Mi hermana y yo crecimos en un ambiente extremo, el carácter de mi padre era explosivo, bipolar. En el aspecto económico no carecíamos de mucho, en contraste en lo anímico y espiritual resistimos una pobreza endiablada. Mi caótica familia conformada por mi madre, mi hermana “Luna”, él y yo.
I.-Herencia. Hay herencias que traen consigo la ruptura del ser, su corrupción, su enajenación y su perdida, incluso las herencias son los malditos patrones de conducta entre padres e hijos, además hay estirpes infames que heredan enfermedades congénitas o adquiridas que recaen en lo físico o mental a sus sucesores, éste es el caso de mi padre, un hombre desordenado, pobre en valores. Sus constantes infidelidades le cobraron la factura de sus comportamientos, lo triste fue que no sólo a él, sino que a causa de lo anterior mi hermana Luna al nacer obtuvo en su sangre las secuelas de la sífilis, la cual intensificó un atormentado deterioro en sus huesos, manchas purpuras y blanquecinas en su piel. Sobrevivió ante la enfermedad venérea.
II.- Esperando a mi Luna. A diario aguardaba por ella afuera de su aula, nunca dudé en abofetear a chicos por pronunciar hirientes apodos a mi hermana, expresiones: “¡Allá va la homo sapiens!” haciendo referencia a su forma limitada y desfigurada al caminar. Sobrellevaba el malestar de su esfuerzo al moverse. Y yo controlaba minúsculamente el torbellino de mi furia que deseaba estallar y destrozar lo que encontrara a su paso. Anhelaba arrancarles la lengua a quienes la ofendían y reventar los ojos a quienes la observaban con desdén o hipocresía, pero si hubiera obedecido a mis instintos pagaría con premura mis delitos en una correccional para menores. Fue una consternación mutua.
III.-Los juegos. Luna y yo jugábamos en soledad, abrigaba en mi interior la huida a otro mundo exclusivo e inclusivo para nosotros. Tomaba sus manos y la abrigaba ante el frio de la indiferencia del contexto. La consolaba cuando los chicos del vecindario se ocultaban de ella y se burlaban de la deformidad de su cuerpo generada por el burdo desarrollo de sus huesos. Detestaba que para distinguirla hicieran alusión a las manchas de su piel y no por el esplendor de sus ojos, que eran hermosos, cobijados por sus espesas y largas pestañas y su pueril mirada, ¿por qué?, apretaba mis dientes y escupía sangre proveniente de los mismos, resultado de mi frustración, la cual se suscitaba al verla devolverse a casa rechazada por otras chicas arrullando a sus muñecas, ella disimulaba sus lágrimas .Así que aprendí a vestir muñequillas, a jugar al té, lo cumplí por ella, por mi hermana, por la moción de mi coexistir.
IV.- ¡Gracias por la invitación! Lunita por primera ocasión fue invitada a pasar una tarde de domingo en el jardín de una de sus compañeras de clase. El itinerario era disfrutar un rato en la piscina de la residencia y posterior tomar una clase de pintura. Yo alisté su caballete, preparé sus acuarelas, sus lápices. Ella sonreía ante los preparativos y el sol se mostraba para mí a través de la expresión feliz de su carita. Previendo la morbosidad de la que mi niña podría ser objeto, sugerí a mi madre la vistiera con un traje de baño discreto para cubrir sus manchas, pero Luna suspicaz se llevó otro parecido al de cualquier chiquilla. Jamás lo planteé por menospreciarla, yo temía que su esperada salida se nublara
V-Solita como un pez. Luna se introdujo a la piscina, las pequeñas perversas mentes la calificaron duramente, las mujeres optaron por pedir a sus podridos retoños salieran de la alberca, ¡su enfermedad ya no era contagiosa! Ella en réplica retozó como un solitario pez, lo descrito lo supe por la boca de mi hermana. También concluí que el ambiente se atestó de una incómoda atmósfera, la presencia de mi pequeña los irritó. Luego sus compañeros con los ánimos ígneos iniciaron su curso de pintura. Ella consideró que era el momento de su apócrifa reintegración, salió del agua sacudiendo su cuerpo como una inquieta cachorra. Los infantes asediaron a Luna, quien impávida se reflejaba en sus malignos ojos y picaron ferozmente su cuerpo con sus lápices con la supuesta intención de uniformar la pigmentación de su piel, incluso alguien quemó sus brazos con cigarrillo dejando huellas lacerantes en ella. Extrañamente no hubo individuo adulto que se enterara a tiempo y evitara el atroz acto. Rescaté a Luna, luego de una anónima y nerviosa llamada telefónica escupí mi desprecio y golpeé a cuantas personas alcancé en mi trayecto y dentro del lugar donde la despreciaron, tantas, que mis puños terminaron amoratados y al lavar mis manos el agua corrió enrojecida, la sangre no era mía. ¡Quizá de quienes quisieron retenerme, quizá de mi disipada Luna!
