―Basta. No puedo comer sandia con vos. Deja la cuchara en la mesa y con resignación caprichosa se entrega al respaldar de la reposera. La cuchara es metálica y sin mango, como le gustan a él. Hay algo poco higiénico y disgustante en el contacto cotidiano de alimento-mangodemadera. Siente que la madera absorbe, que nunca se la puede limpiar completamente.La mesa es de jardín, pesada y rústica, con patas curvas de metal y total resistencia a las lluvias y al sol.Las reposeras son de tiras plásticas rojas con líneas blancas.
Él la mira y no detiene la ingesta de fruta. Permanece en silencio. Entonces ella continúa
―Y sí, la movés todo el rato de acá para allá y me arruinás el ángulo. Además no respetás un carajo la repartición.
Se inclina sobre la sandía otra vez para poder indicar las transgresiones:
―Mirá, vos nomá hiciste la línea y te pasaste todo.
―Las reglas están para romperlas y las líneas para traspasarlas.
Él está sin remera y descalzo. Atuendo o no-atuendo o semi-atuendo apropiado para el enero del sur del norte argentino.
La sandía es pequeña y casi rosada; pese a la falta de rojo, lo dulce no escatima en su pulpa crocante.
(Me gusta lo de pulpa crocante, y me parece bastante adecuado, incluso después de que varias personas con las que hablé niegan firmemente que la sandía pueda ser crocante)
―No, pará, que acá estamos entre amigas. Las reglas se rompen cuando te las encaja una institución opresora.
Toda regla oprime posibilidades.
―¿Y la amistad no es una institución?
Ella se levanta sin paciencia. Él se queda en la mesa comiendo. El patio y el cielo también se quedan.
(¿Qué es un patio y qué es un jardín? A priori me sale pensar que un patio es cualquier espacio libre de construcciones dentro de un terreno que cohabita con alguna edificación; un jardín es un patio en el que abunda, mas o menos ordenadamente, la vida vegetal. Pero palabras, sólo palabras.)De vez en cuando cruza por el lugar algún pirpinto. (en caso de no poder imaginarle a causa de desconexión total entre vocablo algúnrecuerdoquelosustente, los pirpintos son pequeñas criaturas aladas y blancas, ocasionalmente amarillas, siempre en busca de agua; habitual encontrarles multitudinariamente reunidas en cualquier charco o manchón húmedo del suelo, en charcos después de las lluvias, en goteras de aires acondicionados, en restos de rocío que alguna sombra hace durar en el pasto incluso hasta el mediodía).
Ella regresa con la mitad faltante de la sandía, la que habían dejado en la cocina.
Él la mira en silencio. Tal vez piensa que no va a poder comer sola una mitad entera, o que va a poder pero le va a costar una molesta hinchazón infrapectoral y supraombligal.
―Así se acabaron los problemas. Cada cual come como quiere.
Y a continuación, información adicional y contextualizante respecto a este popular fruto estival:
En cuanto a su botanismo: la sandía es una cucurbitácea rústica y sedienta (después podemos hablar de por qué prefiero la R después del primer cu y no del segundo: curcubitácea), capaz de crecer en suelos secos y erosionados, a pleno sol calcinante y en medio de insalubre monocultivo. Resiste el riego con aguas ricas en arsénico y otras sales asesinas, pero no la hace más feliz que el agua de lluvia. Expansión foliar pequeña y dimensión frutal grande. Su forma es oval o redondeada, y su cáscara exterior es a franjas de diferentes verdes.
Respecto a su adquisición comercial: en el sector occidental seco del Chaco es común que productores se asienten a la entrada de los poblados, o en espacios abiertos dentro de los pueblos, con su producción disponible en alguna camioneta o camioncito o acoplado; también hay quienes recorren las calles, vendiendo la fruta y otros cultivos de temporada (como calabazas y zapallos) a domicilio.
En cuanto a su modo de consumo: es tradicional comer la sandía con torta a la parrilla o con pan, aunque es poco visto entre las personas más jóvenes, venidas al mundo después del 1995 gregoriano. Hay quienes, después de cortarla a la mitad o en cuartos, van arrancándole los trocitos con tenedor y hay quienes lo hacen con cuchara (la mayoría de las personas expresa una aguda renuencia a usar el utensilio que habitualmente no usa); en algunas familias hay la persona que se encarga de trocear su carne dejando todos los pedacitos en la misma cascara, que con su forma de cuenco sirve de fuente, y luego cada cual va comiendo. Lo más normalizado es hacerla enfriar en la heladera unas horas antes de su consumo. Ciertas personas la van comiendo en tajadas, y raro, tan raro como la honestidad y el autoestima, es que se la licúe y consuma como jugo. Están quienes dejan restos rojos, y quienes raspan todo rastro de color e incluso comen un poco de la pulpa blanca y menos dulce, más cercana a la cascara verde exterior. Los perros y las gallinas la disfrutan con especial agrado.
Respecto a supersticiones: es popular la creencia de que la sandía es una fruta en extremo intensa y abarcativa, poco tolerante, y por tanto debe comérsela siempre sola, sin consumir nada antes ni durante ni después; tampoco hay que bañarse ni hacer actividad física hasta terminada la digestión, o podrían suceder dolores de panza, náuseas, y hasta desmayos. Tampoco se recomienda comerla durante el período menstrual, ya que puede intensificar los dolores del mismo.
Menciones en la cultura popular: en la canción Domingos Santiagueños, (no se ha podido precisar la autoría, pero, entre otros conjuntos, es versionada por Los Manseros Santiagueños), el protagonista siente felicidad al pensar en empacharse con tuna fresquita y sandía; en la canción Añatuya, Peteco Carabajal se admira de lo roja que es la sandía del lugar del título; en la localidad de Lavalle, provincia de Mendoza, la sandía comparte un festival junto al melón; a veces, en los grupos scouts, criaturas y tutores cantan sobre una sandía gorda gorda gorda que pretendía dominar el mundo.
Y así llegamos al final de este colorado, crujiente y dulce viaje por una amable y amada fruta, a veces usada de merienda refrescante, a veces degradada a postre bajo en calorías, pero siempre apreciada por sus dotes hidratantes, sus colores intensos y alegres, y su dulzura ligera y cardíaca.
Ángelo Pérez Bertoldi nació en 1996 en el Chaco, Argentina. Empezó a escribir breves historias durante la primaria. Fue corrector voluntario en grupos independientes; estudió tres años Artes Combinadas y lo dejó para poder viajar; en 2015 imprimió su primer libro ("Intrascendencias de un tipo más sobre el suelo"); viajó; fue músico callejero, trabajó como vendedor en una librería y como instructor de yoga; siguió viajando. Actualmente cultiva cuanto puede para su subsistencia, lee los diarios de Alejandra Pizarnik, escribe, intenta bailar y produce contenido audiovisual.
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