—¡Hola Cande! Conectate urgente a Facebook, estoy en el chat con el flaco que vive a la vuelta de la escuela, el que vemos todos los días al regreso; nos invita a tomar algo esta tarde. Apurate que te sumo a la conversación —le digo entretanto aguardo que aparezca en la pantalla.
—Ahora está mi viejo en la compu Mica; arreglá la hora y el lugar, después contame en qué quedaron —contesta entre susurros a fin de no ser escuchada en su casa.
Al entrar mamá a la pieza al toque corto la llamada. Si Candela tuviera un celu con internet no pasaría esto, ¿cuándo se lo van a comprar? Con Maxi acordamos encontrarnos a las siete en el McDonald’s del parque; irá con su amigo Emi. El problema será poder convencer a mi madre: los dos cursan tercer año en Comercio 1, son mayores que nosotras que estamos en primero de la escuela Normal. ¿Entenderá que sabemos cuidarnos solas? Seguro que me dará el acostumbrado sermón:
—Salir a tomar unos refrescos o comer entre chicas sí, a encontrarse con amigos no; todavía no tienen la edad suficiente.
Y me voy a quedar sin salida. Es preferible que le diga que nos juntaremos con las chicas del curso; total, ¿cómo se va a enterar? Estas horas de la siesta se harán interminables; para distraerme, antes de darme un baño, me pondré a elegir la ropa que voy a llevar.
—Hola Marcelo, ¿ya saliste de la oficina? Quedé preocupada, Micaela me dijo que saldría con Candela y otras amigas a pasear por el centro, pero al limpiar su pieza encontré el Facebook abierto y leí la conversación con un pibe que las cita a las siete en el McDonald’s del parque. ¿Sabés dónde queda eso? Córdoba y Mitre. ¿Podés ir? No, ni idea quién es él; hay fotos, mas podría ser cualquiera. ¡Qué pendeja mentirosa! Mirá que la hablamos. Dale, gracias, me dio miedo. Se puso el pantalón negro y la remera roja con dibujo de un arco iris. Llamame cuando las veas.
—Dame la promo de hamburguesa triple con agua saborizada sin gas; de pomelo, que no esté tan fría —le digo a la chica que nos atiende en la caja.
—A mí lo mismo, pero con una de manzana —pide Cande.
Ella luce hermosa: lleva dos colitas en el pelo y en su blusa blanca resalta un collar indio, plateado, con forma de elefante. Además, se pintó los labios. Claro, estaba sola en su casa, se pudo arreglar tranquila sin que la controlen. En cambio, yo me tuve que poner algo sencillo para que mamá no sospeche. Pagamos —cada día está más cara la promo— y nos sentamos junto a la ventana que da a la calle.
Pasan los minutos, los flacos no llegan; inquietas nos miramos, como si alguna pudiera tener la respuesta. Candela enciende su viejo Nokia 1100 y observa la hora: las siete y quince.
—¿Segura que el chabón te dijo a las siete? —me pregunta impaciente mientras termino mi comida.
En ese preciso instante por la puerta de entrada ingresa un elegante señor con traje azul y corbata roja metalizada. Corpulento y cercano a los dos metros; me recuerda a un actor que he visto en la televisión, ¿quién será? Se aproxima a nuestra mesa.
—¿Cande y Mica? —Asentimos con un leve movimiento de cabeza—. Hola chicas, soy el padre de Maxi; él se cayó con la bicicleta en la calle y tiene el tobillo hinchado, la madre le colocó hielo. No obstante con Emi las esperan en casa; compraron sándwiches, gaseosas y helado. Tengo el auto afuera, vamos que las llevo.
Cande le da un último bocado a su hamburguesa y yo tomo un apresurado trago final; nos levantamos y acompañamos al papá de Maxi hasta la puerta. En la calle espera estacionada junto al cordón una combi, creo que Renault Trafic, de color blanco con vidrios polarizados.
Al llegar a la vereda, me detengo ante el recuerdo de mamá advirtiéndome sobre los peligros que enfrentamos en la vida; una alarma se enciende en mi mente.
—¡Vamos Mica! —grita Cande, sin embargo mi cuerpo parece paralizado; no me permite caminar junto a ella ni, como intento en este momento, regresar al interior del local.
El hombre del traje azul me tironea del brazo y veo que alguien dentro de la combi abre la puerta trasera. Me resisto a los manotazos, lanzo algunas patadas, intento liberarme pero igual me arrastra, es más fuerte que yo.
De repente escucho un grito, su voz me es familiar:
—¡Micaela!
Es papá que se acerca en veloz carrera; al verlo mi captor se sorprende, aprovecho y escapo de su mano que me lastima. El apuesto galán de telenovelas da un salto y presuroso se mete en el vehículo; la combi arranca y las ruedas chillan al doblar en la esquina.
Cande corre hacia nosotros. Lo abrazamos a papá; ambas temblamos, no paramos de llorar. Le doy muchos besos, quiero estar con mamá.
Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, República Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ensayos Memoria y Dictadura. Sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y webs de Argentina, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Perú, Cuba, Bolivia, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. Libros: Lápiz clandestino (2018) y Crónicas subterráneas (2021).
Fotografía de Sam Manns (en Unsplash). Public domain.
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