Desde Uruguay: «Cruising* Chuy», un relato de Ruben Fernández

Siempre supe que Juan Pedro era muy religioso, místico hasta la locura. Utilizó todos los medios a su alcance (incluso las penitencias) para convertirme a su religión. Nunca lo logró.
Cierto día me comentó de una secta sobre la que había estado leyendo e investigando en la biblioteca de la Junta y en la del Liceo; se llamaba “Skoptzy” y de acuerdo a la información recabada por mi amigo, habría surgido en el siglo XVIII en Rusia. Un tal Condrati Selivanov era quien la dirigía. Se basaban para sus prácticas y liturgias en el Evangelio según San Mateo, un recaudador de impuestos que abandonó su trabajo para seguir a Jesús.
Todos los hombres eran castrados. Mi espanto alcanzó para decirle que era una secta de locos y desequilibrados. No me escuchó. Sus pensamientos (le conocía) ya debían de estar urdiendo un plan; afortunadamente descartó de plano el aspecto relacionado con la castración. No obstante, el que cumplieran al pie de la letra las enseñanzas del Evangelio según San Mateo le dejó en éxtasis por varios días.
Su plan era no sólo arriesgado, sino demente. Había analizado cuanto libro de anatomía cayó en sus manos y arribado a conclusiones absurdas que fue imposible quitárselas de la cabeza, a pesar de todos mis esfuerzos. Juraba que existía una relación estrecha entre los tamaños y formas de los miembros viriles y las creencias religiosas actuales o futuras. Sus conclusiones eran tan descabelladas que, por unos días dejé de verle pensando que quizás se olvidara de esas conclusiones de locos y alucinados.

No era fácil doblegarle cuando una idea se le ocurría. Rendido, le aclaré que no contara con mi apoyo en esa empresa de locura.
Mira si te encuentras con la reencarnación de Rasputín─ me mofé.
No quiso oír la ironía y tuve que escuchar en silencio su plan: buscar adeptos en los baños del pueblo. “Imagínate, son los lugares adecuados. De la mierda y orines, a las puertas del cielo.” Escucharle era peor que simplemente imaginar toda esa locura.
— ¿Vas a recorrer el baño del Opel, el de Idelfonso, el de Ginaloren…?
─Y el del quilombo y el arroyo — concluyó.
Preocupado por los malandrines con que se iba a encontrar y viéndole enclenque y desvalido, supe que terminaría ayudándole de alguna manera, reiterándole que no iba a mirar vergas de nadie. Eso se lo dejaba a él. Y que su investigación me parecía una reverenda estupidez, trasluciendo que era un homosexual tapado.
A pesar de nuestra amistad y complicidad, nunca le había mencionado siquiera mi adoración por Onán; tarea que ocupaba gran parte de mi tiempo libre y de la que me había convertido en un especialista. A esa altura, podría escribir el Kamasutra del onanismo.
Leíamos febrilmente los pocos números de la revista “Luz”, sobre sexología, que lográbamos conseguir. Técnicamente sabíamos todo sobre el coito, la masturbación, el esperma y todos los fluidos que entraban en juego al momento del acto sexual. Tamaños y formas de los miembros: lápiz, hongo, banano, curvado, cono…Todo el informe Kinsey y los estudios de Master y Johnson. Discrepaba que, según dicho estudio, el sesenta por ciento de los hombres y el treinta y tres de las mujeres habían participado al menos en una práctica homosexual en su adolescencia. 
Todo con un lenguaje técnico, limpio. Nada de palabras chanchas ni de fantasías sexuales que hicieran más placentero el orgasmo. Nada de relatos eróticos, que en realidad, era lo que buscábamos afanosamente. Por ésa época, circulaban unas cartas de póker con gordas usando ligas y zapatos en posiciones que querían ser eróticas. Era el único material al que podíamos acceder en esos años.
Estas asépticas lecturas me ponían nervioso y me fumaba un cigarrillo tras otro. Él aceptaba leerlas conmigo, si después yo escuchaba lo último que había leído respecto a la Teología de la Liberación y los curas guerrilleros. Sobre Frei Betto y Helder Cámara. Gracias a su paciencia de futuro cura, logré aprender algunas cuestiones sobre la Teología de la Liberación: un intento de interpretar las escrituras a través de la crisis económica y la situación de los pobres, una doctrina humanista, donde el estudio de la Biblia posibilitaría luchar por la justicia social, entre otros conceptos.

