Desde México: «Santa Romelia del Pecado», un relato de José Alberto Capaverde

Allá en un lejano y triste pueblo, de nombre Santa Romelia del Pecado, que pertenece al municipio de San Torcuato del Sagrado Perdón, todo es como ausencia, como soledad, como vetusto, como añejo. No recuerdo con precisión en dónde queda enclavado semejante lugar, pero tengo una visión borrosa que está custodiado por cuatro cerros "desdentados". Pero en realidad no es tan interesante el lugar en sí, podría decirse que es otro más, de esos que se pueden encontrar
en cualquier parte de América Latina. Lo maravilloso es (sólo para mí) una cantina vieja, de construcción amorfa, y hasta cierto punto extraña. Creo que en toda mi vida he estado en ese lugar, donde se puede beber un trago, y tener una chica bella al lado, algunas cuatro veces, y sí me ha resultado placentero. 

Adentro hay mesas empolvadas de recuerdos, sillas llenas de humores y sinsabores, ceniceros con residuos de tabaco oscuro, y hasta algunas botellas con líquido etílico. Más al fondo hay un piano arrumbado, casi sellado, por no abrirse; un reloj de madera corriente al cual le falta el número seis, y que sólo se escucha el sonido normal del tiempo; unas fotos de algunos personajes que es difícil distinguirlos, pues les ha borrados las facciones el tiempo. La dueña Dorotea Cortesana, tiene un gran grupo de prostitutas, dispuestas hasta para el más refinado cliente. Los requisitos indispensables para poder trabajar en este lugar (para las trabajadoras sexuales) son: ser blancas, bellas, hermosas, de ojos esmeraldas o celestes, y de modales y lenguaje finos. No es gran número de clientes los que concurren por la mañana o por la tarde, en realidad, la fiesta está en su máximo esplendor de una a siete de la mañana. Es un lugar interesante. Se me olvidaba mencionar que a la entrada hay un letrero (pintado de rojo) donde dice: -No se admite la entrada a perros, indios, y gringos (pero sí a sus hembras) ni curas pederastas-.

Me quedé mirando semejante anuncio, y saqué un porro (bien forjado) y empecé a inhalarlo, con un placer inmenso. Mientras allá el sol no podía salir, pues estaba copulando con la luna.
El poblado en realidad es como en blanco y negro (o es que así se ve cuando uno tiene resaca), pero curiosamente ahí adentro todo es color sepia lloroso. 
Y los ojos de las mujeres, y de algunos clientes, parecen de gatos (as) en celo, mientras mueven sus lenguas ásperas y rasposas...  

 
José Alberto Capaverde.
El Seis.

Fotografía de kevin turcios (en Unplash). Public domain.

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