. Podría gritar que cambiaron las pruebas, pero no lo hace, tal vez sabe que no le creerían. 

Manuela regresa a su departamento, con su prueba negativa. Sabe que Enrique no volverá en un rato, que, aunque es domingo, él va a trabajar por voluntad propia. Manuela presiente, aunque su hermano lo niegue, que Enrique empieza a disfrutar ser parte de una empresa, tener un propósito, trabajar para el bien de la Ciudad. Le sube la náusea y vomita en el fregadero de la cocina. Odia la palabra empresa, le recuerda a una medusa muerta y flácida flotando en un agua turbia. Enrique no vendrá con ella si se va, tal vez se reconcilie con Regina y ésta le consiga un puesto mejor. Tal vez conozca a su sobrina un día. Salvina estará bien, la van a expulsar del Patio, pero encontrará otro camino allá afuera. Salvi conoce todas las plantas, las que se comen y las que curan, las que atraen al cacomixtle y los hongos que matan el hambre. Ese árbol, por ejemplo, el que se alcanza a ver desde la que fue su ventana, tiene una flor que llaman Trompeta de Ángel y Salvina le contó a Manuela una vez que su té mata a un hombre en menos de una hora. 
  
Anaïs Ornelas


Fotografía de Thomas Verbruggen (en Unsplash). Public domain.

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