La mañana era desapacible, el viento cada vez arreciaba con más fuerza.
Roberto apuró el cigarrillo y pasó a la cafetería que habían establecido como punto de encuentro.
Era la primera cita a ciegas que iba a tener en su vida. En un principio se lo tomó como una broma, una experiencia que siempre le había apetecido tener, pero nunca se había decidido.
Cuando la agencia le mandó la foto de aquella preciosa rubia, pensó que algún truco tendría que haber. Una mujer así no debería tener problemas para obtener una cita con un hombre, pero después pensó que el tampoco los había tenido nunca y sin embargo allí estaba. Tal vez a ella también le llevaba la curiosidad a vivir aquella experiencia.
Pidió una cerveza y consultó su reloj de pulsera. Faltaban cinco minutos para la hora establecida y no le gustó darse cuenta que estaba realmente nervioso. Sin duda ella lo notaría.
--¿Eres Roberto?
Escuchó a su espalda. Al volverse se encontró con una bellísima mujer morena. Los rasgos de su cara podían coincidir con los que recordaba de la foto, pero evidentemente se había teñido el pelo.
--Sí -contestó intentando que no le temblara la voz –Supongo que tu eres Verónica. Eres más guapa en persona que en la foto, pero esperaba una rubia -dijo Roberto intentando imprimir en su tono de voz un aire desenfadado para que no pareciese un reproche.
--Espero que no te importe que me haya teñido -dijo Verónica haciendo un gracioso mohín con la nariz que a Roberto le pareció sencillamente encantador.
--Pues claro que no me importa en absoluto. -se apresuró a decir Roberto. Lo cual era cierto ya que la impresión que le causó aquella mujer superaba con creces todas sus expectativas, pero le extrañó el cambio, ya que el había pedido a la agencia que la cita fuese con una mujer rubia como condición, no como opción.
--¿Quieres que nos sentemos? -preguntó retóricamente Roberto agarrando con fuerza el vaso de cerveza para que no se notara el temblor de su mano.
Una vez sentados y tras una charla intrascendente, Roberto se empezó a sentir más tranquilo. Y decidió darle otro aire más sustancial a la conversación.
--Según los datos que me ha pasado la agencia sobre ti, acabas de terminar una relación tóxica -dijo Roberto citando literalmente el breve historial que había recibido.
--Sí, es la mejor manera de describir mi última relación, de hecho fui yo quien utilizó el término “tóxica”, pero no me encuentro preparada todavía para hablar de eso ¿Te importa si dejamos ese tema para más adelante? Cuando digo más adelante, no me refiero a otra cita, porque…si hay, o no, otra cita es algo que decidiremos ambos dependiendo del resultado de esta -dijo Verónica llevando el vaso a sus labios.
--Claro, totalmente de acuerdo, a las dos cosas, tanto a que me cuentes de tu vida lo que quieras y cuando quieras, como a lo referente a la posible siguiente cita. Aunque ya te puedo decir que me has causado una primera impresión extraordinaria.
--Gracias, eres muy amable -dijo Verónica exhibiendo la encantadora sonrisa que estaba causando estragos en Roberto. –Tu también me estás causando una magnífica impresión -añadió ella.
--¿Te apetece cenar? Espetó bruscamente Roberto señalando su reloj, pero sin mirarle.
--¿No es un poco pronto? -dijo con expresión pícara Verónica –No me refiero a que cenemos juntos -aclaró sonriendo –Me refiero a la hora. Estoy acostumbrada a cenar más tarde.
--Bueno, ten en cuenta que en esa zona hay mucho tráfico y es difícil aparcar. Podemos ir yendo y si vemos que llegamos demasiado pronto, tomamos algo antes.
--Espera un momento -dijo Verónica frunciendo el ceño –Tienes ya pensado donde vamos a cenar, y, si no me equívoco, incluso ya has hecho una reserva. Creo que estás demasiado seguro de ti mismo.
--Perdona, no lo tomes a mal, es solo que me gusta ser previsor. Hice una reserva por si te parecía bien cenar conmigo. Por supuesto si no quieres ir, o quieres ir a otro sitio, solo tengo que llamar y anular.
Verónica tenía un gesto serio, pero lentamente, para alivio de Roberto, empezó a esbozar una sonrisa.
--Claro, tonto, era una broma -dijo Verónica riendo. –Me parece estupendo. ¡Vamos!
