Nerviosa, la enfermera registró el nacimiento de Leopoldo Arriasgoiti, el bebé prematuro de Estela Rivereta, una mujer de Valtierra, Navarra, que a sus treinta y siete años ignoraba sus seis meses de embarazo, y que llevada de urgencia a la clínica por una hemorragia con tintes de muerte terminó pariendo gemelos. Primero salió uno y abrió la boca para llorar, pero no salió nada, pareciera que el cuerpo no recibió la señal para avivarse y murió pronto. Después sacaron al segundo que lloró a pulmón abierto, pero su llanto fue tan triste que sobrecogió al personal médico presente.
Poco tiempo después él calló abruptamente, como si su dolor nunca hubiera existido. Entretanto, su madre era recuperada con una descarga eléctrica.
Ya en la incubadora, descansa. Su cara plácida refleja que es un bebé sano y que nada le duele. Y tras un cristal su padre Ramón Arriasgoiti lo observa bajo el influjo de un amor inesperado, tan intenso que siente hinchado el pecho, como si el sentimiento se hubiera duplicado y el corazón pudiera reventar en cualquier momento. Sobreexcitado solo puede reír y llorar al mismo tiempo, lo que es incomprensible para los que aman a medias.
Con el amor y ventajas que solo puede recibir el hijo único, Leopoldo crece y se educa en el mejor colegio, ahí su maestra de educación infantil le acogió desde el primer día, y con la experiencia de los años en la primera reunión escolar comentó a su madre:
—Polito es un niño muy peculiar, es inteligente y con una energía inagotable, pareciera que nunca se cansa, y en el patio del “cole” suele disfrutar de lo que al parecer es su pasatiempo favorito: perseguir sombras. No le importa si son largas o cortas, bien perfiladas o débiles asomos, porque es frecuente que ría a carcajadas cuando lo hace, sobre todo cuando huye de la suya, es como si fuera detrás de él su mejor amigo ¡verlo en ese correteo resulta fascinante!
Ella asintió:
— ¡Lo sé, en casa también gozamos ver ese juego de sombras, es como ver a dos “Leopoldos”, uno detrás de otro, buscando encontrarse cara a cara!
Pero Estela Rivereta lo gozó pocos años, pues un cáncer largamente encriptado se esparció en su cuerpo, y doblegada cerró los ojos para perderse en la inconsciencia absoluta. Sus dolientes fueron muchos, ya que un hijo en adolescencia siempre necesita a su madre, y en solidaridad abarrotaron el velatorio para orar. Sí, oraron para enmudecer, tras perseguir con mirada penosa el arribo al recinto de un acongojado Leopoldo, cuyos pasos trémulos y cortos seguidos por la proyección de su sombra en un traspié evidenciaron que habían más detrás de él: una siguiéndole con mucha habilidad para asemejarse a la suya, y otra con un perfil distorsionado que torpemente buscaba perderse en su entorno trepando, alargándose… ¡pretendiendo engañar! Fue tan notorio que a su paso los afligidos se abrieron camino para apartarse, reemplazando la pena por confusión y el asombro por horror, emprendiendo con desasosiego una huida antes de misa. Solo quedaron parientes, los más allegados, y en esa soledad a la vista aterradora las sombras se hicieron más visibles. Horas después el entierro fue desolador.
A partir de ese día, la particularidad de Leopoldo dejó de ser un secreto en Valtierra, Navarra; y vinculado a perturbadores espíritus de negativa energía su imagen se enranció, se pudrió. Los habitantes evitaban toparse con él, pues le atribuían una maldad amenazante, y al estar a la vista algunos le repelían invocando el nombre de Jesús. Esto le avergonzó, le atormentó, y siendo imposible manejar su angustia una noche buscó el alivio: se ahorcó, dejando a sus pies una breve carta:
“Padre mío, hoy voy al encuentro de un destino marcado. La muerte. No debí nacer. No era mi momento. Ahora comprendo que por eso viví con la sensación de hacerlo entre sueños. Jamás me aceptarán. Además, quienes me siguen en las sombras me esperan. Te amo.”
En el féretro, Leopoldo descansa. Su cara refleja placidez. Y tras un cristal su padre Ramón Arriasgoiti lo observa bajo el influjo de un dolor inesperado, tan intenso que siente hinchado el pecho, como si el sentimiento se hubiera duplicado y el corazón pudiera reventar en cualquier momento. Sobreexcitado solo puede llorar y reír al mismo tiempo, lo que es incomprensible para los que aman a medias. Cuando su corazón estalla son tres sombras las que lo acompañan.
TRINITY G. Licenciada en Contaduría Pública egresada del Instituto de Ciencias y Estudios Superiores de Tamaulipas, México, ejerce en el ramo de la hotelería y disfruta de servir a los demás. Participa en el taller literario ALQUIMIA DE PALABRAS descubriendo y formando las bases de su escritura, cuyos cuentos y relatos se han publicado en las antologías: Cuentos cortos para noches largas, Zona de Cuentos, y La sonrisa del abismo, además de ser seleccionados por revistas digitales como Teresa Magazine, Cisne, Elementum, Nocturario, Arte siente, Elipsis, Delatripa y otras. Apoya la difusión literaria oral y escrita en sociedad con LIBRERÍA HORUS. Facebook: Trinity Trinity
Foto de Gabriel Ramos (en pexels). Public domain.
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