«Amor, virus, muerte y rompecabezas», un relato del autor colombiano Héctor Medina

2. Aunque la mañana se torna fresca y lozana, el sol calienta a toda potencia. La cama de Roberto está pasada por el sueño intranquilo de la noche, la sábana en el suelo, las hojas de cuaderno con notas y corazones por todas partes; hasta lapiceros de tintas regadas por doquier. Se acerca a la ventana, con la mano en el rostro, pensativo en algo que desde su ser más interno no comprende y que huele a sangre golpeada sobre su pecho.

1. Es tenebroso pensar que mi corazón está en mi cabeza. Maldito corazón que se sube y lo reemplaza el cerebro. La verdad mi cerebro debería ser lo principal, el conocimiento, la razón, pero ese bendito corazón insiste en instalarse en la cabeza y ser como un rey que posee el poder. Ayer cuando tuve que salir en medio de todo este caos maldito de un virus que no comprendo, siento en la esquina los pasos de una mujer que me enloquecen en el oído.

9. Una ducha después de los pasos en la noche es soberbia y me reconforta. Después haré unos huevos, café y panecillos. Pensaré en ella, lo sé, durante todo el día. Sé que quizás, haberla visto hace pocas semanas, el corazón volvió a invadir mi cerebro, a sacarlo a patadas, como un condenado a la silla de muerte. Después de que desayune me pasaré por esa misma esquina, quien quita que la encuentre por ahí advirtiendo la naturaleza.

3. Cuando sale recuerda que debe llevar el tapabocas. No se quedará encerrado. Camina por toda la calle abajo, como imponiendo los pasos sobre el asfalto. La mañana abraza un viento sobrio, que tintura el cabello de Roberto. Los carros van lentos, contemplando la gente separada uno del otro, que se saludan con el antebrazo o con los nudillos. Cuando Roberto llega al semáforo, ve una mujer en tacones, imponente, atractiva, mirando por encima de sus gafas. Roberto la mira, la detalla y empieza a dibujar en ella la esbeltez, convirtiendo cada nódulo en belleza. 

7. En la noche reposé sobre la almohada, mirando a la luna, como extasiada, iluminando a tope mi corazón. Intenté dormir. Un sueño me empezó a tomar el inconsciente, andando por las nubes, viendo a la mujer de los tacones, muy atractiva. La intentaba alcanzar, pero era imposible, corría más veloz. Cuando desperté estaba en el suelo, abrazando la almohada entre mis piernas. Un vahído sentía en mi vientre; vacío, como de ansiedad. En la mañana simplemente tomé una ducha y desayuné.

5. Justo en el momento en que veo pasar a la mujer, la sigo, caminando detrás suyo. Los carros ni siquiera me espantan con sus bocinas, ni el sol que pega fuerte sobre mí. Dobla la siguiente esquina. Ingresa a un café, se quita sus gafas y me deja ver el brillo verde de sus ojos. Mi corazón late; se mezcla el murmullo de sus ojos con su cabello rubio que cae hasta la espalda. Le traen un café y me siento muy cerca suyo. Mientras, el virus por la televisión se alista para demostrar su poder.

4. La luz templada de la ciudad entraba a todo lo ancho. Cruzó tan rápido como pudo y el humo de un vehículo le tapó la visibilidad de lado a lado de la carretera. A tientas cruzó. El ruido de un motor fue en ascenso. Un poco más allá la silueta o la sombra destelló en el andén, elevándose, sintiendo que los pies se despegaban del pavimento. Tan sólo el corazón y su cuerpo seguían latiendo al recuerdo de la mujer de tacones. 

8. Vívido, su cuerpo llegó rojo de la calle, el sol impregnado sobre su piel. Tomó otra ducha, almorzó a eso de la una de la tarde y vio un poco en las noticias el recuento frito de la pandemia y de la seguridad que había que tener. Con una taza de café se recostó un poco, pensando en la historia que había leído la semana pasada en una novela; el hombre que conocía a una bella dama con un perrito, de Antón Chejov. Durmió hasta las dos. Cuando se levantó el cielo ya era tostado. Había dejado la estufa prendida y la nevera abierta, un descuido apasionante de alguna manera.

10. Un roce de sus ojos sobre los mío vibra. No sé si es este corazón en la mente o en el inconsciente, pero no me deja. Camina cabizbaja, su perfume llega hasta mi nariz y contemplo el talle de su cuerpo. El semáforo está en rojo, la mujer cruza, pero después se me pierde, después toma cualquier parte o entra… o no sé. Me acomodo el tapaboca porque un hombre viene sin él. La mujer se me vuelve sombra, murmullo, desazón y mi corazón sube a mi cabeza.

11. ― ¿Qué haces?
―Tomo un café para olvidar esta podredumbre del mundo.
―Este virus.
―Sí, pero también el virus de las malas decisiones.
―Es cierto.
―Te acompaño.
― ¿A dónde?
―A donde vayas.

