Ángel, me quiero curar, intento curarme. Pero es como si una parte de mi estuviera en una descomunal rebeldía, inhabil a eso. Quiero que deje de doler pero es como si de eso se tratará, todo me manifiesta que tiene que doler, que el dolor es imprescindible.
Grito, hablo, lloro, me enojó, rompo, corro, golpeó, no es suficiente. Sigue doliendo.
Me pregunto porqué te fuiste y me quiebro completamente, no es un simple dolor de corazón, me duele todo, el cuerpo entero, me duele vivir.
Momentos a solas para sanarme que concluyen en pensamientos tristes sin sentido ni lógica.
Momentos acompañada para distraerme, que expiran en un simple suspiro infinito con el cual detecto que el dolor sigue ahí, dentro mío.
No es vacío, es algo indescifrable que llegó cuando te fuiste y desde entonces se hace notar cada vez con más fuerza.
Momentos, tiempo, dolor. Respiro y duele, pongo mi mano en mi pecho intentando acariciar dónde duele, no puedo, ¿cómo hago para que ya no duela más? O al menos ¿para que duela menos?
Entonces me acuesto, miro fijamente el techo y me entrego. Dejo que duela, que duela lo que sea preciso, tanto, hasta que deje de dolerme o en otro caso hasta que me acostumbre a vivir con él.
Janet Magalí Garcia. 22 años, estudiante de profesorado de nivel secundario en psicología.
LUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por la autora de la obra.
Qué terrible y certera descripción, casi como si lo estuviera viviendo! Gracias Janet por tu valor e inteligencia. Tenés que seguir escribiendo!
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