—Por donde se llegue antes, por favor. —respondió Andrés, sereno.
Blas miró por el retrovisor, no dijo nada y, cuando el vehículo tomó la suficiente altura, aceleró la marcha.
Andrés se estiró en su asiento, abrió un poco las piernas y miró el reloj. Eran las 19:15 horas, así que iba a llegar bien de tiempo. Se quedó callado y parecía tener la mirada perdida en algún lugar fuera de allí.
Cuando ya estaban a mitad de camino, Blas pensó en la conversación que un rato antes había tenido por micropantalla con Matilde, su mujer. “La tarta para Nuria”, recordó. “Quizá mejor de fresa y nata, sí. Seguro que le encanta”. Sonrió, imaginándose la cara que pondría ella al recibirla, con la mesa llena de familiares aplaudiendo al acercarse la tarta con muchas velas encendidas, como a ella le gustaba.
Un poco después, y tras mirar por el retrovisor, dijo Blas alzando la voz:
—Hace un par de meses que estoy llevando a mucha gente allí, ¿sabe?... Parece que está de moda.
—No es una moda. — respondió Andrés, algo molesto. — Es una opción. Y para algo que nos dejan elegir, pues yo elijo esto…
—No, si claro que lo puede elegir — aclaró Blas — pero no sé… ¿es mejor el otro lado que este? ¿No tiene usted algo aquí que le haga querer quedarse?
—Bueno, … lo que sé es que aquí ya no tengo nada que hacer. Si es mejor irse o no, pues ya lo veré después.
—Ya… eso está por ver. Pero me refiero… ¿no tiene familia? ¿Mujer, hijos?
—No, no tengo… Tuve una mujer, pero nos separamos. Tengo a mis padres, pero ya están muy mayores. Ellos aceptan mi decisión, aunque prefieren lo tradicional, ya sabe…
—¿Y el trabajo? ¿No está contento con lo que hace? – preguntó intrigado Blas.
Andrés suspiró, se pasó la mano por el pelo y contestó:
—Pues no, la verdad. Superviso el proceso de contabilidad de una empresa. Bueno, … supervisaba. Oficina de 9 a 2 y de 4 a 8. Y después a casa, a cenar y a dormir. Estoy cansado de eso. Ya está.
—Le entiendo. Mucha gente me dice lo mismo, no se crea… Cada vez somos más prescindibles hoy en día, y encima muchos de los que trabajan sienten que pierden su tiempo. Pero esto… En fin, es su vida, señor. — dijo Blas serio, mientras dirigía su mirada de nuevo al cielo.
Andrés observaba por el cristal, con el brazo izquierdo apoyado en la ventana. Y se fijaba en el paisaje, no sin cierto desencanto. Era la última vez que lo iba a ver, o por lo menos la última vez que lo vería así, de esa forma.
Se acordó de su abuelo, Matías. La imagen que le venía la mente era de cuando él era muy pequeño y jugaba a las canicas en su casa.
Lo recordaba alto, fuerte, con barba más bien blanca y siempre con una sonrisa. Hacía ya tantos años… ¿Cómo estaría? Creía recordar su voz. Tenía muchas ganas de darle un abrazo.
El aerotaxi tomaba el desvío a la derecha y no había más ruido que una pequeña ráfaga, como un suspiro.
Aquella era una apacible tarde más del otoño de 2096. Por entonces, España era uno de los países dentro de la Federación Europea, sección del amplio llamado Agrupado Occidental. Hacía varias décadas que todos los seres humanos tenían desde que nacían un chip implantado en su cuerpo, que enviaba señales precisas al Ministerio de Seguridad de cada país respectivo, indicando desde su ubicación física hasta su tipo de pensamientos y alteraciones emocionales. La tecnología en aquella época era ya bastante avanzada y muchos de los trabajos que conllevaban carga física eran realizados exclusivamente por máquinas, lo que había desembocado en sociedades altamente polarizadas, donde una reducida élite gestionaba todo y la mayoría del resto de la gente no tenía siquiera posibilidad de trabajar y era considerada como prescindible.
Apenas cuatro años antes la ciencia había dado un paso de gigante, posiblemente el más grande en la historia, al descubrirse con certeza que sí, había vida más allá de la muerte. Eso revolucionó la vida humana por completo, en varias y hasta entonces insospechadas direcciones.
El viaje se hizo corto. Al llegar, el vehículo aterrizó y se detuvo en el parking de la entrada. Andrés miró directamente al láser, que tras reconocerle cargó el precio del trayecto a la cuenta de Blas, quien se giró hacia él y, mirándole, le dijo:
—Bueno, pues espero que le vaya bien. Por lo menos que allí logre ser feliz.
—Gracias, de verdad. Ojalá que sea así. Al menos, eso es lo que quiero. … Que tenga una buena noche. — respondió firme Andrés.
