Teniendo tan poco espacio, pediré su permiso para prescindir de todo preámbulo. Dejaremos de lado lo inesencial e iremos inmediatamente al corazón del problema.
Un sueño es esto: percibo objetos y allí no hay nada.
Veo hombres, parece que hablo con ellos y escucho lo que responden.
No hay nada allí y no he hablado.
Es como si las personas reales y las cosas reales estuviesen en ese momento. Entonces, cuando despierto, todo ha desaparecido: cosas y personas.
¿Cómo es que esto ocurre?
Pero, primero, ¿es cierto que no hay nada allí?
Digo, ¿es que acaso no se nos ha presentado un tipo de sentido material a nuestros ojos, oídos, tacto, etcétera, tanto durante el sueño como en la vigilia?
Cierra los ojos y mira atentamente lo que ocurre en tu campo de visión.
Muchos podrían decir que no pasa nada, que no ven nada. Se necesita cierta práctica y capacidad de observarse a sí mismo de manera total para que esto no ocurra. Pero si esforzamos la atención, se distinguirán, poco a poco, muchas cosas. Primero, en general, un fondo negro.
Sobre este fondo irán y vendrán destellos ocasionales.
Descenderán y ascenderán lentos y adormecidos.
Con mayor frecuencia: puntos de colores. A veces bastante incipientes; otras, por el contrario para algunos, tan brillantes que la realidad no se puede comparar con ellos.
Estos puntos se expanden y contraen, cambian su forma y color. Se desplazan. A veces el cambio es lento y gradual; a veces, un torbellino vertiginoso.
¿De dónde proviene toda esa fantasmagoría?
Fisiólogos y psicólogos han estudiado estos juegos de colores. “Espectros oculares”, “puntos coloreados”, “fosfeno” son algunos de los nombres que recibe el fenómeno.
Los explican como pequeñas modificaciones dinámicas en la circulación retinal o mediante la presión de las telas oculares que, al plegarse sobre el ojo, causan la excitación mecánica del nervio óptico.
Pero la explicación del fenómeno y el nombre que se le da poco importa: ocurre universalmente y constituye, debo decir inmediatamente, la materia principal donde se delinean nuestros sueños.
De lo que están hechos.
Treinta o cuarenta años atrás, Alfred Maury y, por el mismo tiempo, el marqués d’Hervey de Saint-Denis observaron que, al momento de dormirse, estos puntos de colores y formas movedizas se consolidan, se acomodan, se trazan definitivamente.
Son los contornos de los objetos y de las personas los que pueblan nuestro sueño.
No obstante, es una observación que debe ser aceptada con recelo. Proviene de psicólogos medio dormidos.
Hace poco, un psicólogo estadounidense, el profesor Ladd de la Universidad de Yale, desarrolló un método mucho más riguroso. Requiere cierto entrenamiento.
Consiste en adquirir el hábito de despertar por la mañana, manteniendo los ojos cerrados, y retardar por algunos minutos el sueño que se desvanece del campo de visión y que pronto, indudablemente, abandonará nuestra memoria.
Uno ve las figuras y los objetos del sueño consumirse lentamente en fosfones, identificándolos con los puntos coloreados que el ojo percibe cuando los párpados están cerrados.
Uno lee, por ejemplo, un diario.
Ese es el sueño.
Uno despierta y aún yace el diario. Sus contornos reales son borrados, solo un punto blanco de marcas blancas aquí y allá.
Esa es la realidad.
Fragmentos de la conferencia dictada por Henri Bergson el 26 de marzo de 1901 en el Instituto de Psicología de París
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Fotografía de Andreas Wagner (en Unsplash). Public domain.
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