«La maldición de Pitágoras», un cuento de Ricardo Rodríguez Navarrete

El humo hacía una clase de hipérbola bien alineada. Con ese corte versátil e ingenuo que toda hipérbola llega a tener. La salida de la escuela, como todos los días, un tabaco para poder respirar de esta absurda realidad llamada preparatoria. La verdad es que me gusta estudiar, pero a veces no sé si las cosas sean como lo dicen mis profes o mis propios padres. Estoy harto del humo del estudio, del humo de la pasividad, a veces quisiera hacer cosas más interesantes como jugar fut, baraja o de perdis una matatena. 
Salgo de la escuela, con la ilusión de que mis compañeros sientan un poco de afecto por mí, y lo único que recibo es un “hasta pronto mi Virolo”. Si es verdad este problema de mis ojos que me consume cada día. Mi mamá dice que Dios me hizo con mis ojos chuecos, para enseñarme a ser valiente, pero la verdad es que dudo mucho de mi madre. Ayer la vi pelear con papá, reclamándole que no hay dinero ni para la renta. Las cosas en este país cada vez son más complicadas. A veces quisiera terminar la prepa para poder ayudar a mamá, regalarle una casa, un carro y comprarle un perfume de esos caros como a ella le gustan.  
Para mí, honestamente no quiero nada, sólo amor y respeto. En la escuela soy el chico “difícil de ver”. Soy feo pero la verdad eso no me importa. Sé que tengo un corazón que muchas chicas envidiarían. 
Las chicas buscan un hombre musculoso, de aspecto varonil, bien bañadito y relamidito. Pero no se dan cuenta que, si se fijaran en mí, yo les bajaría las estrellas, el sol, y que todos los días le escribiría un soneto a mi décima musa. Pero a mí sólo me gusta una señorita: mi hermosa Raquel, o “Raque”, para los cuates. 

Mmm… lástima que ni su cuate soy. 
Ella es, ella es…. simplemente la mejor. Su forma de hablar, de vestirse, de mirar, bueno, todo en ella es genial. Recuerdo la vez que volteé y le dije:
—Disculpa, ¿me prestarías tú calculadora?
A lo que ella respondió: 
—Ni en tus sueños virolo. 
Lloré tanto en mi recámara, que en cada lágrima depositaba mi tristeza, ante su mirada cruel y despiadada; pero la verdad es que “es mi Raque”. 
Luego, la niña del 1.3, guauuuu, eso es una mujer. Tiene 15 años. Ella no sé cómo se llama; pero es un ángel que bajó a los mortales. Una vez en receso le sonreí, pero sólo pude ver su mirada agachada y suplicante de “ese quién se cree”. 
Todo en mi vida es un tormento: mujeres hermosas envueltas en sábanas blancas, que nunca hablarán conmigo; materias reprobadas envueltas en extraordinarios que hay que pagar cada año; amistades que se envuelven en despotismo, y mi familia envuelta en una realidad de conformismo. 
Creo que las familias mexicanas somos conformistas, ya que nadie de mis compañeros quiere estudiar. Al de Mate nunca lo pelamos y a la de Literatura sólo le damos por su lado. Ellos hablan y hablan, y nosotros sólo gritamos y mentamos madres. Me sorprende nuestro agravio cultural. Ahora entiendo por qué en México tanto secuestro y ladrón. Nos gustan las cosas fáciles y sin mucho cansancio, por favor. Una vez leí que en Japón estudian más de 11 horas al día, y que si reprobaban una materia eran capaz hasta de suicidarse. No pues mis amigos ya se habrían muerto varias veces. 
Somos el país que más invierte en educación y nuestra educación es de las más peorcitas. Pero yo creo que la culpa la tenemos todos. Nos hemos vuelto conformistas. Ya no queremos estudiar. Ya no queremos leer y hemos dejado de creer en un futuro bueno y manso. 
Ahora todo es pelea, secuestros, robos, adulterio, lesbianismo, fiesta, alcohol, sexo y un poco de apatía. 
No me considero un modelo de mexicano. Pero sí creo que las cosas pudieran estar mejor. Cada quien haciendo lo que nos corresponde. Los alumnos a aprender y los maestros a enseñar, y los padres, por supuesto, a educar. 
Hace mucho tiempo que no como con mamá y papá. Ellos ya me son tan extraños, que no me imagino ya la vida con ellos. 
Esta tarde quise participar en clase de Matemáticas. El maestro me preguntó que si me parecían difíciles las matemáticas, a lo cual, respondí que no me parecen difíciles, incluso me considero bueno en Mate. Y mis amigos respondieron un simple: “¡qué payaso!, pues es el virolo. ¿Qué esperabas?” 
Lo triste es que muchos de los que acabamos la preparatoria no seguimos nuestros estudios, por falta de varo, interés y el peor de los males. Por creer que, sin estudios, podremos ser mejores. 
Hoy me pasó algo difícil de comprender y estoy preocupado El maestro de Mate nos platicaba sobre la maldición de Pitágoras. 
El “profi” nos decía que, si llegáramos a escribir de manera errónea, cualquiera de las fórmulas de Pitágoras. Nos caería una maldición, en la que nos convertiríamos en enanos y que moriríamos vagando por el mundo sin comida y sin ilusión alguna. 
Él nos explicaba que el Teorema de Pitágoras era fácil…
C2= A2 + B2 
B2= C2 – A2 
A2= C2 – B2 
‘El Profi’, como le decimos la banda, nos dijo que la maldición del Teorema de Pitágoras se debe a que muchos al despejar cualquiera de las tres fórmulas, nos equivocamos en los signos o que ponemos al revés las letras y muchas veces los resultados salen negativos. El maestro nos explicaba que, si llegáramos a cometer un error en signos o en el acomodo de la fórmula, las matemáticas se cobrarían tal error, y que nos volveríamos pequeños. Incluso el maestro se atrevió a decir que las recientes desapariciones de jóvenes en la colonia no eran por motivos de secuestro, sino algo peor. Simplemente la maldición de Pitágoras. 
Hoy, mientras realizaba mi actividad de la clase, me equivoqué en despejar la fórmula de Pitágoras. En vez de poner…
B2= C2 – A2 
Yo puse erróneamente la fórmula:
B2= A2 – C2. 
Llegando a casa me sentí extraño, como si algo dentro de mí hubiera cambiado; como si al poner la fórmula de manera incorrecta, algo me fuere a suceder. 
De pronto, estaba dándome un regaderazo, de esos rápidos, ya que mi mamá insistía. 
—Ándale Julio, báñate. Ve nada más esas greñas que traes. ¿Qué no te de pena?
No sé qué ha sucedido, pero de pronto mi cuerpo ha cambiado. Mis manos son más pequeñas, mis piernas han encogido, mi voz suena lenta y mi vida ya no es la misma, desde que me equivoqué en esa insignificante fórmula. 