Años después recibí una carta de Juan Pedro. Ya vivía en Montevideo y esporádicamente nos escribíamos. En ella me confesaba que estaba pasando por un verdadero período de crisis de elección para su vida. Creía que su vocación al sacerdocio ministerial, era más bien, un mecanismo de defensa. En ese momento sentía que estaba casi repuesto de su enfermedad sicológica, como denominaba al trastorno que observaba en su conducta social. Su hipocondría tendía a desaparecer. Confiaba que prontamente, lograría recuperar y equilibrar su vida afectiva para vivir y sentir excitaciones de todo tipo, cada vez más intensas. Finalizaba haciéndome saber que su atracción hacia el otro sexo era normal; y lo reiteraba: “sí, totalmente normal”. Todo esto le permitía entrever que su vida daría un giro asombroso porque estaba enamorado.
No recuerdo si le contesté. Sí, tengo la certeza que nunca más nos vimos ni supimos nada el uno del otro. Esto ha sucedido con la totalidad de mis antiguas amistades de aquel lejano tiempo en Chuy.
El plan, fue ejecutándose minuciosamente, como todo lo que emprendía, desde un análisis exhaustivo de la situación inicial, al cumplimiento de los objetivos. En un cuaderno, a modo de bitácora, iba anotando sus impresiones de cada uno de los hombres contactados en los mingitorios de los bares de mala muerte y de encuentros casuales en el arroyo.
Me había prometido no burlarme más respecto a esta situación, no obstante, un día cometí el exabrupto de volver a hacerlo. Irónicamente le dije que necesitaría, como el legendario detective, una lupa, una cámara y para ser total y absolutamente objetivo: una cinta métrica como la que usaba mi madre en su trabajo de costurera. Me miró con odio y persignándose, siguió caminando delante de mí. Sus anotaciones aumentaban y el manoseado cuaderno (que nunca me dejaba leer) donde estaban sus apuntes, cada día atraían más mi curiosidad.
Dijo que me daría a conocer los resultados finales una vez acabada la investigación.
Algunas semanas más tarde, cansado de la absurda y fantástica historia, le abandoné. Debió de haberlo intuido porque tampoco él se apareció por mi casa.
Mi madre me había regalado una pequeña máquina fotográfica y le sugerí que la usara en su experimento. “Que era mi aporte a la ciencia.” En todas las películas que veíamos como posesos, los sábados en el Cine Principio, siempre, tanto los investigadores como los científicos, llevaban un registro fotográfico. Aceptó, creo que, convencido por mis argumentos seudocientíficos.
Así fue que, comenzó a fotografiar a sus cobayas, con sus penes en estado de flacidez y erectos. En la bitácora anotaba los datos que permitirían identificar un miembro viril en blanco y negro, con su dueño. El problema surgió cuando constató que ya llevaba cinco rollos con estas fotos y que era urgente revelarlas. Prontamente le dije que no contara conmigo. Conocía al único fotógrafo del pueblo y moriría de vergüenza al llevarle esos rollos para ser revelados. Él pensó igual. La solución que encontramos fue mandarlos por el correo brasileño a que lo hicieran fuera del País. Con tremenda aprensión, así lo hicimos. Eran tiempos complicados en los países de Latinoamérica.