VI.-Eclipse. Le enunciaron a mi madre absurdas disculpas, le obsequiaron sobres repletos de dinero, y en lugar de destinatario escribieron una irrisoria leyenda que decía: “Fue una inocente broma”, para contribuir a la sanación del dolorido cuerpo de Luna. Su salud mermó, ella parecía ausente girando en la espiral de sus penurias. Mi alma dejó su calidez de forma definitiva, se tornó vengativa y fría. Mi Luna eclipsaba. Finalmente una mañana dejó de respirar. Mis lágrimas incesantes no curaron en lo mínimo mi infortunio. ¡Ella iba a permanecer en esta tierra por breve tiempo, no era difícil la hubieran aceptado, un poco de tolerancia, una pequeña dosis de empatía, de amistad! Mil macabras ideas oscilaban en mi cabeza, aseveré que si mi niña no fue feliz como lo merecía, tampoco ellas y ellos lo serían. Me convertí en el peor juez y verdugo de mi propia historia. El recuerdo de mi Luna se perdió en la bruma de la monotonía de la existencia de mis padres. Los despreciaba y mi venganza para ellos radicaría en mi abandono cuando llegaran sus años seniles, con respecto a quienes la agredieron esa horrenda tarde concebí un demente designio.
VII.- ¡Fue una inocente broma! Se reunieron en la misma casa, podría jurar que el tiempo inamovible se reía de mí, como si un año antes no hubiera acaecido nada, nada de lo que incitó mi desequilibrado estado. Aceché a quienes asistieron, se sentaron apaciblemente. Luna nunca existió para nadie, ni en sus sucias conciencias subsistía. Aquella tarde tuve el placer de conocer a los demonios que me habitan, los cuales descubrí cuando sufragué en mi mente la posibilidad de resarcimiento por el deceso de mi hermana. Encontré días antes un garrafón para gasolina vacío, ingresé al lugar, lo atiborré de agua, para mí la misma donde Luna nadó segregada. Me quedé estático segundos, corrí alrededor derramando el líquido sobre los concurrentes, anunciándoles de la quemazón que suscitaría, obtuve irónico fósforos y los previne que iban a arder vivos, en horripilante agonía infernal. Tanto fue su pasmo que no se enteraron del nulo olor de gasolina, algunos en su afán de salvar su nefasta humanidad corrieron despavoridos al exterior de la casa, el destino cómplice trajo a escena un tráiler que circulaba velozmente justo en el instante de su escape y arrollara a varios de los prófugos. Mi propósito no era precisamente ese; los torturaría emocionalmente para que se sintieran basura, la gasolina era falsa, tan falsa como sus disculpas. No niego que la estela de muerte dibujada en el asfalto alegró mis instintos. Cuando me cuestionaron el por qué lo llevé a cabo, respondí:” ¡fue una inocente broma”! Mientras tanto aquí en el encierro, limitado por los altos muros de la correccional, contemplo la luna que me ilumina, sonrío y abrazo las memorias de mi amada hermana; paradójicamente el único que ejerció violencia resulté yo, la discriminación hacia ella no tuvo eco en los oídos de mis condenadores. Entonces el diablo que a veces emerge de mi emoción y de mi dolor de antaño posee mi intelecto y mi mente en respuesta maquina inocentes bromas. Veo una realidad genuina y soy verdadera e inútilmente feliz, recogiendo el desperdicio de mí ser. ¡Pronto saldré! ¡Libre jamás seré!
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