La fiesta había terminado, mi rencor y yo éramos los únicos que permanecíamos despiertos. Por enésima vez me preguntaba que hacia en este lugar. Restos de papel picado, serpentinas y globos desinflados invadían el salón, el caos imperaba en los rincones más improbables. El piso estaba alfombrado por una masa chiclosa de restos de comida y líquidos sospechosos, los cuerpos anestesiados por los vapores de la fiesta yacían semidesnudos y desparramados, cubiertos de cotillón desmembrado. Durante toda la noche los invitados se habían entregado a un festejo sin freno como pocas veces en la vida, si a esto que vivíamos se le podía llamar vida. Este no era mi lugar así como tampoco el de muchos de los que ahora dormían. Para algunos esta fiesta era el final de todo, se había agotado la euforia y la esperanza. Para otros aun existía el dinero y todo lo que con el se pudiera comprar. Me despegue de la silla tambaleante, malhumorado, y adormecí mi sed bebiendo de una botella que se mantenía a medias. El primer trago me perforó el intestino acompasando mi odio revulsivo por correr esta vida de mierda siempre desde atrás.
El segundo me atravesó como un estilete recordándome el tormento diario del menosprecio. Decidí llenar el vacío con pequeñas venganzas, tal vez robar las billeteras más abultadas o desabotonar alguna blusa y lamer los pechos de esas mujeres resecas. Pero solo escupí en la boca de los despreciables y oriné sobre los implacables que dormían como angelitos. Soy un cerdo, lo sé, pero reí como hacía siglos que no reía. Después abrí la llave del gas y dejé que el olor nauseabundo invadiera el aire gastado, al tiempo que bailaba como un títere suspendido del techo esquivando cuerpos y los charcos del piso. Llegué hasta la puerta de salida, apuré el último trago que quedaba en la botella y me volví un instante para fotografiar con la retina todo ese paisaje decadente. Odio los fósforos. Saqué del bolsillo un encendedor y estiré la mano ajustando el pulgar sobre el mecanismo del encendido. Soy un maldito, y los malditos no tenemos sentimientos, pero era innegable que estaba equivocado, la fiesta recién estaba por comenzar. Para no molestar, salí despacio y dejé la puerta abierta.
Adrián "fino" Sosa: Montevideano. Lector, melómano, "escribidor". Durante los años 80, coordinó y edito diversas revistas alternativas en forma independiente (Atrás de todo, Culos de botellas, Perro Andaluz) que divulgaban poesía, dibujos, arte callejero y música: el nervio latente bajo la aparente inactividad de esos años. Publicó de forma artesanal libros de distribución gratuita "El Grito", "Lobos en la Buhardilla", "Lo que quedó allá arriba " y " Cuadernos Mojados". Actualmente participa en el taller de creación literaria "La Tribu" que dirige y coordina Alberto Gallo, escritor y periodista cultural. Colabora en la revista literaria digital "La Atemporal". Ha publicado en coautoría el libro de relatos “El Gen de la Bestia.
Correo electrónico: fino38@montevideo.com.uy
Llevo adelante el blog: Luces de la city.
Texto perteneciente al libro de Relatos "El Gen de la Bestia" editado a fines del 2020.
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