—Gracias. Quizá nos veamos alguna vez, … dentro de mucho tiempo, espero — se despidió finalmente Blas.
Andrés comenzó a andar con la cabeza mirando al suelo y subió rápidamente las escaleras.
Al entrar, vio a la izquierda un cartel grande que ponía `Recepción´, donde había varias personas esperando. Era una sala espaciosa, pintada de color blanco.
El guardia de la entrada pasó el detector gris por su brazo y, tras el pitido, salió de él un papel en forma de ticket que Andrés conservó en la mano. Cuando llegó su turno siguió las instrucciones del protocolo, que se había aprendido de memoria en los días anteriores. Tras firmar una hoja de conformidad, dejó sus objetos personales junto a una carta cerrada y, cuando ya se iba a ir, se quitó el reloj y, sin mirarlo, lo dejó junto a las otras cosas. La mujer que le había atendido le señaló una puerta negra y grande que había al fondo a la izquierda, junto a la que estaba un guardia que le hizo una señal para que se acercase.
Mientras Andrés comenzaba a caminar hacia allí, con rostro impasible y paso mecánico, Blas ya había abandonado el lugar, superando con su aerotaxi el gran arco amarillo que estaba a la salida del recinto. Fue entonces, al haber tomado ya mucha altura, cuando pensó de nuevo en la tarta para su hija. Al día siguiente iba a ser su cumpleaños y quería que tuviese la mejor posible. “De fresa y nata”, dijo para sí, mientras se veía sonreír por el retrovisor. Antes de volver a casa pasaría por la tienda de Juliana y la compraría.
Pero aún tenía un rato más de trabajo así que decidió volver al centro. Seguro que había más gente esperando en la parada central.
Tardó unos diez minutos y ya estaba de nuevo en la cola de aerotaxis.
Vio a una mujer levantar la mano y entonces se acercó un poco más a la acera.
Aquella mujer, de pelo ondulado y unos 40 años, entró deprisa y con un abrigo marrón en sus manos. Mientras se acomodaba en su asiento, dijo con un tono de voz urgente y decidido:
—Al Suiciditorio Municipal, por favor.
Blas levantó la vista hacia el retrovisor y, con un leve deje de resignación, preguntó:
—¿Vamos por la Avenida de las Convenciones o cruzamos por la autopista?
Jorge Cappa (Madrid, España, 1979) es escritor. Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Su primer libro se tituló `Sueños en el aire´ (Chiado Editorial, 2017) y está compuesto por poemas y letras de canciones.
Su segundo libro, también de poesía, se titula `Lumbre de marfil´ (Ediciones Seshat, 2022).
Además, también escribe cuentos, microrrelatos y haikus.
Entre sus más de 80 galardones literarios, destaca especialmente el 1º Premio en Poesía logrado en el XXXVII Certamen Literario “Manuel Vázquez Montalbán” (España), en el XXXIII Certamen Literario de Cúllar Vega (España), en el Concurso Literario “Feria del Libro
2020” del Ayuntamiento de Navas del Rey (España), en el Concurso “Talentos en Cuarentena” de la Dirección Provincial de Cultura en Mayabeque (Cuba), en el XII Certamen literario “Rodrigo Manrique” (España), en el XI Concurso “La vida es poesía” (España), en el II Concurso de Poesía “Marina Sotogrande” (España), en el 11º Concurso Internacional de narrativa y poesía “Club Leones de Rocha” (Uruguay), en el Décimo Certamen de cuento breve y poesía “Veladas” (Argentina) y en el Cuarto Concurso Literario Nacional e Internacional “Armonía Somers” (Uruguay), así como el 1º Premio en el V Concurso literario de Haikus “Un libro, una vida”, de Mundo Escritura (España).
También destaca su 2º Premio en Microrrelato en el IV Concurso Internacional Abriendo Puertas (Cuba) y el 3º Premio en Poesía en el V Certamen Literario Internacional de Pretextos literarios por escrito (México), en el IV Certamen Internacional de Nuevas Voces para la Paz (Estados Unidos) y en el 3º Concurso de Poesía “Puerto Sotogrande” (España) . Además, su letra de canción `Janelle´ quedó finalista (en 3º lugar) del I Premio Nacional de Poesía “Poetas del Rock” (España) y su cuento `Conexión fallida´ quedó finalista en el II Certamen de Relato Corto “Pluma de Cigüeña”, de PiEdiciones (España).
Poemas suyos han sido publicados en una treintena de revistas culturales de nueve países, entre las que destacan Taller Igitur, Purgante y Vagabunda (México), Nagari Magazine y Raíces (Estados Unidos) y Amberes e Intervenciones (España).
Redes sociales: Su perfil de twitter es @cappajorge y su página de escritor en facebook es https://www.facebook.com/cappajorge .
Ilustración: la imagen de portada ha sido remitida por el autor de la obra.
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