Una joven despertó dentro de una extraña esfera transparente. A su alrededor había paredes grisáceas e individuos con uniformes grises vigilando a personas atrapadas dentro de otras esferas. Notó traer uniforme. A la altura de su pecho podía leerse “B-15”.
Un hombre subió por una escalera para llegar a la parte superior de la esférica prisión. Sacó unas llaves de la bolsa de su pantalón, abrió una reja y le extendió la mano a la muchacha.
—Hora de salir.
—¿Cómo llegué aquí?
Bajaron juntos por la escalera. El hombre la iba sosteniendo del brazo. La chica bajaba somnolienta; sus piernas parecían débiles pues se doblaban y tropezaba constantemente.
—No puedo hablar.
—¿A dónde vamos?
—No puedo decirte nada.
—¿Quién eres?
—Llámame A-23.
—¿Qué clase de nombre es ese?
—El asignado para mí.
La joven y A-23 caminaban por un pasillo estrecho. Las paredes eran grises y sucias. Al final del pasillo se veía una zona refulgente iluminada por una luz blanca.
—Cometiste un crimen y van a hacer justicia —dijo A-23.
—¿Crimen? ¿Justicia? ¿Cuál fue mi crimen?
—Fue un crimen para “los de arriba”.
—¿Por qué no recuerdo nada?
—Habla más despacio, las cámaras nos observan.
—¿Quiénes son “los de arriba”?
—La élite.
—¿Esta es una cárcel?
Llegaron a un lugar con una esfera transparente mucho más grande. Ahí estaban dos hombres uniformados.
—Entra.
—Pero… ¿por qué? ¿Qué me van a hacer?
La chica trató de escapar, pero los individuos corrieron hacia ella y la sujetaron mientras forcejeaba gritando. Subieron por unas escaleras, abrieron el dispositivo por la parte de arriba, dejaron caer a la joven y cerraron. Una puerta superior tapaba completamente la esfera. La muchacha volteó aterrada hacia todos lados palpando desesperada la superficie transparente de su prisión. Los hombres activaron una máquina la cual empezó a absorber el oxígeno. Poco a poco el interior quedó sin aire y la chica sufrió las consecuencias: su cuerpo se expandió, la sangre empezó a hervirle y sus pulmones reventaron.
A-23 fue llamado por un sujeto uniformado. Lo guio a una habitación. Había una hilera de gente pulcra y un individuo sentado a gran altura frente a él.
—Noté que hablaste demasiado con B-15. Te recuerdo la regla principal de evitar relacionarte con los futuros difuntos —le dijo el sujeto desde lo alto.
Lo llevaron al mismo lugar donde murió la muchacha. Forcejeó al principio. Pidió subir solo a la esfera. Los hombres lo observaban fijamente y cuando dejó de avanzar le ordenaron que se moviera; sin embargo, escapó velozmente. Afuera vio un enceguecedor resplandor amarillento; sólo lo había vislumbrado a través de ventanas minúsculas. Al salir del edificio quedó inmóvil. Había edificios destruidos y calles repletas de escombros. En el cielo volaban helicópteros. Corrían por las calles tropas de gente uniformada. El ambiente poseía un tenue olor a polvo y cemento. De repente, un hombre lo golpeó muy fuerte en la cabeza.
Despertó en el interior de una inmensa esfera. Una multitud de personas indistinguibles lo rodeaban. Después de algunos minutos los individuos apagaron las luces y salieron. Dentro de la habitación sólo quedaba un deformado cadáver escurriendo sangre que emergía de un desgarrado cuerpo.
Ale Montero (Acapulco, México, 1995). Lic. en Psicología y psicoterapeuta. Publicó el poemario La locura del poeta. Ha publicado cuentos y poemas en las siguientes revistas: La Testadura, Zompantle, Almicidio, Tabaquería, Elipsis, Iguales revista, Granuja revista, MEUI Revista Cultural, Teresa Magazine, Perro Negro de la Calle, Collhibrí, Miseria, La letra desconocida y Katabasis. También ha publicado textos en los sitios web Literatinos y Herederos del Kaos, en la gaceta número dos del Circuito Independiente de Arte Morelia, y en Cuadernos de taller, medio de difusión del taller literario Desierto, Mar y Letras. Colabora escribiendo para el sitio web El Ocaso de las Letras.
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