“Nuestras vidas no están en manos de los dioses, sino en manos de nuestros cocineros”.—Lin Yutang.
Con el tiempo, uno se acostumbra a la carne humana. Después de cinco días sin comer sientes como te queman las entrañas, ya no quedan fuerzas para hablar y moverse supone un esfuerzo enorme.
Lloré la primera noche que me atreví a probarla, no fue por el pecado, sino por la culpa de que me supiera tan bien. Me prometí no volver a hacerlo, pero las raciones eran tan pequeñas y desde que se acabó la miel es lo único que nos queda. Hace tres años éramos siete mil quinientos millones de personas. Hace un