'Margarita', cuento de Antonio Garza


—¡No, mamá!, no vayas a llamar a mi tía. Mejor quédate tú con nosotros —la insistencia y mi cara de angustia terminó por convencerla de quedarse en casa. 
Esa noche mí madre no sabía porque razón estábamos evadiendo a mi tía, no tenía ni la más remota sospecha de nuestro temor, pero había llegado el momento de contarlo. Papá tenía semanas laborando en Estados Unidos y mamá trabajaba de noche como enfermera en un hospital, y la única que podía cuidarnos era su hermana, nuestra tía Maggie. 
Tres noches atrás todo era normal, pero después de que mi tía se encontró esos sucios y amarillentos manuscritos, en el rincón de quien sabe dónde, hubo un cambio drástico. Lo peor es que cuando mamá llegaba a casa ella actuaba normal, Maggie era la misma mujer de siempre. Era cariñosa, muy joven y bonita: tono de piel aperlado, cabello rizado y castaño, ojos grandes de color café claro. Teníamos un enorme parecido al grado de decir que yo era una versión suya, pero en chico, más bajito y con anteojos. Era bastante alta, siempre vestía acorde a su edad, no pasaba de los veintiocho. No sabíamos qué clase de cosas habrá leído en ese pedazo de papel, porque cuando lo sacó de su bolso lo quemó frente a nosotros después de decir que “ya entendía todo”, mientras el fuego consumía la hoja y con sus luceros temblorosos clavados en él, mostraba el reflejo del ignito vaivén de una flama bailarina. Mi hermano y yo nos miramos por segundos, quisimos preguntarle la razón de lo que hizo, pero ella fue más rápida: solo sonrió y nos llamó “sucios”, paso por en medio de los dos, dejando el eco de sus tacones sobre el piso de madera y se encerró en la recamara donde dormía. Quise acercarme, pero desde el pasillo pude escuchar algo como una letanía, seguido por una carcajada horrible que después se transformó en susurros. No volvimos a verle en toda la noche. 
Al día siguiente llegó con la piel tostada por el sol, caminaba encorvada, el cabello despeinado y los ojos desorbitados, además de que en su ropa se veían manchas de lodo seco y hierba molida. Esa no era la Maggie de siempre, a Carlos y a mí nos aterraba recordar la noche anterior. Temíamos cruzarnos por algún pasillo y que ella apareciera, había mucha tensión cuando la teníamos cerca, no queríamos hablarle tras ver su mirada y ropa sucia, pero la tía Maggie fue quien rompió el hielo con un comentario totalmente fuera de lugar. 
—Fernando, ya sé de tu situación con dios. ¡Me da vergüenza que seas mi sobrino, niño sucio! 
—¿De qué está hablando tía? Yo si voy a la iglesia. —arqueé una ceja en tono de duda, e inconscientemente estaba encajando mis uñas en la palma de mi mano por la rabia. Ella solo agitó la cabeza en vertical, como si mi respuesta les diera más fuerza a sus palabras. 
—¡Precisamente mocoso! ¿Qué crees que dirá mi esposo?, tu mamá no va a la iglesia desde hace mucho ¿y sabes qué? ¡Eso está bien! —abrió mucho los ojos, lo cual asustó a Carlos, después de todo él solo tiene doce y yo catorce años. En realidad, lo que nos desconcertaba más era la mención que hizo sobre su esposo. Ella era soltera. 
—¿Entonces está mal ir a la iglesia? —Sonreí incrédulo e intenté ser amistoso con ella para aligerar la carga de tensión— ¿Y quién es su esposo? 
—¿Quién más va a ser?¡Pues el diablo mijo…! 
Se dio media vuelta y se retiró hacia la sala, nosotros nos quedamos con la respiración entrecortada. De inmediato nos encerramos con llave en el cuarto y conversamos durante un rato, no podíamos dormir porque en la sala se escuchaba que la tía Maggie estaba mirando documentales extraños en la televisión, escuchábamos pasos y la luz que se veía bajo la rendija dejaba entrever la sombra de sus pies deambulando por el pasillo, de ida y vuelta en repetidas ocasiones, pero a veces se detenía justo tras la puerta murmurando algo. 
Conciliamos el sueño tarde, no nos dimos cuenta de que ella se había ido a la mañana siguiente. Nos despertamos al escuchar que mamá llego y dio un portazo. Cuando Carlos se levantó se quedó helado al ver algo tirado. 
—¡Fernando, tienes que ver esto! —hizo una pausa y tartamudeo un poco tras atragantarse con su saliva— tía dejó una nota bajo la puerta… 
Me apresuré y la levanté, parecía el boceto de un pozo sin fondo hecho con puro carbón en círculos bruscos, casi rompe la hoja. Al reverso, unas palabras escritas con lo que parecía su dedo ensangrentado: “ayúdenme, visítenme más tarde y no le cuenten a su mama por favor”. Estuvimos contemplando el papel un rato, la tía Maggie era muy querida por nosotros y comenzamos a pensar que estaba pasando por un mal rato en su vida, quizá tenía problemas mentales y necesitaba nuestro apoyo, lo extraño era que no quería involucrar a mamá en ello. De igual manera ella terminaría haciendo un escándalo y tachándonos de locos. 
Guardamos nuestro secreto y salimos sigilosos para evitar despertarla. La casa de la tía Maggie no quedaba muy lejos de la nuestra, pero había un par de cosas que me provocaban pánico: la primera era que fue construida en lo alto de la colina, prácticamente al borde, lo que me causaba náuseas y miedo a caer. Lo otro se trataba de una especie de recoveco en la parte trasera de la casa que se formaba en descenso, se veía que llegaba muy poca luz y nadie atrevía a entrar, tanto por lo peligroso que podía ser la bajada como por situarse en propiedad privada. Nos paramos en la puerta y antes de dar un par de golpecillos, la puerta se abrió sola, pensamos que el aire atravesó por los pasillos y estaba mal cerrada. Pasamos dando palmadas en la pared, buscando el interruptor para quitarle lo lúgubre al pasillo. Cuando los dedos de Carlos lo encontraron aún no lo encendía cuando un murmullo se extendió desde la planta alta. 
