A pesar de mi afición por estas historias delirantes que acabo de intentar describir, no dejo pasar por alto los errores. En primer lugar, fuera cual fuera el impacto emocional que pudiera haber perdido el relato en el resumen anterior, desde luego ganó en coherencia: los incidentes en el manuscrito estaban desarrollados con poca fluidez, los detalles importantes carecían de un énfasis adecuado y se presentaban al lector hechos imposibles sin ningún verdadero esfuerzo para convencerlo de su veracidad. Sí admiro el principio fantástico en el centro de esta pieza, la naturaleza de esta entidad pandemoníaca es muy intrigante. Imagine toda la creación como una máscara del más vil de los males, un mal absoluto cuya realidad está atenuada solo por nuestra ceguera frente a él, un mal que se encuentra en el corazón de las cosas, que existe «dentro de las estrellas y en el espacio que queda entre ellas; dentro de la sangre y los huesos, a través de las almas y los espíritus», etcétera. Se hace incluso una referencia en el manuscrito que indica una analogía entre Nethescurial y aquel precioso mito de los aborígenes australianos conocido como Alchera (el tiempo del sueño o el que sueña), una supra-realidad que es la fuente de todo lo que vemos en el mundo que nos rodea. (Esta referencia será útil para datar el manuscrito, ya que fue hacia finales del siglo pasado cuando un antropólogo australiano dio a conocer la cosmología aborigen al público en general). Imagine el universo como un sueño, la pesadilla febril de un demiurgo demoníaco. ¡Oh, supremo Nethescurial! El problema es que esas invenciones sobrenaturales son en realidad muy difíciles de imaginar. De vez en cuando no consiguen materializarse en la mente, no logran adoptar una textura mental, y por tanto se perciben nada más como monstruos abstractos y metafísicos, un diagrama más o menos elegante que no puede levantarse del papel para tocarnos. Por supuesto, tenemos que mantener cierta distancia con estos espectros como Nethescurial, pero por lo general ya ocurre mediante palabras como estas, que atrapan todo tipo de criaturas fantásticas antes de que puedan destrozarnos en cuerpo y alma. (Y sin embargo, las palabras de este manuscrito en especial parecen bastante débiles al respecto, posiblemente porque son solo rayas de color verde apagado trazadas por una mano humana, y no la gruesa malla de letra negra). Pero queremos acercarnos lo suficiente para sentir el aliento fétido de esas bestias o para verlas como leviatanes prehistóricos, dando vueltas alrededor del islote en el que nos hemos refugiado. Aunque seamos incapaces de creer con sinceridad en cultos antiguos y en ídolos desconocidos, a pesar de que esos aventureros y arqueólogos pseudónimos parecen ser meras sombras en una pared, y aunque unas casas extrañas en islas remotas sean de construcción inestable, todavía existirá un poder en esas cosas que nos amenace como un mal sueño. Y este poder no emana tanto del interior de la historia como de alguna parte detrás de esta, un lugar de oscuridad infinita y de mal omnipresente por el que podemos caminar sin ser conscientes. Pero no se preocupe por estos pensamientos nocturnos; después de cerrar esta carta me iré derecho a la cama.
Texto perteneciente al libro La fábrica de las pesadillas, de Tomas Ligotti.
Fotografía de jesse orrico (en Unsplash). Public domain.
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