La Propietaria del pequeño mar tiene mis ojos, quizás una copia más acertada de mi cabello, tal vez una silueta mejorada de mi cuerpo. A simple vista, solo nos diferencia la sonrisa. A su edad, mis dientes eran un poco más uniformes. La observo y me pregunto por qué al pequeño mar no lo sostienen mis manos. ¡Ah, sí! Porque ahora me atrae la extensión del océano y me exijo no conformarme con menos. Porque ahora pienso en la importancia de la inconformidad.
La Propietaria descansa sus tobillos, luego sus rodillas, después sus brazos; de la orilla en lo adelante parece no necesitar ni el más mínimo trazo de horizonte. Siempre dice que la playa no es su lugar, que solo viene por la arena y la posibilidad que le brinda de levantar castillos. Sus castillos sin murallas, que terminan rotos de impaciencia. Se las ha agenciado para traer un pote de vidrio, reciclado de una mermelada de manzana que en algún momento devoró su hambre púber. Se las ha arreglado para llenarlo de arena y agua y demostrar que un pequeño mar puede fundarse en cualquier parte.
—Eso se pudre —le digo y frunce el ceño como si necesitara confirmarlo.
Los pequeños mares se pudren, ¿cierto? No sé por qué lo he dicho.
Ha detectado la duda en mi afirmación; la aflicción en sus cejas desaparece. No le parezco creíble.
—Propietaria —me encolerizo con disimulo y señalo una marca de sombrilla sobre la arena— si cavas lo suficiente y haces de ese hueco una elongación de tu brazo, descubrirás la humedad del agua. Entonces dejarás de necesitar el mar por completo.
—Ya lo sé —me lanza su respuesta adolescente y predeterminada.
—¿Y por qué no lo haces? —aprovecho la rebelión de su ego.
Mi pecho se sacude. Mi respiración se entrecorta. Mis dedos laten.
Medita y decide abandonar su propiedad con el objetivo de enfrentar el nuevo desafío. Olvida el pote de vidrio sobre una silla de playa. Me apresuro a sostenerlo, lo reclamo, lo aseguro entre mis palmas; pero no logro cambiarle el nombre. El cristal guarda a trasluz el reflejo de unos dientes desordenados.
“No importa, conservo lo inmenso”, pensé entonces.
Pero más tarde, aquel día, el oleaje se enfureció. La bandera roja prohibió pasar de la orilla. Sucede con los grandes mares. Siempre se retiran y dejan solo un rastro de espuma.
Claude Nogueras, (1998, Cuba). De profesión Licenciada en Turismo, y vinculada desde niña al arte de la escritura. Mención en el concurso Parnaso Estudiantil del Festival Internacional de Poesía de La Habana (2016). Ganadora en el género cuento del concurso “Por los caminos de Guane. Entre mariposas y colores”, del Instituto Cubano del Libro. Las revistas Oopart, Poetómanos y Collhibrí, así como la “Antología de cuentos infantiles Pequeños Gigantes”, conformada por la escritora Andreyna Herrera y auspiciada por la Red de Escritores y Escénicas Potosí-Bolivia, han contado con sus colaboraciones narrativas y teatrales. Miembro del curso de escritura creativa “Laboratorio de Escritura: Encrucijada” dirigido por la autora cubana Elaine Vilar Madruga. Merecedora del I Premio Laboratorio de Escritura: Encrucijada 2021, en las categorías Narrativa y Proyecto Literario.
ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por la autora de la obra.
Hermoso y duro...te remueve el alma ❤️❤️❤️
ResponderEliminarRealmente bella la historia, pequeña y gigante a la vez, K&D
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