La cena fue perfecta. Roberto hacia mucho tiempo que no se sentía tan bien con alguien, y Verónica, se estuvo riendo con sus ocurrencias y en más de una ocasión alabó su ingenio.
Tras el postre, ambos pidieron una copa y el ambiente se tornó más trascendente.
-- ¿Te apetece ahora hablar de tu anterior relación? -preguntó Roberto –Disculpame -se apresuró a decir al ver que ella se ponía muy sería –Por supuesto no tienes que hacerlo si no quieres. Solo te lo preguntaba porque me dijiste al principio que lo hablaríamos más adelante. Y lo que no quiero es que pienses que no tengo interés en escucharte si te apetece hablar de ello.
--La noche es joven -dijo Verónica sonriendo.
--Claro, por supuesto -añadió Roberto sonriendo también.
Los dos se quedaron en silencio, se miraron seriamente, pero con ternura, y Roberto entendió que era el momento. Empezó a aproximar su rostro al de ella, que en ningún momento hizo intención de apartar. Un instante después sus bocas se fundieron en un largo e intenso beso.
Estuvieron un rato mirándose en silencio, hasta que él comenzó a sonreír y Verónica le siguió.
--¿Pedimos otra copa? -preguntó Roberto para romper el silencio.
--Si quieres podemos tomarla en mi casa -contestó ella –No pienses mal -continuó –Yo nunca he hecho esto, quiero decir que nunca he invitado a un hombre a mi casa en la primera cita, pero…tu eres muy especial. Bueno, al menos eso creo, porque…¿no serás un psicópata asesino? ¿No? -preguntó en tono de broma.
--No -contestó él sonriendo –tengo muchos defectos, pero precisamente ese, no.
Pidieron la cuenta y salieron del restaurante. De camino al coche Roberto pensó si debía abrazarla, pero decidió no hacerlo.
El trayecto hasta su casa era largo, y a Roberto se le hizo eterno, no sabía muy bien de que hablar, no quería estropear el momento, pero por otro lado temía que aquel incómodo silencio pudiera afectar a la decisión de Verónica de invitarle a su casa.
Por fin llegaron. Ambos se quitaron el abrigo.
--¿Quieres tomar algo? -Le ofreció ella.
--No, ahora no quiero beber nada más, quizá luego. -Contestó Roberto arrepintiéndose inmediatamente por haber dicho eso, parecía que solo estaba interesado en el sexo. Afortunadamente para él, no pareció que Verónica le diese mayor importancia.
--¿Vamos a mi habitación?
-- Sí -contestó con timidez –Como quieras -añadió Roberto, pensando que acababa de decir otra tontería y que todo estaba discurriendo de forma antinatural y poco romántica.
--Adelante -dijo Verónica extendiendo el brazo hacia la puerta –El interruptor está a tu izquierda. Por cierto, vas a descubrir que yo soy la relación tóxica.
A Roberto le extraño escuchar aquello, pero no pudo decir nada. La escena dantesca que vio al dar la luz le dejó sin palabras.
Sobre la cama yacía una mujer rubia cubierta completamente de sangre, sus ojos abiertos y la expresión de terror de su rostro no dejaban lugar a la duda, estaba muerta. Tenía docenas de heridas producidas, probablemente, por un arma blanca.
La impresión fue tan grande que apenas sintió dolor cuando notó un pinchazo frío en su costado. Cuando llevó la vista a la zona, vio que aquella mujer, que dijo llamarse Verónica, le había hundido hasta la empuñadura un cuchillo de enormes dimensiones.
Lo último que vio, fueron unos enloquecidos ojos inyectados en sangre, y lo último que escuchó antes de morir, fueron las palabras tétricas y cargadas de odio de la mujer.
--Aquí tienes a tu puta rubia ¡Cerdo! Que disfrutéis mucho el resto de la eternidad.
José Luis Guerrero Carnicero (Madrid 1959). Comenzó su actividad literaria creativa con relatos cortos y poemas presentados a diferentes concursos y certámenes en los que obtuvo numerosos premios y reconocimientos, algunos de los cuales, fueron recogidos en diferentes antologías editadas por los organizadores. Debutó en la novela con " Alter Ego" a la que siguieron otros títulos como: "Niño, no molestes a la vivos" "La prisionera de Vincennes" "Duende" "Bastet"...
ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por el autor de la obra.
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