Todos jugaban en la playa, pero Roco, preocupado, miraba al mar. La espuma que dejaba el agua al chocar contra la arena salpicaba sus pies y sus ojos se mantenían fijos hacia el horizonte. Era una tarde idónea para relajarse. Los niños corrían con sus pelotas, las señoras tomaban el sol recostadas en la arena y los pescadores caminaban por la orilla.
A sus treinta y cinco abriles y tras muchos paseos, no había visto nunca tanto oleaje como esa tarde. Distinguía frente a él un buque enorme con velas que se agitaban y gaviotas volando en círculos a su alrededor. Estuvo horas mirando aquella escena. Escuchaba el sonido de los pájaros y los rayos del sol incidían con fuerza sobre su espalda ligeramente encorvada y enrojecida. Por su mente pasaban recuerdos de la infancia a los que respondía con sonrisas o gestos, para luego retomar su rostro inquisidor sobre el buque que tenía enfrente. Rememoró el día en que se perdió en el circo y terminó encerrado en uno de los camerinos. También imaginaba números que bailaban y repetía en silencio las letras del abecedario intentando omitir la H porque no tenía sonido, pensaba; y si por algún motivo interrumpía la secuencia, cerraba los ojos y comenzaba desde el inicio: a, b, c, d, e, f, g, i…
Después de trece repeticiones fijó su atención otra vez en el barco que había comenzado a acercarse. En esta ocasión la playa estaba desierta, excepto por los arbustos. Las finas gotas de lluvia alternaban con los crueles rayos del sol. Ansioso, colocó la mano en su cabeza y se levantó desesperado. El ruido del viento al sacudir las hojas le hizo recordar el miedo que sintió hace años cuando un huracán destrozó la casa de su abuelo. Corrió hacia la orilla y ya estaban sobre la arena los fragmentos de madera que conformaban la base del barco. Tomó uno con sus manos y algunas lágrimas cayeron de sus ojos. Al mirarse, notó que su ropa tenía agujeros, como si hubiese sido roída por ratones y cucarachas. Sus rodillas le dolían y varias cicatrices quedaban expuestas en sus piernas. Percibía gritos desde el agua y saltaba buscando compañía, pero nadie más estaba allí. Corría, gritaba, reía, y después se echaba a llorar.
Fatigado, siguió husmeando en los alrededores. Los árboles crecían de forma desproporcionada y una sensación de sed lo castigaba a cada paso. El suelo quemaba sus pies. Una vez más colocó las manos sobre su cabeza enredando par de cabellos entre sus dedos. Con la visión borrosa, cayó sobre la arena.
Las personas se acercaron y lo auxiliaron con la esperanza de reanimarlo. Le tomó unos minutos despertar. Cuando lo hizo, miró al mar en busca del barco a medio deshacer, que ya no estaba ahí. Ni siquiera sintió los gritos de los náufragos. Suspiró. Agradeció a quienes lo ayudaron, y volvió a recostar su cabeza en la arena.
Por unos minutos olvidó dónde se encontraba. Apreciaba el cielo y saboreaba el mentol de las nubes. Notaba que estas se acercaban y le cantaban. Movía los dedos de las manos intentando seguirles el ritmo. Vio algunos pájaros que se posaron muy cerca y llegó a escuchar cómo los animales se burlaban y conversaban entre ellos. Se levantó de un tirón y corrió a ahuyentarlos. Les lanzó algunas piedras a las nubes que ya no le resultaban agradables.
Caminó tambaleante y poco a poco fue dejando la arena atrás. Encendió tres cigarros en el transcurso, aunque solo terminó de fumar el último, al resto los soltó sin darse cuenta. Eso sí, dio varias vueltas en círculos y se entretuvo con las algas en el suelo, con las que también hablaba.
El olor a mar lo seguía conquistando. Tenía claro que volvería allí, pero había sido suficiente por ese día. Estaba cansado y quería irse a casa.
Se marchó silbando y simulando con sus brazos el aleteo de los pelícanos, dando pequeños golpes en su cabeza para olvidar la presencia del barco que todavía creía dejar en la orilla.
Octavio Castillo Quesada, Cuba, 1998. Estudiante de Medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de Artemisa y escritor. Cultiva la narrativa, la poesía, la crónica, la entrevista y la dramaturgia. Autor de trabajos científicos. Textos suyos aparecen en antologías publicadas en Estados Unidos y Colombia, además en revistas y otras plataformas digitales nacionales y extranjeras.
ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por el autor de la obra.
Me gustó mucho como puedo naufragar en el relato a través de la imaginación
ResponderEliminar