Por algún tiempo, pensé que era un sueño, esa realidad guajira de la que suelo hacer uso, haciéndome el chistoso con mis papás, haciéndome el tonto con mis maestros. Diciendo que por mis ojos “chuecos”, no soy capaz de ver el pizarrón y mucho menos de aprender, pero eso es mentira. Mi incapacidad me la he creado yo.  
Pero siendo sincero, hoy todos los jóvenes tienen una incapacidad, todos nos creemos merecedores de algo o de alguien, cuando eso es mentira. El mundo está cambiando vertiginosamente. Ya no hay moral en nosotros los jóvenes. Ya no hay pudor y mucho menos lealtad a nuestros pensamientos más íntimos como mexicanos. 
Sin embargo, llevo ya cuatro días metido en este dilema. ¿Soy pequeño o no lo soy? En casa me buscan y no me encuentran. Mi mamá grita y grita. Se preocupa, pero nunca me ve. Ella está en su onda de ser puritana y yo en mi onda de ¡qué asco de vida! 
Creo que me estoy dando cuenta de que en verdad la maldición de Pitágoras hizo algo en mí. Hoy vi patrullas y oficiales en mi casa. Mi mamá lloraba y gritaba de impotencia y un policía gordo y bien vestido diciendo:
—Señito, hacemos lo que podemos, de verdad no se apure.
Es cuando me he dado cuenta de que en verdad soy un enano y que nadie me oye. Yo le grité a mamá con todas mis fuerzas: “¡Mamá! Aquí estoy, ¿acaso no me ves?
Volteo a ver mi alrededor y todo es grande. Las plantas de mamá, las sillas, las escobas, los muebles y qué decir de Jeremy, nuestro perro; pero bueno, ni él me ve y mucho menos me hace caso. Ayer pasé por sus narices y me miró con cara de: ¡que insignificante gusano! 

He caminado por mi casa y todo es diferente estando yo de esta estatura. Me costó dos horas escalar las escaleras de la sala. He recorrido la sala, los baños, la cantina de papá, hasta que un día escuché voces. 
—¡Hey, amigo! ¡Oye pss!, el de los ojos de vacaciones. Sí. Tú. El de la camisa anaranjada. Sí, tú, el enano. Para mi sorpresa, eran alrededor de 15 enanitos iguales que yo. Uno de ellos se decía llamar “Juan Gutiérrez” y otro “Benito Alavés”. Yo los reconocí de inmediato. Eran los chicos que estaban buscando por las noticias, según que habían sido secuestrados de sus casas y jamás regresados.  
Les pregunté lo que había sucedido. A lo que sólo me respondieron: “La maldición de Pitágoras es cierta, llevamos así dos años intentando salir de aquí; pero nadie nos ve ni nos escucha, sólo somos sombras en un país de gigantes”.
 
