Quizá esta carta sea lo último que escribamos Manuelita…
Recuerdo que, siendo niño, aferrado con mi mano a la sombra de mi madre, me embelesaba leyendo los letreros guindados de paredes, vallas y locales. A pesar de la dificultad y de no saber su significado, me encantaba leer las palabras que eran largas y extrañas para mi edad: Fe-rre-te-ría, char-cu-te-ría, ce-rra-je-ría, ce-men-te-rio, la-bo-ra-to-rio, entre otras que me cautivaban tan solo por su tipografía y estética. Era como si estuviesen vivas. Es que siempre he sido un logofílico.