Recordó cuando de pequeño quería ser futbolista: la adrenalina que le recorría todo el cuerpo, el sudor que le escurría por la frente, las rodillas raspadas y los amplios moretones en las espinillas.
Y ahora estaba ahí, parado, atendiendo fijamente la cerca electrificada que tenía enfrente, experimentando el dolor más agudo de todos sus días en ese recinto… la sangre brotando de su nariz y su frente, el hombro dislocado, el hueso de la rodilla expuesto y la piel ennegrecida, casi a punto de necrosis.