16. La bendita manía del corazón de no olvidar no me deja descansar entre estas montañas. Observé a la mujer pasear, devolverse, ir hasta mi casa a buscarme, pero no me encontró. Aún no sabe que fui a vivir a las montañas donde yace el paraíso y donde se puede convivir sin nada material, tan sólo un poco de reflexión, meditación y memoria. Camino con las manos atrás contemplando el paisaje allá en la tierra, lo que es y viví.

6. La sombra o el destello se elevó tan rápido como pudo, apenas advirtiendo el filete de luz solar. Las montañas reverdecían y daban la sensación de flotar en un mundo nunca antes visto. Roberto viajó hasta donde comenzaba el camino de piedra, luego de azulejos y por último en los reflejos del universo. Se asustó, no entendía a donde había llegado. Era una especie de jardín más, sólo que este tenía más riachuelo y azulejos y las flores una que otra. Cuando veía un montículo simplemente saltaba tan alto que volaba.

13. Había que esperar a que el semáforo cambiara. Tuve la tentación de acercarme a la mujer y preguntarle la hora, pero algo no me dejaba. Cuando entró a su casa salió un perro a saludarla, muy contento. Me acerqué a su ventana, detallando todo. Poseía esos muebles de rey, con una gran lámpara y una biblioteca a todo lo ancho de la pared. Ese recuerdo lo tengo vívido, porque ese día vi cómo tomaba de su biblioteca el volumen donde estaba la dama del perrito del gran Antón Chejov. Mientras leía cruzaba las piernas de manera sensual y un impulso pélvico subió a mi cabeza y hasta por un momento desplazó a mi corazón la cavidad de razón.

12. Sus labios se acercan pronto. Salta sobre mí, me besa quitándose la mascarilla de cuidado. Mientras nos lamemos, un anuncio de televisión da una advertencia del encierro para protegernos del virus. No sé por qué, pero de repente la mujer, esbelta y con un cabello diluido, se incorpora de ipso facto, va hasta la ventana y contempla la calle, la esquina por donde ha pasado hacía unos instantes. Vuelve, pero luego de algunos minutos se ha diluido como su cabello, tan sólo la imaginación voraz.

17. Mientras sé que estoy en otro mundo, quizás, mientras tengo la consciencia de una esponja, me siento a la orilla de la montaña, a observar la bruma de la mañana, al sol que despliega siluetas de calor y un viento tenue sobre mi cuerpo me trae el hálito de la mujer de tacones. Nunca sabré si en verdad estuvo conmigo y la conocí o simplemente, ahora que lo pienso bien, fue un producto de la cavidad de mi corazón en mi cabeza. Mientras estuve en la tierra la viví, la poseí y hasta recuerdo haberla tenido toda en mi frente. Después desapareció y nunca más la volví a ver.

15.Cuando Roberto dobla la siguiente calle, la mujer cruza también, arreglando su vestido y organizando el cabello hacia un lado. La mujer se quita las gafas, mira de lado a lado, como si fuera a entrar al café, pero se arrepiente. Luego ingresa a la casa, Roberto busca la excusa de preguntarle la hora. La mujer se quita las gafas, mira sus pies y no tiene más que sandalias, sus ojos son cafés.

14. Luego la pandemia ha terminado. La mujer atractiva y de tacones llega hasta mi lecho, qué bonita. Me abraza y me besa y me dice que cuidará mi sueño. Miro por la ventana el riachuelo y el azulejo donde se posan un par de pájaros.







Héctor Medina, nació en Ibagué - Colombia el 13 de Julio de 1984, Tuvo un pequeño paso por la Universidad del Tolima, cursando algunos semestres de Economía, sin embargo, su gusto por la literatura lo llevó a abandonar dicha carrera. Ha escrito varios cuentos, algunos de los cuales se han publicado en blogs y revistas literarias virtuales. A través del espejo – Blog La Pipa de Magritte (abril de 2007). La idiotez consumada – Revista Literaria Noche de letras (septiembre de 2012). También artículo de Opinión ¿Será necesario el tercer canal? – EL TIEMPO – Separata Tolima, enero de 2010. Fue elegido ganador del Concurso de Cuento Organizado por FUNDALECTURA, en asocio con la Alcaldía de Engativá en la categoría de Grandes Contadores de Historias con el cuento La muerte absurda. (2011), Impiedad (primera novela publicada en Amazon en 2018 y publicada por la editorial ITA en 2019), Antología de cuento a través del espejo (publicada en Amazon 2019), antología de cuento por la editorial DUNKEN en Argentina que está a punto de publicarse, El día que Dios murió, novela que busca ser publicada. En este momento se encuentra escribiendo la tercera novela y su primer libro de filosofía de la ciencia.
Lector asiduo de obras literarias, estudioso de filosofía y temas científicos. 

Photo by Önder Örtel on Unsplash (public domain). 

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