—No la enciendan, vengan aquí —hizo una pausa, Carlos me apretó muy fuerte del hombro, y yo rodee su cuello con mi brazo para tranquilizarlo —entren a mi recámara. 
Comenzamos a subir los escalones, la madera rechinaba y conforme nos acercábamos podíamos escuchar algo parecido al chasquido de una lengua entre dientes, un extraño olor a gas flotaba en el aire. Finalmente cruzamos la línea que nos separaba. Ella estaba ahí sentada en el centro, contemplando con atención la luz de una lampara de aceite. Estaba tapada con una cobija negra, y solo se apreciaban sus ojos y nariz iluminados de un naranja pálido. 
—Hola tía Maggie. ¿Se encuentra bien? —preguntó mi hermano con su timbre de voz agudo. Tras ello, una corriente de viento cerró con fuerza la puerta, y golpeteo los cristales, tuvimos un sobresalto y comenzamos a sentir frio. Ella se levantó, su sombra se hizo muy larga en la pared, dio un suspiro y finalmente nos habló.
—Gracias por venir niños. Verán…sé que me he portado muy mal con ustedes, pero no he sido yo. Queda poco de mí aquí, he cometido un grave error. —sollozó y se llevó ambas manos a la cara. 
—Yo se que algo no estaba bien desde la noche que usted quemó…esa cosa —me puse muy nervioso, tenía miedo, estábamos en una situación incierta y desconocida —¿Qué era aquello tía? 
Había una explicación que no esperábamos, pero de alguna forma siempre me había aterrado entrar en su casa, era antigua, las paredes crujían cuando soplaba el viento, estaba construida al lado de un barranco y ese pozo…ese maldito agujero. 
—Esa tarde, antes de ir a cuidar de ustedes —hacía pausas casi entre cada palabra, sus manos temblaban y tenía lágrimas en los ojos— estaba limpiando una de las ventanas de atrás, pues nunca lo había hecho. No me sujeté bien y resbalé. Terminé cayendo hasta la cueva de tierra que está ahí abajo —la tía Maggie señaló por la ventana con su índice, y siguió contando entre sollozos —cuando me levanté, encontré que había una mesa de madera y sobre ella había una botella que contenía una hoja. Jamás debí leerla… 
—¿Qué era lo que decía el papel? —tragué saliva. 
—Era una propuesta de matrimonio, una propuesta hecha por un demonio que apareció frente a mí, como una sombra —tras escucharlo se nos puso la piel de gallina y retrocedimos unos pasos— en la hoja aparecían sus nombres también, y si yo no le daba mi alma a él, ustedes iban a sufrir. Tuve que firmarla, y como me indicó…quemarla. 
Se que la tía Maggie no esperaba que la entendiéramos, creo que nos pidió que fuéramos por otra razón, y no sabíamos cómo ayudarla. Hubo un incómodo silencio que se extendía por las cuatro paredes que nos rodeaban. 
—¿Cómo podemos ayud… —no había terminado de preguntar cuando le cambio el semblante? ¿Se abalanzo sobre mí, sujetándome de ambos brazos y comenzó a clavarme sus largas uñas en la ropa? De no ser por lo grueso de mi camisa me hubiese hecho sangrar. Entonces fue cuando gritó cosas ininteligibles, totalmente fuera de nuestra comprensión, era evidente que se trataba de otra lengua. 
Como pude me solté y corrí hasta la puerta, quise abrirla, pero me giré y vi que Carlos estaba inmóvil, se había orinado en el pantalón. El monstruo, que ya no era la tía Maggie, dio varias zancadas hacia él. Mi pecho ardió por el coraje y el miedo se hizo a un lado, me apresuré para quitarle las garras de encima de mi hermanito, quien estaba llorando y palideció hasta desmayarse. El rostro de mi tía cambio completamente, tenía una sonrisa de dientes afilados que parecía llegar de un lóbulo hasta el otro y las cuencas de sus ojos parecían huecas, solo iluminadas por una pupila incandescente que brillaba al rojo vivo. Mi ira me cegaba ¿qué podría hacer un chico de catorce años contra algo así? Lo único que quería era salir de ahí con mi hermano. En un momento de arrebato me levanté y la empuje con toda mi fuerza, haciéndola atravesar la ventana de cristal y caer hasta aquel precipicio. No era mi intención hacerle daño a mi tía, pero estaba cegado, fue la acción que me nació. Me temblaban los labios y los parpados, no quería acercarme a ver si ella estaba bien, pero aun así lo hice despacio. Lo último que quería ver era eso, una expresión que jamás podré olvidar y mucho menos explicar. Aquel horrible rostro se podía ver desde la ventana, dentro de ese abismo brillaban unos ojos y una sonrisa que fue se fue desvaneciendo en la oscuridad: la del cadáver de Margarita, la esposa del diablo.



Antonio Garza (Valle Hermoso, Tamaulipas, México 1990). Ingeniero Mecatrónico, desde niño mostró su imaginación con el dibujo, su amor por las artes creativas y las buenas historias. Asistió al taller Alquimia de Palabras, ha participado en las revistas literarias Pluma y Elipsis, también se desempeña como dibujante e ilustrador digital.



Fotografía de Bilal Bozdemir

( en Unsplash). Public domain.




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