Apuntó a la rapada cabeza y con toda su fuerza lanzó la piedra; como el juez de línea corría a la par del delantero que llevaba la pelota, el proyectil cayó a varios metros de distancia. Al ver que erró su tiro, gritó a viva voz:
—¡Pero si no fue orsai! ¿Qué cobrás animal?
Entre tanto bochinche el lineman ni se enteró del grito. Quien lo escuchó fue otro hincha ubicado a su lado; le contestó:
—Ramírez estaba adelantado.
Andrés le devolvió una furibunda mirada, tal si fuera su enemigo, a punto de golpearlo; el estruendo de miles de gargantas que pedían penal lo hicieron olvidar su propósito. Dio vuelta la cabeza, miró la cancha y notó que el juego continuaba, ya que el referee no cobró la falta. Cinco minutos después, en medio de un concierto de insultos, el encargado de impartir justicia dio por finalizado el encuentro. Se quedó en la tribuna, embroncado con la derrota; entretanto, arrojaba piedras y botellas a la hinchada visitante, quienes intentaban salir rápido del estadio. Afuera se tomó a golpes con simpatizantes del equipo ganador: no era cuestión de perder también en la calle. Luego tomó varias cervezas heladas en un bar cercano.
Cerca de la medianoche llegó a su casa, borracho y con restos de sangre en la cara; su mujer se enojó.
—Comé algo, bañate y acostate, que mañana tenés que ir temprano a trabajar —le recordó que el alquiler estaba vencido, y que recibieron los avisos de corte por atraso en el pago de las facturas de cable, electricidad y teléfono.
Se levantó media hora atrasado; en el tren insultó a un joven que llevaba puesta la camiseta del club rival. Al llegar al trabajo su patrón lo esperaba impaciente en la puerta del local; lo recibió tajante:
—Otra vez tarde. —No hubo respuesta, solo mirar el piso.
Ante su silencio el dueño volvió a la carga:
—Me cansaste, no aguanto tu irresponsabilidad, ¡estás despedido!
Andrés lo miró a modo de un niño que acaba de cometer una travesura y no sabe de qué forma disculparse.
—Perdón jefe —atinó a murmurar tímido y asustado. No discutió, protestó o intentó cambiar la situación; dio media vuelta y regresó, cabizbajo, por el mismo lugar que había llegado.
Pocas cuadras más adelante, encontró a un viejo amigo.
—¿Cómo andás Andrés?
Ofuscado le contestó:
—¡Para la mierda! Perdimos, ¡nos robaron un penal!
Molesto, continuó su camino.
Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004, Primer Premio en el Concurso Universitario de Ensayos Memoria y Dictadura. En 2019, Primer Premio en el 6° Certamen Literario Red por la Igualdad de Género Enredadas Vicálvaro de Madrid y ganador en el rubro Letras de los Premios Escenario del Diario UNO de Entre Ríos. Sus cuentos han sido premiados o publicados en Argentina, México, Uruguay, Cuba, Chile, Perú, Venezuela, Colombia, Guatemala, Bolivia, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. Libros: Lápiz clandestino (2018) y Crónicas subterráneas (2021).
Fotografía de Nik Shuliahin (en Unsplash). Public domain.
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