«Mortis Paranoia», un relato de Federico Ambesi

Refugio emocional

Me hostiga el reflejo del sol colándose por la ventana, lo odio porque no puede salvarme de la tiniebla en la que me pierdo sin siquiera cerrar los ojos ¿Qué hace ahí, mirándome como un idiota, sin hacer algo contra estos cuervos? ¡Deberías hacerlos arder, estrella corrupta, para que al fin dejen de acecharme! Mis exhortos no ayudan, toda la malicia de la que alguna vez hice alarde parece estar desvaneciéndose in fraganti, convirtiéndose en la burla del horror que me invade. Por si acaso, agito mi cuerpo desnudo. A medida que la fuerza me abandona, el sucio y frío suelo deja de molestarle a mis pies. Pero me muevo, acaso para no sentirme muerto ¿Qué hay para los que dejan de andar? ¿Qué refugio brota sobre nuestras cabezas? Pequeña volición hereje, mi corazón clama por ti. Entonces el horror se vuelve más y más agudo, pero dentro de mi alma lacerada todo es nada, representa un ruido sordo, un órgano desprovisto del tejido elemental…

No conozco el punto exacto en el que estoy, me muevo acorde al ritmo de una espiral. Siento el murmullo de una masa de moscas, que atraídas por mi carne han llegado —¿muy temprano? — hasta aquí. Cuando empiezo a acostumbrarme, cuando al fin me arranco los ojos con desdén, una mano extraña me cruza la piel, prueba el fondo de mi cuerpo, se lleva algo que al momento ignoro, pero el dolor es grande y al fin mis piernas ceden. Se trata de un sueño, mejor dicho, el paso previo, un limbo onírico en donde me siento morir —¿Será éste mi momento? — Siempre me interesaron los momentos clave. Al pasar por al lado de un transeúnte, me gustaba recrearme en el momento preciso en que nuestros cuerpos cruzaban la misma bisectriz. Como muestra de la voracidad del tiempo, el otro se borraba mientras yo, perplejo, buscaba un cuerpo nuevo. Ahora están por reunirse la muerte y este andar ¿Qué lugar ocuparé? ¿Seré un anfitrión indeseable molestando a las visitas, un testigo privilegiado…? 
Cada tanto siento frío, sobre todo cuando pienso ¿En qué cosas me detengo a pensar? ¿Será en esas sombras que me rodean como un ejército de hambrientos alfiles? Intento ver sus caras, no me dejan, sólo tengo un nombre que da vueltas en mi cabeza y se niega a ser pronunciado. Quisiera tener el coraje de abrir la boca y largar un grito que me ahorro vaya a saber por qué… ¿Quiénes son esos dos que se acercan a paso firme, que blanden mi angustia, la exhiben ante mis ojos muertos y hablan de lo mucho que sangra? 

—Parece un corazón—observan con desdén— pero es negro, negro, negro. — y animados por mi horror al saberme mutilado, se largan a reír. Tienen bocas perfectas, no son lo que esperaba ver el día que conociera a mi verdugo.
¡Preséntense! —intento ordenarles, pero ahora guardan un silencio de misa. Andan sobre mí como si les pertenecieran el mundo y mi final. Ven cómo me retuerzo, no expresan absolutamente nada, simplemente me persiguen dando largos pasos, como burlándose de mi andar de gusano ¿Fueron sus manos terribles las que me ultrajaron?

Parapetado en un rincón, aguardo el desenlace. Lamento que sean un par de criminales remilgados, portadores de un silencio que me asfixia. Necesito una muerte rápida, higiénica para mi mente. Toda esta intriga no hace más que consumirme ¿Cuándo acabará? Es la misma pregunta que hice más de mil veces cuando nada de esto parecía ser una posibilidad. Ahora mis más grandes pesares tienen tintes de comedia. Ellos avanzan entre el zumbido interminable, entre la capa carbón del aire y a pesar del minúsculo sol. En todo esto no soy nada, mas parezco el centro de sus mundos cuando dan un paso, luego otro, uno más.
 
Llega una música de salvataje, aire fresco, violáceo: —Hijo ¿estás ahí? —es la voz de mi madre, inconfundible e inesperada. Con ella el mundo estaba bien, todo parecía más cálido cuando me apretaba contra su pecho. Ahora me llama, en el peor momento, y creo estar a punto de llorar. En el estado en que me encuentro es imposible responder, me desespero, mi boca se rompe cada vez que intento abrirla. Mas su voz, antes alentadora, comienza a repetirse en un tono plano y pronto parece una burla. “¿Estás ahí?”, me dice, “¿Estás ahí?”, como si la hubieran grabado en una cinta con el fin de confundirme todavía más. Desfallezco.

 —Me voy, me comen, no soy… — lo grito, pero el silencio me calla.

La yema de un dedo aprieta la punta de mi nariz. El tacto helado me conduce a imaginar que al fin estoy a punto de despertar. La sombra se disipa, vuelvo a ver como antes y con sólo abrir los ojos doy con el rostro hermoso de una mujer celeste. Me sostiene, habla una lengua ridícula, pero no quiere escucharme, prefiere meterme su tibio pezón en la boca. Succiono embelecado, fluyo y espero, escondido entre sus brazos.





Federico Ambesi. Nacido en Buenos Aires en el año 1990, actualmente ha publicado el libro “Mitología Urbana”, que recopila poesías y relatos cortos desde el 2013. Su próxima publicación, “Pulsión de muerte”, se estima que será lanzada el año próximo.


ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por el autor de la obra.


2 comentarios:

  1. Muy buena historia! Me encanta cómo usa el lenguaje de un modo tan violento y a la vez prolijo.

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  2. Eres bueno. Tienes dotes para la escritura. Espero que llegues algún día a escritor o literato, que más da. Que vaya bien


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