La espera fue interminable, pero, al cabo de quince días levantamos el paquete enviado por la Kodak.
Juan Pedro, exagerado como siempre lo observó al derecho y al revés. No fuera a ser que alguien del pueblo se hubiese enterado del material de estudio que contenía. El paquete estaba intacto.
─Esto parece el Informe Kinsey— le dije.
Sí. Pero de Chuy y en Chuy.
No te van a dar el Nobel científico de penes.
 Me tiró con la caja de las fotografías que levanté e intentando atemperar sus ánimos, yo también era cómplice de aquella locura.
Llegamos a su casa y nos encerramos en su dormitorio. Allí estaban todos los penes de su objeto de estudio (al que llamé Penealogía Cristiana), término que él aborrecía viéndolo como un aporte a la religión.
─ ¿Buscas entonces al dios de Spinozza?
─ Busco al único Dios.
Se enfrentó a la clasificación del material recolectado de acuerdo a un criterio que pretendía ser científico, donde debía agregar los diálogos e informaciones adjuntas de los sujetos, de acuerdo a sus anotaciones, conversaciones mantenidas, opiniones personales y presupuestos que hicieran avanzar su investigación. Reconoció que era difícil colocar la religión, pues los fotografiados esperaban de él otras cosas, más carnales y terrenales.
Hoy, pienso qué habrá sido de toda esa documentación. Imagino, como tantos proyectos adolescentes habrán sido consumidos por la hoguera de la Inquisición y el olvido.
Traté de ocultar mi ansiedad por los resultados de esta ominosa empresa, pero, la curiosidad me exaltaba. Quería que la investigación tuviera fecha de cese, pero él se negaba a dar definitivamente concluido el experimento, constantemente confrontaba los resultados parciales con otras evidencias que iba agregando.
Le pareció que sería importante recabar información escrita y para ello, con la colaboración de Ginaloren, colocó en su local, un buzón para que los parroquianos anotaran sus intereses, aspiraciones y fantasías sexuales. Ginaloren le colocó un cartelito lleno de corazones donde decía “Buzón del Amor” “Encuentra tu media naranja y cumple tus fantasías.” Le dije que lo tomarían para la joda y que escribirían cualquier estupidez, en consonancia con el público que frecuentaba el tugurio. No le importaba. “Todos son hijos de Dios y el expresarse les liberará. El Antiguo Testamento no prohíbe la sexualidad”, fueron sus palabras.
Constató que una de las técnicas planificadas para su investigación, la entrevista en profundidad, era un aspecto debilitado. Las inscripciones y dibujos obscenos que figuraban en las letrinas fue otra forma documental que encontró para fortalecerla.
Aquella noche, porque no supe negarme, le acompañé. El objetivo era concurrir a un tugurio donde se jugaban cartas y había un bar. Le dejé buscando a su primer entrevistado mientras yo fumaba y tomaba una caña. Pasado un rato oí desde el baño que alguien hablaba a los gritos.
─ ¡Dale putito, vas a ver cómo te la ensarto toda!
Caminé con el corazón disparado y allí estaba él, sentado sobre el inodoro, mirando espantado al veterano que con todo su miembro en la mano se lo sacudía frente a su cara mientras se bajaba el pantalón y le instaba a que se desnudara y le entregara el culo. Llegó a tomarle de un brazo y colocarle de espaldas a la pared. Juan Pedro no reaccionaba. Estaba espantado. No sabía cómo, ni tenía fuerzas para contrarrestar al bruto, cuya verga cada vez estaba más dura y exigente. Logró bajarle el pantalón y allí quedaron sus glúteos flacos y blancos. En el momento en que intentaba separarle las nalgas para introducirle su terrible miembro, logré darle un golpe con la puerta. Quedó desorientado y pude arrastrar a Juan Pedro de aquella amenaza.

