Marukami, nos introduce en esa relación de alteridad con la realidad. El tiempo se da en el contexto de los personajes. Quiero decir en el lugar del pensamiento de éstos. Pero cada realidad no es más que el fragmento de un tiempo, la estructura fractal de esa realidad se presenta al lector en diferentes tiempos que a la vez le son simultáneos en la recepción de aquel lector, el cual se desplaza durante las siete horas en el que se define el tiempo del relato: lugar y espacio se introducen mediante imágenes de lo urbano para su representación en la mente de quien lee (una dinámica abstracta en la que la formalidad del lenguaje se construye de manera heterodoxa, abierta). La ciudad es una metáfora, un giro simbólico donde se representan también los signos de esta ciudad que si bien es Tokio podría ser, en cambio, cualquier espacio urbano.
Lo importante es la vitalidad emocional con la que es expresado este relato. Si quieren, será una responsabilidad saber cómo se determina esa sintaxis que nos implica en el sitio preciso de las imágenes. Y este «sitio» es en sí el componente abstracto de este lector. Y es necesario. Lo consigue el autor, puesto que seduce a éste para meternos en ese nivel abstracto que están signando el personaje: a un nivel, como decía, de su pensamiento. Sabemos que eso en gran parte es lo que conceptualiza a la novela psicológica. Y está bien, pero poco importa al autor si el lector le percibe así. Lo importante, en ese caso de la recepción de la novela, es la medida con la que participamos: abstraerme del sentido de las imágenes: la ciudad, su contexto, la gente, las necesidades, el impulso de la calle, las sensaciones de la noche y, en su componente estructural, un exacto movimiento escritural de la sensualidad. Esto es, las justas palabras para definir, en su nivel erótico, la belleza femenina, por ejemplo, la belleza del cuerpo como identidad del «yo», pero este «yo» se impone en aquella relación de alteridad: «Mari» el personaje que nos induce en el relato es una presencia escénica del tiempo que se fragmenta: mientras deja transcurrir toda la media noche hasta el alba en medio de Tokio, no sólo se traslada el tiempo, sino, como decía, el movimiento se da en el lugar de nuestra mente: se cruzan las vidas de otros personajes como si vivificaran la curiosidad del lector: una vitrina que se impone, pero que no logramos ver a través de ella al menos que nos sostengamos de esta imagen que se edifica en el transcurso de la lectura. Se van cuantificando, al nivel de la narración, los minutos de esa noche como si fuéramos testigos inconscientes de ese estado de realidad hecha tiempo, incluso, en párrafos que adquieren forma de relatos aparentemente independientes sobre la escritura, pero estrechos en el relato. Mientras que las escenas se atraviesan una con otra con la intención de que no seamos lectores pasivos, por el contrario, entrometernos con esa dialéctica dispuesta en la estructura de la novela, sobre la composición del texto siempre que, por supuesto, recoja la anécdota: es novela abierta en tanto el personaje se aliena a su objetivo: encontrarse con su pensamiento y, por consecuencia, con la idea que tiene de éste el lector (cosa que descubriremos al final con todo el placer de la lectura). Y entendemos por pensamiento la medida con la que observamos estos acontecimientos de la ciudad. Es decir, consecuentes con las escenas, nos trasladamos al cruce de emociones, sentimientos y tensiones de personalidad la cual sólo vamos a lograr racionalizar desde nuestra condición de observadores: nos hacemos en el relato, nos hacemos en el personaje, nos hacemos en el narrador: miramos desde esa carga simbólica y establecemos el orden de los signos allí escritos. «Miramos» las escenas, pero verbalizamos su imagen al leerle.
El signo se hace símbolo cuando la escritura nos empuja hacia aquellos sentimientos, hacia la condición humana de Mari y su desigual necesario, su hermana Eri: opuestos que labran esta dinámica. Seguimos una línea de la narración, sin embargo, se fragmenta, se transfiere de una acción en otra, diría más, en un relato dentro del otro y su formalidad discontinua nos coloca en medio del contraste de una ciudad cosmopolita. Entonces, la personalidad de Mari se antepone a su hermana «Eri Asai» quien duerme en una habitación, abandonada por esa idea abstracta de la imagen. El(los) narrador(es) va(n) (porque nos involucra) describiendo su presencia desde su visión de la sensualidad, donde se construye una poética de lo erótico como si necesitáramos recordar que es modelo de televisión y que se diferencia de su hermana, quizás menos voluptuosa, quizás más «cotidiana» o que le gusta leer «libros gruesos». Lo que sucede en esa habitación esta dentro de otra realidad la cual se explica por el estado mismo del inconsciente al que pertenece Mari y, a su vez, se le acercará el lector desde lo extraño (o aquello que se representa en lo extraño). Lo que hay de extraño en esa habitación lo será para la ciudad, lo será para el lector. Y la ciudad continúa con su ritmo. Es una realidad diferente al de la habitación porque Eri no se ha despertado durante mucho tiempo y a partir de allí esta realidad se dibuja en un entorno diferenciado, distante y simbólico, porque todo cuanto ocurre allí está representado en un plano ajeno del espacio y el tiempo.
