'La sonrisa del abismo', relato de Adriana Rodríguez

Sofía era una niña de 5 años, muy inteligente para su edad, sus grandes ojos azules asemejaban el color del cielo de medio día, que contrastaban con el color pálido de su tez, el cabello negro caía a ambos lados de su cara afinada. Era simpática, de gran carisma, con una sonrisa tan resplandeciente como la luna de media noche, su luz interna alumbraba hasta la habitación más oscura; ella, vivía solo con su mamá; su padre, un hombre joven, demasiado inmaduro para una responsabilidad, se emancipó del hogar; así fue como tuvieron que comenzar una vida sin esa voz de autoridad, sin ese guardián de sueños, que ahuyentara a los monstruos bajo la cama.
Mamá demasiado ocupada con el trabajo, los quehaceres diarios, con la educación de la nena, la pequeña tuvo que aprender a vivir sola, con la complejidad de la vida, con lo absurdo de la situación, con la inocencia de la edad. 
Cierto día, mientras Sofía se preparaba para ir a dormir, después de cepillar sus dientes como enseño mamá y antes de ir a la cama, mientras enjuagada la boca, escucho unos golpecitos, que quiso reconocer, pensó “seguro que no es nada”. Continúo con lo suyo, dejo el cepillo de dientes ya enjuagado y listo para guardar, apenas apagó las luces para dirigirse a su cuarto, escucho lo que parecían ser unas risillas “¡Imposible!”, pensó. Sin embargo, agudizo el oído para cerciorarse que solo fuera su imaginación, el silencio reino durante los siguientes cinco minutos en los que esperaba impaciente, con cuidado bajo del taburete que le habían adaptado para alcanzar sin problemas el lavabo, cruzó el pasillo que unía el cuarto de baño con su habitación, ¡Ahí estaba de nuevo!, Ese ruido ajeno que pretendía dejar su eco en medio de aquel silencio, la pequeña, movida por la curiosidad, alertó sus sentidos, para guiarse en medio de aquel oscuro camino, con la mano extendida hacia el frente, tentando al tiempo y al paso, los rededores para evitar caer, sintió como su mano pequeña alcanzo lo que pareciera ser un par de dedos minúsculos, delgados y sudorosos, retiro de inmediato su mano, encogiéndola hacia ella, una risa nerviosa apareció como mueca, mientras mordía sus labios, en medio de aquella habitación que le pareció más el infinito vacío que un lugar conocido. Sofía pestañeaba en un intento por aclarar su visión, pero, no lograba ver nada, de pronto una voz retumbó en aquel silencioso y oscuro lugar: 
—Sofía, ¿Qué haces despierta? — mamá entró encendiendo las luces, Sofía solo miraba curiosa hacia todos lados, buscando algo que se pareciera a lo que pudo haber tocado, mientras su madre apurada, la tomaba en brazos para irla a arropar. 
La noche abrazaba las horas que pasaban lento, aquella vez fue la primera ocasión en que paso por esta anomalía. A la segunda noche no apagó las luces, espero fingiendo dormir a su madre, para sentirse segura, en cuanto escuchó el sonido de la puerta al abrir, cerró los ojos y respiro tranquila, mamá había llegado, se sentía a salvo, pasaron los días siguientes en los cuales Sofía escapaba de aquella situación, hasta qué una noche, mientras fingía dormir, cansada por el acumulado, cayó en un profundo sueño, que la hizo olvidar aquel hecho acontecido, las luces encendidas como de costumbre, el reloj de pared, rompiendo el silencio de la noche con su particular tic tac, hasta que se detuvieron las manecillas, el viento irrumpió no se sabe de dónde y las luces, se apagaron, la niña dormía boca arriba, con la sábana cubriendo hasta la mitad de su cuerpo, una mano reposando en su abdomen y la otra extendida hacia el vacío de la cama, el cabello cubría parte de su rostro, mientras sentía como unos saltos en la cama, se encaminaba hacia ella, el rebote de los resortes del colchón, mecían a la pequeña, haciendo que entre sueños sintiera el movimiento, abrió los ojos y al ver la oscuridad invadiendo su cuarto, se alarmó, giro su cabeza hacia ambos lados, cuando vio encima, que una sonrisa flotante se dibujaba en medio de aquella penumbra, que simulaba un abismo interminable. Sofía se sentó de inmediato buscando su lámpara de mano, cuando la alcanzó, la encendió y la llevo a su rostro, que se iluminaba como en las escenas de una película de terror, su respiración se tornó agitada, buscaba el origen de esa sonrisa, cuando en un descuido, se escuchó el resoplido de alguien que de un intento apagó la luz, un grito ahogado hizo que Sofía saliera de un salto de la cama, corrió cuánto pudo, hacia la habitación de mamá, al llegar al umbral de la puerta, en la cama su madre dormía tranquila, se escabulló entre las sábanas y su madre la recibió en un abrazo, esa noche Sofía supo que no era segura su habitación, poco a poco, empezó a notarse el miedo, sus ojos se enmarcaron con un tono morado rojizo, que hacía hendirse bajo la piel, el sueño la hacía presa del miedo, ella seguía fingiendo dormir, su madre jamás notó la angustia por la que pasaba la pequeña Sofía, ya que trabajaba todo el día y cuando tenía tiempo, se ataviaba en las múltiples ocupaciones y actividades del hogar, la niña ya no dormía, no podía más, el sueño la venció, su mano cayó rendida, las luces encendidas, el reloj con su andar, el lavabo goteaba, la gota caía golpeando el metal y de rebote golpeaba contra los trastes de la cena, el recorrido de la vista por la casa, brindaban un panorama temático, preludio a un acontecimiento, entre la vista del paso de la entrada a la habitación de Sofía, las luces se apagaron, esta vez la niña, agotada, ya no despertó, entre la oscuridad una sonrisa se dibujó en la penumbra, mil voces hablando al unísono, el sonido de huellas, brazos y manos, abriendo paso entre la oscuridad alcanzaron el pequeño cuerpo de Sofía, que en un movimiento violento fue jalado hacia ellos, se vislumbraba entre las sombras el rastro de una sonrisa que lentamente desapareció, las luces se encendieron, las sábanas caían hacía un costado de la cama que quedó vacía...



Adriana Rodríguez,  Matamoros, Tamps. 22 de octubre de 1984, egresada de la carrera de ingeniería industrial y de sistemas, participó en dos eventos de poesía (local), exploración poética I y II, también ha sido incluida en dos antologías de cuentos.

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