Me recuerdo mirando hacia afuera, a través de las grietas en la pared de madera, ver la lluvia formando charcos barrosos en las calles de tierra del cantegril. Recuerdo que escuchaba crujir mis tripas, escuchaba los gritos, los reproches, los ruidos de ollas vacías golpeándose contra el suelo. “Ay mi dios, que no se enojen conmigo”, era mi único pensamiento.
Todo sucedió por seguir a Juan, por ver si era posible.
-¿Vamos a buscar a Luis? -me preguntó Juan-.Y yo fui.
A mi me gustaba jugar con Luis, me divertía, nos perdíamos entre caramelos y sonrisas, pero a Juan, Luis no le caía nada bien.
Caminamos los tres hacia el ranchito abandonado en la cima del repecho y Juan por lo bajo me contó su idea. Yo no le quería creer, no lo creía capaz.
Fue Juan, pero fuimos los dos. Vi a Juan bajar furiosos martillazos sobre la cabeza de Luis. Vi en su cara el deseo al rojo vivo revolviendo en la basura del rencor, fue un misterioso mecanismo que separó su nombre de su cuerpo y lo transformó en una sombra tenebrosa. Juan fue esclavo de un entorno ácido y sin fe.
-¡No fui yo, fuimos los dos! –sentenció Juan mirándome.
Fuimos tristes creadores de ese instante de terror en que los ojos desorbitados de Luis pedían piedad sin llamarla por su nombre.
Nosotros dos, amos del olor a podrido y del vapor rancio de nuestras bocas. Navegantes en una marea fluorescente y contaminada, dueños por un segundo de mil caras satánicas sin necesidad de caretas.
Fue triste, anunciado, mustio, sin vuelta atrás. Nadie nos pudo rescatar. Luis quedó tieso ahí, en el fondo del pozo en que lo tiramos.
Quedó muerto, envuelto en llamas con olor a azufre. Lo miramos arder como adoradores de un culto macabro. Fue nuestra sed, fue no pedirle nada a nadie. Luego nos insultamos, nos golpeamos, sangramos en esa danza bestial del instinto por exorcizar la culpa.
Nunca, nunca, decidan por mí y sin mí.
Fuimos los dos. Soy duro de aprender si no duele, soy de repetir millones de veces un instante dulce, un letargo, un desamparo.
Juan había dejado de sonreír pero no de temer, pues no se trataba de alegría. Bajamos hasta el rancherío tiritando de frío, llegamos a la antesala de otra muerte. Adentro, en lo de Juan, bebían vino barato y vieron nuestras manos temblar, sin adivinar el motivo.
-¿Che Juan, donde andabas? -le preguntaron por preguntar.
Siguieron bebiendo y como siempre, sin escuchar.
Ese día pagamos los platos rotos y alguna otra cuenta pendiente, total, se terminaba el hoy y ya no había mañana. Las sirenas invadieron taladrando el cantegril, buscaban nuestras pequeñas manos llenas de sangre. Sangre fresca de tres desangelados.
Adrián "fino" Sosa: Montevideano. Lector, melómano, "escribidor". Durante los años 80, coordinó y edito diversas revistas alternativas en forma independiente (Atrás de todo, Culos de botellas, Perro Andaluz) que divulgaban poesía, dibujos, arte callejero y música: el nervio latente bajo la aparente inactividad de esos años. Publicó de forma artesanal libros de distribución gratuita "El Grito", "Lobos en la Buhardilla", "Lo que quedó allá arriba " y " Cuadernos Mojados". Actualmente participa en el taller de creación literaria "La Tribu" que dirige y coordina Alberto Gallo, escritor y periodista cultural. Colabora en la revista literaria digital "La Atemporal". Ha publicado en coautoría el libro de relatos “El Gen de la Bestia.
Correo electrónico: fino38@montevideo.com.uy
Llevo adelante el blog: Luces de la city.
Texto perteneciente al libro de Relatos "El Gen de la Bestia" editado a fines del 2020.
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Photo by tazain bin alam on Unsplash (public domain).
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