Por desgracia (es preciso que lo digamos) nada podemos hacer por ella. Ya lo hemos mencionado antes, pero nosotros no somos más que una mirada. No podemos, bajo ningún concepto, inmiscuirnos. [..] En vez de darnos una respuesta, la pantalla del televisor empieza de pronto a perder claridad...
y este televisor está desenchufado y también quizás lo esté de la realidad. Es una metáfora la cual se construye desde esa disposición. Y, como podemos comprender, estamos ante la representación de lo fantástico. Habrá que entender que este elemento de lo fantástico está presente como recurso simbólico, más que de modo estructurante, es un guiño del lector sobre el tratamiento de la alteridad y de cómo concibe la literatura. La construcción de mundos diferenciados, pero Murakami se va a distanciar, acompañando con otras historias paralelas como para refrescar al lector de aquello que se exhibe como extraño y mantener aquella estructura abierta a la que arriba hacía referencia. Y ese perfil lo tendrá en la novela otros personajes, en particular «Takahashi» al que Mari apenas vio una vez y ahora se encuentra con él mientras hacía lectura de su libro a la espera de la mañana, en el trascurso de esa noche éste le acompañará mientras su hermana duerme en aquella habitación sumida en un sueño profundo y abstracto a la realidad del lector: realidades paralelas, diferenciadas y componiendo esta unidad de lo fantástico.
Mari será interrumpida en su lectura por Takahashi quien le devuelve otro sentido de la realidad: es músico y se ha encontrado con Mari en el restaurante donde ha decidido pasar la noche mientras lee. De un momento a otro será interrumpida por otra persona «Kaora», la encargada de un hotel de poca monta, pero introducirá a Mari a descubrir la condición de una ciudad que vive también en las sombras: «en el lado oscuro» de la vida». Todo, se enlaza con la vida, con el sentido del amor, la belleza y, hay que decirlo, con la violencia. Pero se destaca la belleza y la condición humana. Por eso que en aquella relación antagónica entre las hermanas, encontramos una definición de lo bello, lo sensual y lo amoroso. Y queda asentado cuando Mari descubre su amor por su hermana y que no le era distante, ni extraña, sino cercana, en tanto que descubriera cuál era el perfil de su subjetividad. De su visión de lo femenino. Ahora bien, Murakami, hace de esta hermenéutica un placer por medio de la lectura. Porque de algún modo, nos involucramos en la lectura. Obtenemos placer del hecho de pensarnos en el lugar de esa realidad. Pienso que hace divertido a cualquier relato que se pretenda literario y que nos explica cómo se ha convertido este autor en un autor de culto. Y no es eso lo más importante, sino el placer que nos produce al leerlo. Este encuentro con la lectura inexorable y distante de las academias.
Juan Martins (1960, Venezuela), dramaturgo. Escritor. Crítico Teatral. Primer Premio en el «XVI Concurso Nacional de Literatura IPASME», 2008 con Saldré de tu piel de cuero, «Premio Bienal de Literatura Augusto Padrón». 2004, género dramaturgia con la pieza Caperucita ríe a medianoche, otorgado por la Alcaldía de Maracay. Premio «Miguel Ramón Utrera» .2008, mención dramaturgia con la obra Caramelo de nueva york. Premio mayor de las artes, mención dramaturgia. Conac: 2004 con la pieza Dollwrist. Finalista en el concurso «El Espectáculo Teatral», España. 2006 y seleccionada para el «Festheve», 2008. París, con la obra La Tarde de la iguana. Premio extraordinario de monólogo teatral hiperbreve: Concurso internacional de microficción «Garzón Céspedes». Madrid, 2007, con la pieza Sara bajo lágrima. Ha publicado Poética para el actor (2000) y Cartas del corazón para Edith Piaf y otras piezas (2002) en la editorial «The Latino Press» de Nueva York. En tres y dos (2003), Antología teatral: Rodolfo Santana, Gustavo Ott y Juan Martins y Proscenio de la feminidad. Prólogo a la antología teatral: Passport, Cayo Bikini, Rosa de papel (Caracas, 2004), ambas, en esta editorial. Peruvian blues de Isaac Goldemberg o lo aprehensible de la realidad en (2da. Edición): Alexandria, VA: Alexander Street Press, 2004. Entre otras publicaciones y colaborador de revistas culturales, tanto en Venezuela como fuera de su país. Además de productor y director teatral. Mantiene en Internet la bitácora Crítica teatral. Jurado en diferentes concursos de la región. Premio Mérito al trabajo. Teatro. Medalla de Plata 2007. Recientemente se ha destacado como director del montaje «Mariana», con la destacada actriz Mirla Campos. … Más del autor: dramaturgia. Blog/Nota biográfica completa.
Publicado originalmente en Herederos del Kaos, versión 18 - abril 2011. Website.
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