Una semana después hablamos del terrible suceso.
─ Lo del otro día fue una advertencia. Tienes que ponerle fin a esto.
─ Ésa fue una señal.
─ ¿El que casi te violaran?
─ Los riesgos y el dolor nos acercan al Señor.
─ ¡Estás loco! Debí dejar que te violara el tipo aquel!
─ Por algo pasó lo que pasó.
─ Sí. Amén.
Hasta que un día llegó a mi casa muy agitado. La mirada perdida, le temblaban las manos. Temí que enloqueciera definitivamente.
─ Esto me ha superado. Te dejo este material para que me ayudes. Me duelen las miserias humanas.
─ A todos nos duelen. Seamos creyentes, o no, como tú.
Había anotaciones de las breves conversaciones mantenidas en los baños, realizadas con su pulcra letra de escolar y el material recogido del Buzón del Amor levantado del bar de Ginaloren.
Leí todo aquello ansioso y con algo de inquina, sabiendo de dónde provenía tal información. En la Revista Luz nunca había leído nada como lo que estaba observando en aquella masa de papeles sucios y manoseados que desbordaba mi mesa. No daba crédito a lo que iba descubriendo, tampoco podría clasificar dicho material por mi escasa información. Le diría a Juan Pedro que todo era basura. Mierda. Y que lo habían tomado para la chacota.
“Maduro, gentil, cariñoso, afectivo. Me encantan los jóvenes que no tengan sobrepeso”. “Mi principal fantasía es encontrar ese amigo que me permita convivir con mi bisexualidad”. “Macho tranquilo, hipercalentón de pija bien dura, hiperdiscreto, busco que me la chupen entre varios”. “No me resigno a no encontrar el amor. Busco ese abrazo que marque rumbo”. “Tener sexo grupal…” “Buen tipo. No quiero personas que buscan gente limpia ni sana, me suena a nazi”. “Las medias son mi locura, especialmente las negras y caladas. Ver un tipo en bolas y con medias, me derrite”.”Soy muy masculino, totalmente pasivo que en la intimidad le gusta ser muy femenino y usar lencería: tanguitas, medias, porta ligas, tacos, vestiditos…” “Ser la puta de varios machos, todos duros, dándome palo y palo”. “Busco chiquitos o chiquitas. Pago bien”…
Pero no pude mentirle, sabiendo que no iría a tener en cuenta mi opinión, repetí lo ya dicho otras veces: que debía abandonar todo aquello. No lo hizo.
Era verano y una tarde siguió a tres hombres que enfilaban hacia el arroyo con sus enseres de pesca y tomando de una botella entre carcajadas y gritándole a las mujeres que pasaban ante ellos. Entre el ramaje,esperó a que iniciaran la pesca. El lugar era El Paso, donde por lo general nos bañábamos. Los tipos abrieron otra botella, que se pasaban de boca en boca.
Confiado, se les acercó e intentó hablarles de su investigación. Le respondieron con grandes carcajadas mofándose del enclenque jovencito, exacerbados por el alcohol. Le exigieron que les acompañara en el beberaje. No se negó, creyendo que podía ser una oportunidad para tirarles de la lengua. Le Instaron a beber más. Finalizada la botella, abrieron otra. Sorpresivamente, dos le tomaron de los brazos y otro le desnudó a pesar de su pobre resistencia. Imposible que pudiese con aquellos brutos. Su magro cuerpo quedó sobre las arenas. Inmovilizado por sus pesadas anatomías y totalmente indefenso, dominado por el espanto, aprovechando a proceder a todo acto de sodomía con la indefensa presa. Finalmente y, después de un tiempo, que le pareció la eternidad, mientras mascullaba rezos y protestas cada vez más débiles, y sin fuerzas para luchar contra la adversidad, penetrado y tirado, exangüe y al borde del desmayo entre vómitos, perdió el conocimiento y se despertó de noche para recoger sus ropas y arrastrarse fuera de ese escenario de pesadillas.
La tragedia fue un sábado. El domingo, como lo hacía siempre, concurrió a la misa de la mañana en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. A esa hora el templo estaba atiborrado de beatas y de niñas que concurrían obligadas por diferentes mandatos. La liturgia aún no se había iniciado y el cura párroco se encontraba en el confesionario, donde una fila de penitentes esperaba su turno pacientemente. Los acólitos preparaban el altar para la misa.
Juan Pedro, esperó también pacientemente hasta que la última beata finalizó su breve confesión y volvió a su asiento a cumplir la penitencia en absoluto recogimiento. Él, se arrodilló ante el confesionario y utilizando un tono de voz que no condecía con el sacro ámbito, le vociferó al sacerdote:
─ ¡Me han violado Padre! ¡He sido violado en el arroyo! Abusaron de mi persona. Me dejaron tirado en la arena. Podrían haberme matado. Nadie me auxilió. ¿Usted me pide que baje la voz? ¿Por qué debería hacerlo? No me importa que este tono no sea el que se debe usar en este ámbito. Entiendo que la confesión es un acto íntimo,que sus feligreses se enteren tampoco me importa. ¿Qué van a decir esas viejas de mierda que comen santos y cagan demonios? He sido violado y usted me conmina a que susurre esa barbaridad. ¿Qué tipo de cura es usted? ¡Me cago en el sigilo sacramental ¡Sí, estoy nervioso, estoy furioso, indignado… ¿Usted cree que con rezar padrenuestros y avemarías algún día se me va a olvidar todo lo que me pasó? ¡Está loco! No puede pedirme que abandone el templo. Sí, sé que es la casa de Dios; pero ayer Dios no estuvo conmigo. Tampoco me voy a calmar. Y si me voy, es porque usted y su religión me han defraudado.
Las beatas se cubrieron la cabeza y se escondieron en sus letanías. Nadie miró al jovencito que vociferaba ante el cura.
Lentamente se levantó del confesionario y salió del recinto. Antes de cruzar el umbral, se dio vuelta y gritó:

─ ¡Su Dios no es mi Dios!
A la semana, me enteré que sus padres le habían mandado a la casa de una hermana en Montevideo.
Nunca más volvimos a vernos.
*Cruising: Encuentro sexual casual.



Ruben Fernández. Docente jubilado después de treinta y ocho años de labor en diferentes subsistemas de mi País. Nació en Uruguay, en una pequeña localidad de la frontera con Brasil llamada Chuy. Allí creció, trabajó y crío a sus cuatro hijos. Hoy está radicado en La Paloma, balneario de la costa atlántica del Departamento de Rocha. Tiene en proceso de edición, un libro: “Chuy Latitud Sur".


ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por el autor de la obra.

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