Como todas las mañanas se quitó el sobretodo y el gorro de invierno, y en el preciso instante en que el tren iniciaba la marcha acomodó su cuerpo junto a la ventanilla al final del vagón trasero. Miró a través de ella los árboles agitarse con el viento; en el horizonte, al sur, negras y cargadas nubes anunciaban la lluvia que ya caía en el pueblo vecino.
En el campo observó que algunos chicos, descalzos y con los pies llenos de tierra, saludaban el paso de la máquina; metros más adelante otros, alertados por el silbato, apuntaban con sus gomeras dispuestos a lanzar piedras a los vidrios. Las gallinas huían ante las corridas y ladridos