Nada es tan insoportable,como un hombre afortunado.Balzac.
—Estás sudando, colega–espetó, soltando una carcajada combativa.
—Estoy acalorado–respondí, temeroso por no saber decir no, en el momento exacto. “A qué doctorcito tan calenturiento”, siguió mofándose. Tosí, nada más.
Resultaba un horror presenciar su despliegue de personalidad. A empujones me llevó hasta una sala equipada con el instrumental de rigor de un laboratorio. Nada extraño, a no ser encima de una de dos planchas de acero un ataúd oxidado. Dentro del féretro hervía en sus orines y heces un hombre harapiento. Su herida