La maldición de Pitágoras es una realidad. Cada día, llegan más jóvenes a esta, mi casa; aunque se ha vuelto nuestro lugar de reunión y de tristeza. 
De reunión, porque aquí estamos todos los maldicientes por la fórmula de Pitágoras, de tristeza; porque aquí gemimos y suplicamos misericordia. Hemos reclutado alrededor de 150 enanos, todos por haberse equivocado en los signos y en las letras de la famosa fórmula de Pitágoras. 
Hoy mientras comían mis papás, observé algo que, pido a Dios de todos los cielos, que haya sido una ilusión o sólo un espejismo de mi debilidad como enano. Papá y mamá comían, cuando vi como llegaba algo parecido a mí. Hablaba como yo, se vestía como yo, se movía como yo, ¡por Dios! ¡soy yo! 
Mi rostro se volvió transparente al ver que mis padres le hablaban con tanta naturalidad, que parecían una familia feliz. Él se comportaba mejor que yo. Era atento, risueño, le hablaba con tanto respeto a papá y a mamá, que ellos se veían tan contentos y tan emocionados por el ‘cambio’ repentino. 
Todavía papá le dijo con esa voz aguardentosa, olor a wiski y a tabaco fresco:
—Felicidades hijo por ese diez en trigonometría. Estoy orgulloso de ti. Puedes llevarte el automóvil para que salgas con Emma, tu novia.
Hijo de su m… Si yo no tengo ni novia. Yo no saco buenas calificaciones y mucho menos soy respetuoso con mis viejos. ¡Ese tipo me robó a mi familia! 
Todos los enanos están conmigo y me dicen palabras de aliento, y me dan consejos de cómo manejar esta situación. Me dicen que mis papás no valen la pena, que son nefastos y que no me merecen, ¡y tienen razón! 
Aunque los veo tan felices, tan dispuestos a ayudarme, que quisiera ser ese tipo y hacer mejor las cosas. ¡Qué irónico! ¿Quisiera ser yo?  
¡Por Dios! Que alguien se dé cuenta. Ese tipo es un ladrón de vidas. Ya hasta no tiene los ojos chuecos, prueba fidedigna de que no es como yo. 
Aquí, en los lugares bajos de mi casa, estamos todos los desahuciados, aquellos que nos equivocamos en las fórmulas matemáticas. No sé cuánto tiempo ha pasado ni en qué año estamos, sólo sé que aquí abajo no pasan los años y todo es estático. Mis manos no envejecen, mis pies siguen pequeños y mi mente sigue siendo estúpida y sin razón. 
Algunas veces vemos una pequeña puerta que se abre cerca del lavabo de mamá. Es una puerta de nuestro tamaño, que al abrirse, se dispersa un olor como de azufre, y un ser horrible sale a pronunciar un cántico nefasto y ensordecedor:
—¡Vamos, mis pequeñitos, vamos! Bienvenidos al Hades. 
Algunos se han atrevido a ir al encuentro de dicha puerta, han entrado, pero jamás han regresado. Por las noches oímos que de esa puerta salen quejidos y llantos. ¡No, por favor, seremos mejores, de verdad, pero ya no nos atormenten!
Hemos escapado de esa puerta. Nos hemos mudado cerca del cuarto de papá y mamá. Aquí nos sentimos más seguros y confiados. 
Escribo mi testimonio a todos los alumnos de Pitágoras, de todas las preparatorias y secundarias del mundo. Huyan de la ignorancia, de la falta de conocimiento, de la falta de humanidad y la falta de piedad. No sabemos cuánto tiempo ya ha pasado, pero las puertas para entrar al Hades se han multiplicado por toda mi casa, y aquí cada vez somos menos. Ahora sólo quedamos cinco que nos hemos rehusado a entrar a dicho lugar de perdición.  
El que vive con mis papás, y dice ser yo, ha envejecido y ya casi no viene a mi casa. Al parecer, se casó o algo parecido. 
Este testimonio lo dejaré en casa de mi maestro de Matemáticas. Ojalá, mi querido maestro, al que no pelaba y lo tiraba de a loco con sus choros, vea mi testimonio y lo difunda con todos mis amigos e incluso enemigos. 
¡Por favor, lean esto y escuchen! ¡Ayúdenos! Seguimos encerrados. No hemos podido gritarle al mundo que sí existimos y que quisiéramos volver a vivir. 





Ricardo Rodríguez Navarrete. Mexicano, 37 años. Arquitecto por parte de la UNAM, durante los últimos 10 años me he desempeñado como profesor de matemáticas de media superior y superior en la EPOEM 257 y la Universidad Tecnológica de México en las materias de Historia del Arte y Estética.
En 2015 y 2018 escritor de “Buffet de cuentos matemáticos I y II” de la Editorial Henequen en donde permite que el alumno repase matemáticas a nivel secundaria y preparatoria usando cuentos de suspenso y ficción. e-mail: arq.ricardo.navarrete@gmail.com

Fotografía de Ian Keefe (en Unsplash). Public domain.

1 comentario:

  1. Excelente. Este cuento esta fenomenal para trabajarlo en la escuela y abonar a la comprensión lectora y al pasamiento matemático.

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